La Tribuna del Paseo: “Un caso verídico sexitano”


¿Llegaron el Señor y la Virgen en el naufragio tal y como nos ha legado la sabiduría popular durante generaciones? ¿Surgió esta leyenda para generar un halo místico alrededor de las Imágenes e impulsar su devoción? 

En 1978, el escritor granadino José Corral Maurel escribió en el Diario Ideal que “Almuñécar es un mundo inmenso que no cabe en unas cuartillas”. ¡Acabáramos! Ya podría dar por finalizada esta tarea, pues paradójicamente es lo que pretendo: hablar de Almuñécar a través de estas cuartillas virtuales. A Almuñécar se la puede describir, disfrutar, saborear, amar… pero de ninguna manera se la puede encerrar en esquemas fijos o ideas predeterminadas, porque siempre sorprende. ¿Qué quiero decir con esto? Que Almuñécar es tan inmensa, como la definió Corral, que ni siquiera podemos discernir cuándo es leyenda y cuándo es realidad.

¿Y qué más da? Esa es la grandeza de Almuñécar. Como dijo el intelectual Gabriel del Estal, “hay que entender la historia no sólo como dato arqueológico, sino además como impulsos vivos que lanzan al hombre a la construcción del porvenir. La historia es vida. Por eso, hoy traigo a colación lo que unos consideran un hito y otros una fake news, o como se diría en español, una paparrucha. Me refiero al naufragio que nos regaló al Señor y a la Madre de Almuñécar (o no).

El punto de partida es el siguiente: las grandes devociones de los pueblos aparecen en circunstancias milagrosas. Si el pueblo es rural, a un pastor en mitad del campo; si es costero, en un naufragio. Hagan la comprobación, nunca falla. Por citar ejemplos cercanos ¿La Virgen de la Cabeza de Andújar o la de Bodíjar de Jete? Al pastor. ¿La Virgen de la Cabeza de Motril o el Cristo de la Vera Cruz de San Fernando? El naufragio. (Sin olvidar el clásico pozo en nuestra lista de variopintas apariciones). 

Son historias de origen inmemorial que se transmiten de generación en generación y que se acaban adhiriendo a la identidad local, asentándose en la frágil frontera entre lo verídico y lo ilusorio, pero enraizadas en hechos históricos que las dotan de una estructura de factibilidad. Tal es la fuerza de estas leyendas, con su auge en el romanticismo (S.XVIII-XIX), que se implantan en el imaginario colectivo cohesionado y promocionando orgullosamente las sociedades locales.

Vamos, subid a la Tribuna de Paseo, que ya asoma la Cruz de Guía por la esquina de la General.

Empecemos por el principio. A Felipe III le recomendaron que abandonara las Filipinas “por ser de mucho costo y ningún provecho”. A principios de 1619, Fray Hernando Moraga, Custodio General de los Franciscanos Descalzos, se presentó en la Corte procedente de Filipinas para convencer al Rey de la necesidad de socorrer a estas Islas. El monarca, tras haberlo intentado ya sin éxito en 1616, espetó un desmotivado: “id con Dios Padre Moraga, que no se diga de mí que abandoné lo que me ganó y dejó mi padre”. 

Así pues, el 21 de diciembre de 1619 parte desde la Bahía de Cádiz una Armada de Socorro compuesta por 6 galeones y 2 pataches con 1.800 hombres, entre ellos 26 franciscanos descalzos y 3 jesuitas. Pero el 2 de enero de 1620 la armada naufraga al ser sorprendida por una borrasca del suroeste cuando se alejaba de las costas de Marruecos, empujándola hasta el estrecho de Gibraltar. El galeón Nuestra Señora de la Antigua llegó hasta las costas de Vélez Málaga, pero la subida del poniente le levantó el fondeo y, desarbolado, el 8 de enero apareció frente a Almuñécar. Al rescate acudió el Teniente de Corregidor que, junto a la tripulación y sus mandos, fueron sacando a tierra la artillería y pertrechos que pudieron salvarse, almacenándolos en el Convento de Mínimos de la Plaza de la Victoria.

Hasta aquí el caso verídico, como diría Paco Gandía. A partir de ahora, narra la tradición que, entre esos objetos, había 2 cajones que transportaban las Imágenes de Ntro. Padre Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de los Dolores. Incluso alguna versión añade que, dispuestos a devolverlas a su destino, se levantó un temporal hasta en 3 ocasiones, lo que fue tomado como una señal para que los sexitanos no se deshicieran de las Imágenes. 

¿Tiene sentido pensar que, efectivamente, pudo ser así? Sí. Los religiosos comúnmente aprovechaban los barcos de la Armada Española para viajar, ya que el gobierno no les cobraba por ello. En sus viajes, los religiosos transportaban enseres litúrgicos e Imágenes, pues aún no existían artistas indígenas que supieran elaborarlos y era necesario trasladarlos desde España. A esto se suma que, dichas Imágenes, se hacían de candelero (de vestir) para facilitar su transporte al pesar menos.

Pero si lo que nos preguntamos es: ¿El Nazareno y la Virgen de los Dolores llegaron en el naufragio? Entonces no tenemos respuesta. Observando las fotografías de las Imágenes antes de ser destruidas, me atrevería a afirmar con escaso margen de error que son obras granadinas: la de nuestro Padre Jesús del S.XVII ¿Jerónimo Gómez de Hermosilla? Y la de nuestra Madre Dolorosa del S.XVIII ¿Círculo de Torcuato Ruiz del Peral? Así lo podrían corroborar las referencias más antiguas de las que disponemos: la referente al Nazareno, de 1658: “se acuerda que la Cofradía [la de la Santa Vera Cruz] agregue en su seno a la Hermandad de Jesús Nazareno”. Sobre la Virgen, la Bula Papal emitida en favor de las Cofradías que veneraran los Siete Dolores de María, de 8 de noviembre de 1779.

¿Llegaron el Señor y la Virgen en el naufragio tal y como nos ha legado la sabiduría popular durante generaciones? ¿Surgió esta leyenda para generar un halo místico alrededor de las Imágenes e impulsar su devoción? 

Suya es la conclusión, nuestra es la leyenda. 


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