¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? Mary Stoddard, de la Universidad de Princeton, investigó este famoso rompecabezas y concluyó que, tomando como referencia la Teoría de la Evolución, tuvo que ser el huevo. Muchas veces me he preguntado si nuestro Castillo se llama así por San Miguel o si tenemos un San Miguel porque el Castillo se llama así. De modo que, si Mary Stoddard dio con la respuesta, yo también quiero encontrar la mía. Las primeras referencias seguras a la presencia de un castillo en Almuñécar se remontan al S.XI, cuando es mencionado en las memorias del Rey Abd Allah
Avanzando en la historia y adentrándonos en época cristiana, el manuscrito de 1658 Almuñécar Ilustrada y su antigüedad defendida, elaborado por el desconocido Teniente de Corregidor del momento, nos da la primera respuesta a nuestra pregunta: “Tiene la plaza de armas una hermita título de San Miguel, donde se dice Misa todos los días de fiesta”. Fíjense: la plaza de armas no se llama de San Miguel, sino que dentro hay una ermita dedicada a San Miguel, donde, por cierto, no hay ningún San Miguel. En el manuscrito, nuestro Teniente de Corregidor describe detalladamente el patrimonio de nuestro pueblo y también menciona las imágenes devocionales que hay en él, por lo que, si no nombra una talla de San Miguel, no es por olvido sino por ausencia. Y que siguiera sin haberla da cuenta la posguerra, cuando se recuperan las tallas destruidas durante la Guerra Civil y nadie queda encargado de traer al Arcángel.
Siguiendo nuestro hilo histórico, llegaremos a la Guerra del Rosellón, cuando el 7 de marzo de 1793, Francia invadió territorio español cruzando la frontera por Cataluña. El rey de España, Carlos IV, dispuso la realización de rogativas públicas en todo el reino para la recaudación de fondos. Es ahí donde encontramos ya una referencia al Castillo de nuestro pueblo con nombre propio, el del Arcángel: “D. Juan Galeote y Granada, vecino de Almuñécar y alcayde del Castillo de San Miguel, fortaleza de Granada, [dona] su sueldo durante la guerra”.
Finalmente, el Castillo pierde su utilidad defensiva tras la Guerra de la Independencia, que lo deja ruinoso en mayo de 1812 y no es hasta 1851 que vuelve a tener una función como cementerio. Desde aquel año hasta 1977, cuando se traslada el camposanto al Magnífico, el Pabellón militar que actualmente alberga el museo del Castillo se dividió en tres: en el centro se ubicó la Capilla y en los laterales tumbas de sexitanos ilustres y clero. La nueva Capilla del cementerio, que toma el relevo de la antigua Ermita de San Miguel, fue presidida este tiempo por el Cristo del Castillo, un crucificado de tamaño académico al que ya le dedicamos una Tribuna del Paseo en noviembre de 2023 y que presidía a su vez las Misas en honor a San Miguel cada 29 de septiembre en el Barrio.
Precisamente en los años 70, siendo alcalde (porque sí) D. José Antonio Bustos Fernández (1971-73), se potencian las fiestas de los barrios. Las fiestas del Barrio del Castillo eran unas fiestas vecinales, improvisadas y espontáneas, donde los castilleros sacaban a sus puertas lo que tenían y lo compartían con los demás entre el algarabío de la banda de música, el cante, el baile y el desfile de los cabezúos, sin olvidar los famosos y deliciosos buñuelos de una conocida familia de la Calle San Miguel, donde se desarrollaba el grueso de las fiestas. Lo que hoy son cervezas y jarras de rebujito, entonces era vino y aguardiente. Muchas anécdotas pueden contarse de aquella época, pero si sucedía algo verdaderamente extravagante, era detener el jolgorio y abrir paso al cortejo fúnebre que subía por la “cuesta de los muertos” y atravesaba la calle San Miguel dirigiéndose al cementerio. ¡Carpe diem! ¡Tempus fugit!
1979 es el primer año en que estas fiestas populares son organizadas junto con el Ayuntamiento, gobernado por el primer alcalde democrático D. Miguel Ávila Padial.
A partir de ahí, van tomando la forma que llegamos a conocer hoy con las diferentes casetas y conciertos, incluso se celebraba el Día del Turismo como parte de las fiestas. Una vez el cementerio es desalojado del Castillo, la feria se amplía hasta la Explanada de San Miguel. Pero algo raro sucedía en el barrio y fue un grupo de amigos jóvenes quienes pusieron solución. Si estamos en el barrio llamado de San Miguel porque vivimos junto al Castillo de San Miguel, donde había una ermita de San Miguel, nuestras fiestas coinciden con el día de San Miguel y el señor cura sube a celebrar Misa en honor a San Miguel… ¿No tendríamos que tener un San Miguel?
En realidad, era una idea que rondaba en la cabeza de algunos vecinos ya mayores desde hacía mucho tiempo, pero no fue hasta 1995 cuando, estos jóvenes amigos castilleros de pura cepa, iniciaron la aventura. Aquel año se hizo una Cruz de Mayo y a partir de ahí vinieron las rifas y todo tipo de eventos para sufragar los costes que acarreaba la creación de una nueva Hermandad. Muestra de ello fue la barra que instalaron durante la fiesta de inauguración de la Puerta de Almuñécar, cuyo beneficio se destinó al pago de la Imagen. El 26 de septiembre de 1996 este grupo ya no era sólo de amigos sino una comisión de trabajo oficial, que tenía como primera misión encargar la talla del Arcángel.
Se plantearon dos opciones: una, que la realizara el imaginero granadino D. Miguel Zúñiga Navarro, autor del Descendimiento y Santa María del Alba (la Cofradía de Semana Santa del barrio), e incluso se llegó a plantear que, como habría de realizar un misterio completo (que nunca se materializó), pedirle que regalara la Imagen de San Miguel y ser la misma Cofradía. La otra opción, que finalmente salió adelante, fue la de fundar una Hermandad distinta y que tallara al Santo el imaginero sevillano D. Juan Antonio Blanco Ramos, quien había realizado el año anterior las Imágenes de Jesús del Gran Amor y María Stma. de la Salud. En una de las visitas a su taller, los sexitanos bromearon con que en el Castillo siempre hace mucho aire durante las fiestas y que San Miguel podría tener el cabello y las vestiduras al viento. ¡Cuidado con las bromas! Lo cierto es que, según su autor, nuestro San Miguel estaría inspirado en el San Miguel del llamador del paso de la Esperanza Macarena de Sevilla.
El 26 de septiembre de 1997 este sueño ya era una realidad y aquel día se bendijo la nueva Imagen del Santo durante la Misa, presidida por el Cristo del Castillo como era costumbre. San Miguel había llegado apenas unos días antes entre una multitud que le esperaba en su calle para ver en primicia al tan ansiado Patrón. El día 27 fue la primera ofrenda floral y, el día 28, este grupo de vecinos, amigos y cofrades, puso en la calle una Hermandad completa, comenzando por la Cruz de Guía con sus faroles, del sevillano Manuel Martín Vázquez; su guión, del sevillano Fernando de la Poza; y su trono, elaborado por el sexitano José Cobo Cubero inspirado en el propio Castillo de San Miguel. El Ayuntamiento cedió las viejas escuelas del barrio como Casa Hermandad, donde además se instaló una Capilla. En los primeros años, sonó durante la salida de la fortaleza la marcha “San Miguel”, composición propia de la banda local Cristo de la Buena Muerte y el coro le dedicaba la canción “Arcángel”.
La emoción de haber culminado con éxito una aventura de juventud, dejó en el tintero otras ideas, como la de hacer una romería desde la Parroquia y celebrar una jornada de convivencia en el foso del Castillo junto a la carreta del Santo. O la construcción de una iglesia donde hoy está el parque infantil. Aquella generación se volcó para suplir una necesidad que tenía el barrio, la de su Patrón. Hoy son otras las necesidades y dolencias que vivimos, como la gentrificación que está desplazando a los autóctonos, incapaces de comprar viviendas con precios desorbitados, adquiridas por quienes que apenas habitan unas semanas al año o las destinan un turismo que desnaturaliza la esencia del barrio más castizo.

Pidamos a San Miguel que nuestra generación no deje morir su barrio.

