La Columna de Don Juan León | San Valentín: de festividad católica a consabiada campaña de marketing


¡Ah, oh, ay, los dardos de Cupido, que no las ‘flechas del amor’ de Karina! Una, ‘envenenada’, la mordió Adán y estamos ‘pagando’ lo que nos dejó en herencia; otra, llega indefectiblemente al corazón produciendo amor, desencanto, dolor, enamoramiento, pasión… 

     Y se me ocurre una maldad: ¿Se imaginan que anduviésemos sólo ataviados con una hojita de parra que tapara nuestras vergüenzas? ¡Qué bochorno, papi!

     Nos zambullimos en esta festividad católica, originada por la iglesia, del Día de San Valentín de Roma (ejecutado el 14 de febrero del 269 o 270) para contrarrestar otras paganas celebraciones romanas de su época, y que acarrea el consabido marketing, ya que pertenecemos a una sociedad de consumo y los obsequios, presentes o regalos asoman por doquier o están a la orden del día. 

     Todo un crisol de sentimientos encontrados, que configuran ‘parejas de baile’ antagónicas por lo que representan y según qué circunstancias:

     Alegría o tristeza; idílico o mundano; placentero o escabroso; tierno o ácido; atracción o desengaño; dadivoso o mezquino; confianza o suspicacia…

     Ha sido, es y será el asunto principal y preferido de infinidad de poetas, escritores de novelas, cantantes, filósofos, cineastas, psicólogos… que desgranan y confeccionan argumentos para verter su contenido, indefectiblemente, en novelas, películas, poesías, canciones… siempre aprovechándose de este sentimiento que mueve el mundo.

     Ya en la Antigua Grecia el hombre tuvo el impulso de definirlo y asignar un nombre a este cúmulo de sensaciones:

EROS: representaba el desenfreno, momentáneo y carnal, con una connotación más sexual.

STORGE: era fugaz, fraternal y duradero, el que nos hace leales y protectores.

ÁGAPE: resulta profundo y puro, con devoción, el más incondicional y anhela el bien.

PHILIA: comporta el amor por el prójimo y los buenos deseos, la cooperación y la solidaridad, que es el que se siente entre amigos, aunque son los más difíciles de definir.

     Para tratar sobre las clases de amor debemos prestar atención a tres componentes básicos, que configuran un triángulo ‘mágico’: intimidad, pasión y compromiso.

     El primero de ellos está relacionado con la cercanía, la conexión y la vinculación.

     El segundo supone atracción, tanto física como sexual.

     Y el tercero, lleva implícito el respeto, amén de compartir el tiempo y el espacio.

     Barajando estos tres ingredientes, la Psicología entra de lleno en su clasificación y nos ofrece este muestrario de siete exponentes o modelos:

     Cariño; encaprichamiento; vacío; romántico; sociable; fatuo, loco o ilusorio; y consumado.

     Yo, modestamente, aporto el amor interesado en el que predomina el provecho propio o la conveniencia desmedida y es, exclusivamente, materialista o mercantilista; y el lacerante o doloroso, que está muy vigente en nuestra sociedad, por mor de las separaciones o divorcios, que se tramitan a diario y con los que convivimos. 

     Si éstos son consensuados o civilizados, como corresponde a personas adultas y responsables, ¡miel sobre hojuelas! Pero, si son traumáticos o tóxicos, los hijos sufren en demasía las consecuencias de una falta de entente cordial, o si lesionan los intereses de alguno de ellos o de los dos… ¡es lamentable!

     Sin embargo, después de todo lo expuesto, me decanto por el AMOR PURO, con mayúsculas, que es el que se deposita en esos niños con problemas de diversa índole (hambre, enfermedades, vejaciones, desnutrición…) o como los que padecen el síndrome de Down que, por cierto, son mi debilidad. 

     Nacen a diario en los lugares más recónditos del planeta y con su ser dan testimonios de vida y exteriorizan gritos de alegría y tristeza dentro de un cuerpo, que crece siguiendo un caminar inexorable. Dentro de él, un cerebro cuidado por manos amigas quiere alcanzar la luz.

     En estos instantes, en los que esto escribo, mi intelecto no deja de dar vueltas, intentando analizar esta forma de sentimiento y queriéndome sumergir en este grupo de vidas que no conozco.   

     Mis ojos, como tantos otros; y mis manos, como tantas otras, se sienten hipócritas, vacías y nulas, porque sólo han sabido sentir “impotencia o insolidaridad” al contemplar a estos niños e intentar desvelar su problemática.  

     Sus seres queridos, próximos o lejanos, han entregado sus vidas por ellos, pensando que su trabajo, dedicación y desvelos darán el fruto apetecido y harán felices a estas ‘tiernas y entrañables personillas’.

     Ternura, bondad, mirada limpia, caricias… es lo que transmiten esos seres. Vale la pena luchar denodadamente, hasta la extenuación y desvivirse por ellos, ya que vuelcan en nosotros todo su cariño, el que jamás podremos igualar. Te llenan la cara de ardiente saliva y dan todo el amor que mana de su tierno corazón, sentimientos puros que quieren hacer llegar a sus padres o allegados, que se erigen en sus ‘superhombres, supermanes o superhéroes’. Notan su calor y se muestran generosos en el intercambio. 

     ¿No seremos nosotros algo insensibles o duros de corazón? ¿No seremos unos indiferentes recalcitrantes? Si estuviéramos ‘abrigados’ sólo con capas de egoísmo, soberbia, odio y resquemor… ¡qué lástima de tiempo desperdiciado!

     El gran romano Publio Cornelio Tácito lo explicaba así: “Es un error de la crueldad humana alabar siempre el pasado y desdeñar el presente”

     Este ‘hoy’ es el que tenemos que ‘atacar’ con todas nuestras fuerzas:  

¡“Ellos… sólo nos tienen a nosotros”!

      Juan de León Aznar… felicita de todo corazón a los enamorados de este 2024


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