A siglo y medio largo de distancia debemos sentir un sincero reconocimiento y enorme respeto por esos célebres e ilustres personajes ya que gracias a sus escritos, cuadros, dibujos, recuerdos, impresiones, vivencias y experiencias España fue convirtiéndose en reclamo turístico internacional de primer orden
Hoy que es posible llegar, ¡bendita tecnología!, a las principales urbes de nuestro ‘mundo mundial’ desde cualquier rincón del orbe, nos debe producir admiración pensar en las abundantes molestias e infinitos riesgos que afrontaron los escritores, dibujantes, artistas, eruditos, políticos (no los de ahora), militares y demás viajeros del período romántico, que nos visitaron en el siglo pasado. Ávidos por disfrutar apaciblemente de las imágenes luminosas de nuestras bellas y pintorescas ciudades, del carácter apasionado de sus gentes, de la grandeza de sus monumentos y del exotismo de sus paisajes, no dudaron en anotar en sus agendas los nombres de Madrid, Barcelona, Toledo, Burgos, Sevilla, Granada, Valencia, Salamanca… como destinos más escogidos.
Fueron increíbles las incomodidades que tuvieron que padecer y los peligros a que se exponían (a veces durante semanas) hasta llegar, al fin, a los susodichos destinos que tan fuertemente les atrajo por el renombre artístico, legendario e irresistible de sus historias o fama acumuladas desde siglos. Sintetizar el extenso temario del que hacer memoria resulta tarea fácil: nación aventurera, tierra de bandoleros, mujeres apasionadas, fiestas bárbaras, monumentos abandonados y costumbres originales, además de la excitante belleza del país. Comercio, arte, trabajo o estudio constituyeron los móviles que los catapultaron a tales peripecias.
Vistos desde la comodidad y facilidad de los viajes actuales, los personajes que nos visitaron entonces tenían un mérito enorme, desde el momento mismo en que para satisfacer sus ilusiones se veían abocados a una larga aventura. Si en algunos casos la historia de estos notables viajeros no acabó en tragedia, sí ocurrió así en otras muchas ocasiones con otros, no conservados por la Historia, pero que pagaron muy caro el atrevimiento de adentrarse por una nación inhóspita y extraña. Pésimos caminos, peores ventas o posadas, deficientes condiciones sanitarias o de higiene y frecuentes asaltos de bandoleros formaban parte del ‘atractivo’ cuadro de un viaje, desde cualquier punto de Europa en el siglo XVIII y en la primera mitad del XIX. No podemos ni debemos obviar que había que valerse de diligencias, mulas o del alquiler a elevados precios de los llamados ‘coches de colleras’, destartalados e incómodos carruajes arrastrados por una docena o más de caballerías, que no cubrían por jornada más de cincuenta y cinco kilómetros.
Era preciso dormir en varias ventas de dudosa o ínfima calidad, cruzar senderos desprotegidos donde los salteadores campaban a sus anchas y conocer historias de numerosos crímenes cometidos sobre indefensos viajeros. Hacía falta, por tanto, un evidente espíritu aventurero para disfrutar de las ‘bellezas patrias’ ofrecidas al final de tan atrayentes y seductoras rutas, como un premio para los osados que afrontaban sin miedo (?) o por necesidad semejantes temeridades.
Como muestra anecdótica baste con saber que por dos duros y medio se hacía la ruta Málaga – Granada y que solían verse por el camino a otros viandantes; un número considerable de muleros con sus recuas, bien armados con escopetas o espadas; o cruces a ambos lados del camino, señal inequívoca de muertes acaecidas tanto por asesinatos como de manera súbita. Vamos, que hicieron bueno lo dicho en su día por Rómulo Gallegos: “No aceptes nunca como compañero de viaje a quien no conozcas como a tus manos”.
En las ventas era fácil ‘observar o disfrutar’ de mesas y chimeneas; hombres tocados o ataviados con pequeños sombreros españoles, redondos y adornados con cintas de colores; navajas esgrimidas para ‘pescar’ viandas cárnicas presentadas en fuentes; fragancias típicas de guisos peninsulares; ingredientes clásicos como el tocino, el aceite o el ajo (tan denostado por Victoria Beckham); suelos de barro en las habitaciones (‘antiartríticos’); y camas, jergones, yacijas, camastros o paja limpia con más o menos mantas, refugio natural de las familiares pulgas. Lo normal y más aconsejable era no separarse de sus propias vestimentas.
Habida cuenta lo expuesto, es palmario reconocer que las dificultades y trabas en esta época eran muchas y el lamentable atraso de nuestras posadas no ayudaba a mejorar el panorama, aunque no se podían dejar de recomendar a personas con escasos medios, por su economía franca y su no muy elegante hospitalidad. Nadie se podía llamar a engaño, solicitar un imposible o pedir el ‘libro de reclamaciones’.
Las posadas habían tenido mala fama en general durante los siglos anteriores. Cervantes decía que la palabra ‘posada’ vino de ‘posar’ (descansar) y, por lo tanto, era la ‘casa propia de uno, donde habita o mora’. Calderón de la Barca, tratando el mismo asunto, las definía como ‘casas donde por dinero se recibe y hospeda la gente’. Posada era algo más que mesón y este un poco más que parador, aunque pudieran a veces confundirse todos a primera vista.
A siglo y medio largo de distancia debemos sentir un sincero reconocimiento y enorme respeto por esos célebres e ilustres personajes, por intrépidos e inquietos, que nos visitaron en su día, ya que gracias a sus escritos, cuadros, dibujos, recuerdos, impresiones, vivencias y experiencias España fue convirtiéndose en reclamo turístico internacional de primer orden.
MORALEJA: Disfruten del AVE; de los bonos de hoteles; de las Agencias de Viajes; de las Guías (CAMPSA y Paradores Nacionales); de las empresas internacionales de transportes con esos lujosos y cómodos autocares;de los cruceros de lujo; de nuestras líneas aéreas con sus exclusivas business class; de ese delicioso y relajante AVE; de las autovías y autopistas actuales; de esas jugosas estrellas MICHELÍN;de las suites excepcionales; y, en definitiva, de todo lo que les pueda complacer y colmarlos de satisfacción. ¡Aquello no era para nosotros!
P.D.: La viñeta es obra del magnífico dibujante y mejor arquitecto Francisco Javier Ruiz Bustos.
Juan de León Aznar – Septiembre – 2021

