La Columna de Don Juan León: “Veamos, hijo mío, ¿has mentido? “Padre, ¡no soy abogado!”


Batiburrillo/baturrillo, proviene del latín ‘batir, mezcla o resolver’ y se trata, en definitiva, de una mezcolanza de cosas que se desdicen entre sí, aunque se usara más al referirse a ‘guisados’. En la conversación y en los escritos, mezcla de expresiones inconexas y que no vienen a propósito. ¡Hasta aquí la RAE!

  Y aquí estamos, batiendo ingredientes que configuren anécdotas que puedan hacer pasar un rato distendido y agradable, dentro de este maremágnum político en el que estamos inmersos y, en definitiva, para darle forma a este cuarto anecdotario.

     Y como hay que empezar por alguien o por algo, lo haremos con una de nuestras más eximias celebridades, el histólogo Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, Navarra, 1852 – Madrid, 1934) y premio Nobel de Medicina en 1906.

     No se distinguía nuestro personaje precisamente por una retórica fácil, le costaba expresarse y sus clases, seguidas con atención por sólo algunos alumnos, eran unas ‘condenadas latas’, que la mayoría procuraba eludir.

     Un día, D. Santiago reparó en que el aula estaba repleta de estudiantes, faltando mucho para los exámenes y que no podía atribuir esa afluencia de discentes a ninguna causa visible. Pero, el hecho se sucedió día tras día, hasta que, curioso, preguntó a un sobrino suyo que asistía a sus lecciones, si podía explicarle el misterio.

     “Verá usted, tío. Es que usted tiene la costumbre de repetir la palabra ‘completamente’ como muletilla sin venir a ton ni son y los amigos juegan a pares o impares”. 

   D. Santiago cayó y, al día siguiente, con la clase llena, explicó el tema de la materia muy lentamente para que no se le escapara el consabido latiguillo. Al dar la hora, entró el bedel con la frase de rigor: “¡Es la hora, señor catedrático!”. Y entonces D. Santiago acabó diciendo: “Completamente, completamente, completamente, hoy ganan impares”.

     ¡Puede que regular orador, pero un genio absoluto!

     Sobre el sostén femenino debemos conocer una ‘curiosidad curiosa’. Ya las mujeres romanas usaban para sostener el pecho unas ‘facia pectoralis, mamillares o strophium’. Además, es sabido, que algunas damas de la alta sociedad empleaban unas sutiles redecillas de hilos argénticos o de oro para sujetar los pechos y que dejaban pasar por un agujero de la tal malla a los pezones, que eran pintados de carmín, oro o plata para resaltarlos y que hicieran juego con el citado strophium.

     Cada día se usa menos la palabra sostén y más la de sujetador. Es mucho más bonito imaginar algo que sujeta lo que tiende a escaparse, que algo que sostiene lo que tiende a caer. ¡Cuestión de criterios!  

         La mala fama de los galenos se ve plasmada en este cuento del siglo XVIII: 

     Un joven iba a casarse y al confesarse, viendo el sacerdote que no tenía mucha práctica en hacerlo, quiso ayudarlo:

“Veamos, hijo mío, ¿has mentido? “Padre, ¡no soy abogado!”, fue la respuesta.

“¿Has robado”? “Padre, ¡no soy comerciante!”, replicó al instante.

“Has matado? “¡Ay, padre, eso sí, soy médico!”.

     Firmin Abauzit (Uzés, Francia, 1679 – Ginebra, Suiza, 1767) fue un notable escritor, físico, teólogo y filósofo protestante francés. Se había refugiado en esta última ciudad huyendo de la persecución católica contra los hugonotes, que eran protestantes franceses seguidores de la doctrina calvinista del francés Juan Calvino, que defendía que no hay intermediario entre Dios y el ser humano.

     El domingo 24 de agosto de 1572, París se despertó con una matanza en la tristemente famosa ‘Noche de San Bartolomé’, dentro de las guerras de religión del siglo XVI y en las que perecieron unas diez mil personas.

     Cierto día contrató una sirvienta nueva, que tomó tan a pecho su cometido que quiso poner en orden todas las cosas de la casa, empezando por el despacho del escritor. Tal lo hizo que Abauzit le preguntó: “¿Qué has hecho con los papeles que estaban encima de esta mesa?”. Diligente y satisfecha ella contestó: “Pues, señor, los encontré tan sucios y polvorientos, que los eché al fuego y en su lugar puse éstos que están limpios”.

     El dueño de la casa la miró un momento y, sobreponiéndose, le espetó: “Has destruido el resultado de veinte años de trabajo. En adelante no toques ningún papel”.

     Y eso fue todo. Un gran ejercicio de paciencia y resignación cristiana.

     Una pregunta: ¿el año bisiesto ocurre cada cuatro años? Aproximadamente, sí. 

     En principio un año bisiesto es todo aquel cuya cifra es divisible por cuatro. En los años que rematan un siglo son solamente bisiestos aquellos en los que las dos primeras cifras son divisibles por cuatro. Por ejemplo: 1200, 1600, 2000, 2040… Ahora bien, los otros como 1900 no son bisiestos.

     Como el año 2000 lo fue, nosotros aguardaremos al próximo… ¡el 2024!  

     El 24 de abril de 1547, el emperador Carlos I de España y V de Alemania, venció a los protestantes en la batalla de Mühlberg a orillas del río Elba, que inmortalizó Tiziano en su célebre óleo sobre lienzo expuesto actualmente en el madrileño Museo del Prado. Los príncipes y ciudades protestantes alemanas de la Liga de Esmalcalda luchaban contra la Liga Católica de nuestro rey. En ella fue hecho prisionero el príncipe elector de Sajonia, Juan Federico I, ‘el Magnánimo’, que sufrió cinco años de cautiverio y cuya vida se le ofreció a su esposa Sibila de Cléveris a cambio de la ciudad alemana de Wittemberg. En su catedral o iglesia del castillo había clavado Marín Lutero, años antes, sus célebres 95 tesis. 

     En la propia iglesia estaba enterrado Lutero y el duque de Alba propuso al emperador  que desenterrase el cadáver, lo quemase y aventase las cenizas, a lo que Carlos I respondió: “Dejémosle reposar: ya ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra a los vivos y no a los muertos”.

         Juan de León Aznar… quemando los últimos días de este bochornoso verano’2023.


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