La Columna de Don Juan León | “Un hombre tiene derecho a mirar a otro hacia abajo sólo para ayudarle a levantarse”


Me apetecía, y así lo hago, principiar este anecdotario treintaiocho con un defecto bastante común en nosotros, los humanos, y que es la madre de todos los vicios. Me refiero a la soberbia, ese sentimiento dañino que hace que nos creamos superiores a los demás o tener mayores y mejores privilegios

     Y si habláramos de flechas, jáculos o saetas qué mejor cita que la del escritor español del Siglo de Oro Mateo Alemán de Nero (Sevilla, 1547; Ciudad de México, 1614): “La soberbia ataca con dos dardos: la ira y la envidia”.

     Sólo habría que pasear la vista por sus sinónimos o palabros más cercanos para darnos cuenta de la gravedad de esta ‘cualidad’ o apetito desordenado de ser preferido a otros. Todos ellos, en estricto orden ‘analfabético’, sonoros y rimbombantes, aunque nada edificantes, serían: altivez, arrogancia, engreimiento, fatuidad, jactancia, petulancia, presunción, orgullo, vanidad… ¿seguimos? Como muestrario es suficiente.

     Por tratarse tan sólo de una pincelada, hemos cumplido, así es que sin más dilación pasamos a nuestras anécdotas, procurando siempre alegrar el ánimo, algo decaído por estos tiempos que padecemos y habida cuenta los problemas agrícolas, ganaderos y pesqueros que sufrimos, sin contar la cesta de la compra, la electricidad, la sequía o los impuestos. Son muchos más, pero…

     Con las anécdotas atribuidas al dramaturgo George Bernard Shaw (Portobello, Dublín, Irlanda, 1856; St. Lawrence, Reino Unido, 1950), podrían llenarse varios libros. Les emplazo a leer algunas que nos den idea del carácter de nuestro ‘invitado’: ácido, agudo, ingenioso y perspicaz.

     Hasta hace unas cuantas décadas gozaba de una popularidad que, actualmente, no tiene ningún escritor, contaba con el fervor de sus fans y hasta se crearon las llamadas ‘Sociedades Bernard  Shaw’.

     En una oportunidad le dijo la bailarina estadounidense Ángela Isadora Duncan (San Francisco, California, Estados Unidos, 1877; Niza, Francia, 1927):     

     “Usted es el hombre más inteligente del mundo y yo la mujer mejor formada; si tuviéramos un hijo sería perfecto”.

     El escritor respondió: “Siempre que el niño no heredara el cuerpo mío y el cerebro de usted”

     El escritor, filósofo y periodista británico Gilbert Keith Chesterton (Kensington, Londres, Reino Unido, 1874; Beaconsfield, Londres, Reino Unido, 1936) sostenía que una buena esposa es un gran consuelo en la vejez. La respuesta de Shaw, un tanto misógina y machista, fue:

     “Una buena esposa es un gran consuelo para el hombre en todas las dificultades y contratiempos que nunca hubiera tenido de haber quedado soltero”.

     Pidió Shaw un libro prestado a un vecino y recibió la siguiente contestación:

     “Tengo por norma no dejar salir un libro de mi biblioteca, pero me consideraré honradísimo si el señor Shaw viene a consultarlo en ella cuando y como le plazca”.

     Como es natural el autor de ‘Pigmalión’ (“My fair lady”, en versión cinematográfica) no respondió a tan cicatera invitación. Pero poco después tuvo oportunidad de ‘vengarse’: el vecino envió un criado a pedir una regadera prestada y esta fue la respuesta de nuestro personaje:

     “Tengo por norma no permitir la salida de una sola regadera de mi casa. No obstante, veré con mucho placer que venga usted a trabajar en mi jardín cuantas horas quiera, y a regar cuantas veces quiera mis macizos”.

     En otra ocasión le preguntaron: “¿Es usted socialista o anarquista?”.

     Y éste contestó: “Soy vegetariano”.

     En una recepción en la que se ensalzaban los inventos modernos, dijo Shaw:

     “No todas son ventajas. Hay que ver cuánto han aumentado las visitas desde que se inventó el ascensor”.

     Una importante dama envió a Shaw una tarjeta que decía: “Estaré en casa de cinco a ocho”. Él respondió con otra en la que había escrito: “Y yo también”.

     En el departamento de un tren que atravesaba Escocia, dos señoras hablaban de él, sin imaginar que el tercer ocupante del recinto era el mismo escritor, al que una alababa y la otra criticaba. Por fin, pidieron a su anónimo compañero de viaje que les diera su opinión sobre el controvertido autor. Y dijo:

     “No puedo darla; nunca compré un libro suyo”.

     Preguntó al célebre explorador del Polo Norte, el noruego Friotjof Nansen (1861 – 1930), aquejado de una fuerte cefalea:

     “¿Nunca ha buscado usted algún remedio eficaz para el dolor de cabeza?”.

     “No”, contestó sorprendido y malhumorado el otro.

     Simuló extrañarse el escritor y le replicó: “¡Qué raro! Consagrar su vida a explorar el Polo Norte, que a nadie interesa, y no haber buscado nunca un remedio para el dolor de cabeza, que interesa a todo el mundo”.

     Y acabaremos esta serie de peripecias con una que resume lo que ese agrio irlandés pensaba sobre lo verosímil de las anécdotas, que se suponía había protagonizado.

     Tras celebrar con entusiasmo un cuento que un amigo le narrara, le dijo Shaw:

     “Me ha gustado tanto ese cuento que le autorizo a que me lo atribuya”.

     Y como broche  final, una extraordinaria cita de Gabriel García Márquez: 

     “Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”.

             Juan de León Aznar… se despide de sus pacientes lectores y les libera de sus modestas exégesis ‘anecdotarias’… cuídense mucho, disfruten de un buen verano, abarroten las pilas de energía positiva y les emplazo y, a su vez amenazo, con volver… allá por el mes de septiembre’2024  


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