La Columna de Don Juan León | “Tiene tantas raíces el árbol de la rabia que a veces las ramas se quiebran antes de dar frutos”


Podemos leer en el diccionario que la rabia es un sentimiento de disgusto grande, que a veces nos hace perder los nervios o actuar violentamente. Es una emoción que se expresa y manifiesta a través del resentimiento o la irritabilidad y que nos conduce, inexorablemente, a un aumento del ritmo cardíaco, de la tensión y de los niveles de adrenalina

     Si la expresáramos de manera asertiva, la que exterioriza las preocupaciones e inquietudes de forma clara y directa, no agresiva, y que respeta las ideas de los demás, controlaríamos saludablemente la ira.

     También estamos familiarizados con sus sinónimos: cólera, coraje, enfado, enojo, exasperación, furia, furor, ira o irritación.

     Por desgracia, es una enfermedad zoonótica (infecciosa) viral, causada por un ‘Rhabdoviridae’, que ataca al sistema nervioso central, causando una encefalitis con una letalidad cercana al ciento por ciento. Es un virus muy extendido por todo el planeta y ataca a mamíferos, tanto domésticos como salvajes, incluyendo al ser humano al que inoculan el virus, que se encuentra en las secreciones de los animales infectados (saliva u orina), y que provocan en la persona lesiones por mordedura o por agentes intermediarios como mosquitos u otros insectos.

     Y sale, ¡cómo no!, a la palestra nuestro amigable refranero: 

     “Muerto el perro se acabó la rabia”, que viene a decirnos que si cesa la causa termina con ella sus efectos. Se aplica a un enemigo que no puede hacernos daño por estar fallecido o a cualquier persona que nos esté provocando un perjuicio.

     El gran maestro asceta indio Buda (563 – 483 a.C.) nos invita a abrir el anecdotario setenta y cinco con esta cita, que nos revela una interesante reflexión sobre cómo actuamos bajo la rabia: 

     “Aferrarse a la rabia es como agarrar un carbón ardiendo con la intención de tirarlo a alguien; eres tú quien te quemas”.

     Aunque el escritor, orador y humorista estadounidense Mark Twain (1835 – 1910) es más directo y gráfico: 

     “La rabia es un ácido que puede hacer más daño en el recipiente en el que se almacena que en cualquier otra cosa en que se vierte”.

     En el anterior anecdotario contamos anécdotas atribuidas a don Miguel de Unamuno y Jugo (1864 – 1936), pero vamos a añadir un par de ellas más:

     Durante los tiempos violentos de la Segunda República (1931 – 1939) le preguntaron si llevaba pistola.

     “Más, mucho más”, contestó el gran vasco.

     “¿Una ametralladora?”, bromeó el preguntón. 

     “¡Un crucifijo!”, respondió el insigne escritor.

     Refiriéndose a Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 – 1831), el filósofo más notable del idealismo alemán, el último de la modernidad y llamado, incluso, la ‘conciencia del modernismo’, dijo:

     “Pretendió reconstruir el Universo con definiciones, como aquel sargento de artillería que decía que los cañones se construyen tomando un agujero y recubriéndolo de hierro”.

     A la bella y frívola, pero a la vez generosa y leal, Marie – Pauline Bonaparte o Borghese (1780 – 1825), hermana de Napoleón Bonaparte o Napoleón I (1769 – 1821), le preguntaron  por qué había consentido en posar desnuda para el escultor y pintor italiano Antonio Canova. La fémina respondió sin vacilar: 

     “Porque había estufa”

     Esta dama desafió las convenciones de su época y la autoridad de su hermano, ‘coleccionando’ amantes y aventuras. A pesar de ello, el emperador francés decía de ella que era:

     “La mujer más hermosa de su tiempo y la mejor de las criaturas vivientes”.

     No en vano le acompañó en su primer destierro en la isla de Elba (entre Córcega e Italia) y la multitud de cartas que le escribió a su segundo exilio en Santa Elena (océano Atlántico) para aliviar sus años de soledad, donde murió víctima de un cáncer de estómago a los 51 años de edad en 1821, rodeado de humedad, termitas y ratas.

     La esposa de un conocido escritor, vecina de mesa de Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen (1815 – 1898), príncipe de Bismarck, duque de Lauenburgo, estadista y político alemán artífice de la unidad alemana, empezó a llamarle ‘Excelencia’, después ‘señor Bismarck’ y más tarde ‘mi querido Bismarck”.

     Entonces, el conocido como el ‘Canciller de Hierro’, se inclinó galantemente hacia ella, y susurró en su oído:

     “Mi nombre es Otto, querida señora. Y creo que será conveniente no pasar de ahí”.

     “Tengo el honor de ser francés”, dijo un joven peregrino, mientras besaba la mano de Gioacchino Vincenzo Raffaelle Luigi Pecci, el papa León XIII (nº 256), reconocido por su encíclica ‘Rerum novarum’ (15 de mayo de 1891) con la que se granjeó un reconocimiento sin precedentes.

     El gran papa le bisbiseó: “No hable tan fuerte, porque podría ser molesto para los que no tienen ese honor”.

     Su gran labor fue reconciliar a la iglesia con el mundo, a la fe con la ciencia y al papado con Italia.

     Y ponemos el punto y final con la escritora afroamericana feminista, lesbiana y activista por los derechos civiles Audre Geraldine Lorde (1934 – 1992): 

     “Tiene tantas raíces el árbol de la rabia que a veces las ramas se quiebran antes de dar frutos”. 

Juan de León Aznar … ¿respiramos?… luego seguimos caminando por este ’2025


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