Dos puntualizaciones antes de arrancar con este anecdotario setenta y cuatro: si recurrimos al diccionario y buscamos la palabra cría se nos explica que se trata de nuestras acciones encaminadas a cuidar de un niño, animal o planta mientras crece. Si acudimos al sapientísimo refranero encontraremos los suficientes adagios, aforismos, dichos, proverbios o sentencias que nos aconsejan o preparan para tal menester.
Pero, ¿y si juntamos ambos términos? Pues, nos queda algo como:
“Dios los cría y ellos se juntan” … las personas con características, gustos o ideas similares tienden a juntarse.
“Cría cuervos y te sacarán los ojos” … que hace referencia a la ingratitud de las personas.
“Cría fama y échate a dormir” … una vez conseguida, poco trabajo cuesta conservarla, pues no se da crédito ni a la evidencia que merecería descrédito.
“Quien hijo cría, oro cría” … ya que la paternidad o maternidad proporciona infinidad de satisfacciones.
“Dios los cría y el viento los amontona” … asociaciones de gentes afines.
Y no falta el donaire o salero popular:
“Pura gitanería, no tener cabra y vender cría” … ¡coméntenlo ustedes!
El escritor, crítico literario y guionista británico Henry Graham Greene (1904 – 1991) expone con claridad meridiana el trasfondo de lo tratado:
“La gente habla de la mayoría de edad. Eso no existe. Cuando uno tiene un hijo está condenado a ser padre toda la vida. Son los hijos los que se apartan de uno. Pero los padres no podemos apartarnos de ellos”, que viene a decirnos que ese hombre o mujer, tiene tras sí la figura de unos padres que siempre estarán pendientes de ellos.
¡Qué mejor comienzo que con una suculenta anécdota jocosa e ingeniosa!
En vísperas de exámenes se presentó en casa del escritor y filósofo bilbaíno, perteneciente a la ’Generación del 98’, don Miguel Unamuno y Jugo (1854 – 1936), uno de sus alumnos de griego, quien le dijo:
“Vengo a pedirle un gran favor. Mañana me examinaré y no sé una palabra. Pero es que viene mi padre a Salamanca exclusivamente para presenciar mis exámenes porque el pobre cree que soy todo un helenista. Me duele defraudarle, y por eso me atrevo a suplicarle que me pregunte usted una lección convenida, que yo me aprenderé esta noche lo mejor que pueda. Después usted me hace otras preguntas, yo no las contesto, y usted me suspende. Pero mi padre se irá contento”.
Le hizo gracia al insigne escritor la proposición, y accedió a preguntarle la lección diecisiete. Al día siguiente, en plena solemnidad salmantina, ordenó el gran catedrático:
“Dígame usted la lección diecisiete”.
Para su mayúscula sorpresa, dijo el alumno: “No me la sé”.
Intrigado, susurró Unamuno. “¿Es que no era la lección diecisiete?”.
A lo que el examinando respondió: “Sí, pero es que no ha venido mi padre”.
Jugando a los naipes comentó don Miguel que quien los había inventado había sido el hombre más listo del mundo.
Uno de los componentes de la partida de cartas le preguntó:
“¿Y qué diría usted del que inventó la cama?”.
Sin inmutarse, respondió presto el gran pensador:
“Nada. Porque estoy seguro que era el mismo”.
En el anterior anecdotario hablamos o escribimos sobre el fundador de las ‘Escuelas del Ave María’, el sacerdote burgalés Andrés Manjón y Manjón (1846 – 1923), pero por falta de espacio omití un par de sus célebres anécdotas:
Regresó en tren a Granada tras haber leído una ponencia sobre “Derecho de los padres en la instrucción y educación de sus hijos” en un importante congreso de educación.
Una de las varias personas acomodadas en su departamento le preguntó si había oído el discurso del padre Manjón, que a todos les había parecido magnífico.
Sonriendo, respondió el sabio pedagogo que sí lo había oído, pero que no le había parecido tan magnífico.
Volviéndose de espaldas al padre Manjón, dijo el hombre a sus acompañantes, con tono de furia y hartamente malhumorado:
“Es inútil perder el tiempo con estos curas que no entienden nada de nada”.
A su santidad, unía el padre Manjón un gracejo que justifica lo mucho que se cuenta sobre él, ya que podría decirse, sin incurrir en una hipérbole o exageración, que su vida entera fue una pura anécdota.
Lo es, al menos, el que fuera en su pollino o asno desde el Sacromonte granadino a la Universidad, a dictar sus clases de Derecho Canónico.
La borrica se llamaba ‘Morena’ y su dueño solía hablar de ella siempre con gran cariño:
En cierta oportunidad comentó:
“Mi borriquilla tiene un gran mérito. Lleva muchos años llegando a las puertas de la Universidad, pero nunca se le ha ocurrido entrar. Y es que se da cuenta que haría un mal papel dentro. ¿No os parece que más de uno podría tomar ejemplo de la ‘Morena’?”.
Como quiera que la maternidad y la paternidad se aprende en el día a día, bueno sería recordar lo escrito por el músico, compositor y productor canadiense Michael Stephen Levine de 75 años de edad:
“Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista”. Lo que se exige es amor, presencia y compromiso.
Juan de León Aznar … ¿ola de calor en junio?, ¿y julio y agosto’2025?
