La Columna de Don Juan León: “Si las ideas no acuden con presteza a tu imaginación, estimúlalas con un vasito de vino”


     Las anécdotas, como las citas literarias, hay que compilarlas y archivarlas para que en su momento oportuno afloren, salgan a luz y surtan el efecto deseado

     Así es que seguiremos mezclando ambas para procurarle al lector un rato agradable o, al menos, alejarlos por unos instantes de esos quehaceres cotidianos que, aunque rutinarios, no dejan de acarrearnos problemas y que, en ocasiones, nos ‘obsequian’ con situaciones harto complejas: afectivas, económicas, emocionales, familiares, físicas, sociales… de las que tratamos en este sexto anecdotario.

     Es de conocimiento público y de todos conocido, que un porcentaje muy alto de artistas, ya sean arquitectos, escritores, escultores o pintores, han tenido unos arduos comienzos, por precarios e indigentes. Y algunos, incluso, han ‘disfrutado’ de reconocimiento… después de su fallecimiento.

     Y casi siempre ha aparecido la figura del mecenas, esa persona altruista y desinteresada que los ha apoyado en sus disciplinas. Sólo han recibido una íntima remuneración: el placer estético, moral o intelectual, amén de su vanidad satisfecha, en el buen sentido. 

     “Si un mecenas le compra a un artista que necesita dinero, herramientas, tiempo o comida, el mecenas se iguala entonces al artista; introduce arte en el mundo; crea”. Si esto lo escribe el poeta estadounidense Ezra Weston Loomis Pound… habrá que tenerlo en cuenta.

     Y a propósito con lo expuesto me hago eco de una anécdota del gran escritor, poeta, historiador y político francés del periodo romántico y Académico de la Lengua, Alphonse Marie Louis de Prat de Lamartine (Mâcon, Francia, 1790, París. 1869):

     Cuando este escritor pretendía hacerse un nombre en el mundo literario, alguien le habló de un señor que presumía de ayudar a los escritores noveles. El tal señor, que incluso era diputado, al serle presentado a Lamartine en un café le dijo: 

     “Mañana vaya por casa y me leerá cualquier cosa”.

     Así lo hizo el poeta. Al día siguiente se presentó en casa del presunto mecenas y le leyó su poema “La caída de un ángel”, hoy considerado como una de las obras maestras de la literatura francesa. Cuando terminó, preguntó al diputado: 

     “¿Qué le ha parecido?”.

     “Muy bien joven. Yo también tengo un sobrino que escribe tonterías parecidas”.

     Qué buena ‘vista’ tenía el bienhechor. ¿Se la conservaría el Señor por muchos años?

     Los monarcas antiguos tenían fama de ‘tragaldabas’. De nuestro Carlos I de España decía el escritor Pedro Antonio de Alarcón: “Era el más comilón de los emperadores habidos y por haber. Era más flamenco (Flandes) que español, sobre todo en la mesa”. Y es que nos cuenta que nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto monasterio de Yuste los más raros y exóticos manjares: pescados de todos los mares, aves renombradas en Europa y carnes, frutas y conservas de todo el universo.

     Con decir que degustaba ostras frescas en el centro de España, queda todo dicho, ya que por entonces no existían los caminos carreteros y hay que tirar de imaginación para entender que llevar esas viandas en buen estado a la sierra de Jaranda (Cáceres) suponía toda una proeza. 

     Un día, el barón de Montfalconnet, uno de sus mayordomos, aludiendo a la afición que el emperador sentía por los aparatos (impresionante colección de relojes) que le construía Juanelo Turiano, le dijo: 

     “No sé ya como complacer a Vuestra Majestad; como no sea con un plato de relojes…”.

     El rey contestó: “He querido aunar diez pueblos y no soy capaz de que estos relojes, a los que doy cuerda todos los días, den a la vez la misma hora”.

     Este hobby, años más tarde, fue ‘heredado’ por otro rey español, Carlos IV.

     Esopo (Mesendria (?), Delfos, Grecia, 564 a.C.) y gran escritor de la Antigua Grecia, fue el creador de la fábula, un relato breve protagonizado por animales personificados con una finalidad didáctica por su moraleja final: “La cigarra y la hormiga”, “El león y el ratón”, “El lobo y el cordero”, “La zorra y el cuervo”, “La rana y el toro”, “La tortuga y la liebre”, “El grajo y el pavo” … Este listado escoge animales no repetidos. 

     El preámbulo nos sirve de introducción a la anécdota que viene a continuación:

     El príncipe de Salm – Salm (siglo XVIII), un estado del Sacro Imperio Germánico localizado en los actuales departamentos franceses del Bajo Rin y los Vosgos, era jorobado y muy contrahecho. Un día en uno de los pasillos del palacio del Louvre, un cortesano, al verlo pasar, le dijo a otro: “Ahí va el Esopo de la corte”.

     Le oyó el príncipe y respondió en alta voz: “En efecto. Esopo hacía hablar a las bestias”.

     Alexis Piron (Dijon, Francia, 1680 – París, 1773) fue un célebre poeta satírico y dramaturgo francés. Cierto día entró en una taberna y se encontró con su amigo y rival Prosper Jolyot de Crevillon (Dijon, Francia, 1674 – París, 1762) también dramaturgo, que le dice: “¿Sabéis que la hija del tabernero ha parido?”.

     “¿Y que me importa a mí?”, responde. A lo que el otro le contesta: “Es que dicen que el hijo es vuestro”.

     La conversación acaba con un escueto: “¿Y qué os importa a vos?”.

     Acabaremos con un consejo del afamado escritor y político inglés Richard Brinsley Sheridan (Dublín, Irlanda, 1751 – Londres, Reino Unido, 1816), que fue durante muchos años propietario y director del Teatro” “Drury Lane” y está enterrado en la abadía de Westminster:

     “Si las ideas no acuden con presteza a tu imaginación, estimúlalas con un vasito de vino, y si las ideas no se te brindan y acuden espontáneamente, justo será que las recompenses con un buen vaso de vino”.

     Cuando un pensador lo dice, habrá que tenerlo en consideración. ¡Estos ingleses!

           Juan de León Aznar… quemando los últimos días de este octubre’2023


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