Se define la amistad como un afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato, y añade el compañerismo y la camaradería como positivos complementos. Se trata de un vínculo que se mantiene con el contacto asiduo, un interés recíproco a lo largo del tiempo y uno de los mayores secretos de la felicidad
Sin duda alguna, cultivar una buena amistad y disponer de buenos amigos es un preciado don del que disfrutamos los mortales.
Pienso, modestamente, que si dos o más individuos, de igual o distinto género, se embarcan en la travesía de la amistad; deambulan por la cubierta de un feliz navío; otean un horizonte, pleno de anhelos; despliegan las velas de unas ilusiones conjuntas; anclan pesares y alegrías al unísono; sortean las elevadas olas de una mar encrespada y embravecida, que representan los obstáculos a superar sin que aflore el desánimo; impulsan sus firmes, rudas y robustas maromas, que abrazan con esmero y seguridad a los norayes y las bitas de los muelles; atracan en un ensoñador puerto de común acuerdo; y bajan la pasarela, henchidos de gozo… nos hemos dado de bruces con unos leales y nobles amigos… ¡que no son fáciles de encontrar!
Con dos extraordinarios filósofos, griego y romano, respectivamente, comenzamos el anecdotario sesenta y siete:
“El deseo de ser amigos es un trabajo rápido, pero la amistad es una fruta de maduración lenta” … Aristóteles (384 – 322 a.C.).
“Una de las cualidades más bonitas de la amistad es comprender y ser comprendido” … Lucio Anneo Séneca (Corduba, Córdoba, 4 a.C. – Roma, 65 d.C.).
Conocida es la frase de nuestro ilustre navarro y Premio Nobel de Medicina (1906), del que tratamos en el anterior anecdotario, Santiago Ramón y Cajal (1852 – 1934):
“Los enfermos se pueden curar con el médico, sin el médico y, muchas veces, a pesar del médico”.
Flavio Teodorico, ‘el Grande’ (454 – 526), rey de los ostrogodos, era arriano y tenía como hombre de su máxima confianza a un ministro católico. Éste, deseoso de afirmar aún más la privanza, se convirtió a la religión de su rey y Teodorico, con perfecta lógica, mandó que le cortaran la cabeza, diciendo:
“Si no ha sido capaz de ser fiel a su Dios, ¿cómo iba a serme fiel a mí, que no soy más que un hombre?”.
El arrianismo, que no tuvo mucho arraigo en Hispania, era una doctrina cristológica, atribuida al asceta, presbítero y sacerdote Arrio (256 – 336), que sostenía que el Hijo es distinto del Padre y por tanto subordinado a Éste.
En cierta oportunidad, el gran compositor austríaco Wolfgang Amadeus Mozart (1756 – 1791) se apostó con su también paisano y colega Franz Joseph Haydn (1732 – 1809) seis botellas de vino a que compondría una pieza musical que el conocido como “el padre de la sinfonía” no podría interpretar.
Aceptado el envite, rápidamente escribió Mozart unas notas y se las entregó al célebre musico, quien se sentó al piano y arrancó con entusiasmo, aunque poco después se detuvo, diciendo:
“Mis dos manos están en los extremos del teclado, ¿cómo voy a poder tocar esta tecla que está en el medio”.
Divertidísimo se sentó Mozart al piano y, mientras tocaba con sus dos manos las teclas de los extremos, con la nariz tocaba la del centro. ¡Apuesta ganada!
En un teatro de Barcelona se presentaba por vez primera un ignoto pianista quién, además de ser poco conocido, tuvo la mala fortuna de que un fuerte aguacero se abatiera sobre la ciudad el día señalado para su concierto, por lo cual, cuando se mostró al público, observó que no pasaban de una docena los que habían desafiado las inclemencias del tiempo y se habían presentado para oírle.
Sin inmutarse, se dirigió a ellos diciéndoles:
“Como ustedes no habrán cenado, y yo tampoco, si ustedes quieren se vienen conmigo al hotel, cenamos, y después, allí mismo, les doy el concierto”.
Todos aceptaron encantados, y así, en el hotel ‘Falcón’, y ante una docena de melómanos, dio su primer recital en Barcelona el genial y virtuoso compositor austrohúngaro Franz Liszt (Raiding, Austria, 1811; Bayreuth, Alemania, 1886).
No cabe duda que el compositor italiano, autor de 39 óperas, Gioachino Rossini (Pésaro, Italia, 1792; Passy, París, Francia, 1868), pasó a la historia por ‘algo más’ que por su manera de preparar los canelones, pero también es cierto que se trataba de un gran comelón o hambrón.
Invitado un día a la casa de una señora muy tacaña, que sólo le servía lo que para él eran ínfimas raciones en cada plato, le dijo la anfitriona cuando ya se despedía de ella, que confiaba en que muy pronto volvería a comer con ella, a lo que respondió ‘prestísimo’ el gran músico:
“Ahora mismo señora, si no le importa”.
El ‘cannelloni alla Rossini’ es un clásico de la gastronomía. Está relleno de carne o pollo con foie gras, trufas o champiñones y un toque de vino dulce, y bañado con bechamel, queso parmesano y/o trufa rallada. ¡Bocato di cardinale!
“No camines detrás de mí; no te guiaré. No camines delante de mí; te seguiré. Sólo camina a mi lado y sé mi amigo”, del novelista francés Albert Camus (1913 – 1960); o “Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”, del escritor estadounidense Elbert Hubbard (1856 – 1915). Ambas citas demuestran que la amistad es un verdadero tesoro… que hay que conservar como oro en paño.
Juan de León Aznar … percibiendo aún el azahar en este mayo’2025
