“Es más ‘agarrao’ que un chotis” (baile castizo, popular y típico madrileño) se escucha con relativa frecuencia. Este término lleva aparejado las acepciones de avariento, cicatero, mezquino, roñoso o tacaño.
Este individuo es una persona poco dadivosa, con un excesivo celo por el dinero o muy apegado a sí mismo, y que tiene un casi enfermizo interés por gastar lo menos posible.
El ahorro conlleva un comportamiento aconsejable, saludable y recomendable, pero el problema surge cuando esta conducta se vuelve compulsiva y entramos en los fangosos terrenos de la mezquindad.
Como cualquier otro vicio, la tacañería produce placer en el practicante y sufrimiento en su entorno más cercano. Y a mí me sirve para abrir el anecdotario cincuenta y seis.
En ‘Proverbios’ 11:24 podemos leer: “Da con generosidad y serás más rico; sé tacaño y lo perderás todo”.
El dramaturgo francés Albert Guinon (1861 – 1923) también se suma a la causa:
“El avaro experimenta a la vez todas las preocupaciones del rico y todas las penalidades del pobre”.
¿Y qué me dicen de estos chascarrillos?: “Era un hombre tan tacaño que estaba soñando que cenaba en un restaurante y se despertó para no pagar la cuenta” o “el que escuchaba misa por televisión y apagaba la tele antes de que pasara el cepillo limosnero”.
Aunque nuestro refranero, que es extraordinario, no se queda atrás:
“Es tan tacaño, que camina con los codos para no gastar suela”.
George Washington (Virginia, Estados Unidos, 1732 – 1799) era tremendamente ahorrativo y siendo el primer presidente de los Estados Unidos desde 1789 a 1797, autorizó la compra de una cadena de ancla nueva para un barco, pero recomendando que se buscara alguna utilidad a la vieja.
Durante la Conferencia de Paz de París, que comenzó el 18 de enero de 1919 y ponía fin a la Primera Guerra Mundial, el delegado italiano reclamó Fiume (Estado Libre independiente de la costa del mar Adriático, que existió entre 1920 y 1924), argumentando que allí vivían cien mil italianos, a lo que replicó el delegado estadounidense:
“En Nueva York viven dos millones de italianos. Espero que no la reclamen también”.
En esta conferencia participaron los representantes de los 32 países implicados en el conflicto y ya en el Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919, Alemania fue designada como única responsable del bélico enfrentamiento.
Durante una sesión en la Cámara de los Comunes, y estando presente Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó (Madrid, 1878; Lausana, Suiza, 1953), duque de Alba y embajador de España, Winston Leonard Spencer-Churchill (1874 – 1965) criticó al gobierno español diciendo que Francisco Franco Bahamonde (Ferrol, Galicia, España, 1892; Madrid, 1975) había recibido ayuda de Adolf Hitler (1889 – 1945). Indignado, el diplomático español se retiró dando un portazo lo suficientemente sonoro para ser oído por el orador.
Días después el embajador español fue especialmente invitado a concurrir a una sesión en la que volvería a hablar el estadista inglés. Lo hizo, y quedó gratamente sorprendido al escuchar al ‘león’ elogiar a Franco por haber impedido la entrada de España en guerra y el paso de tropas alemanas por el territorio hispano, por la ayuda prestada a los pilotos ingleses, por haber salvado la vida de miles de judíos, etc.
Cuando finalizó su alocución, hizo un irónico saludo en dirección al palco donde se encontraba el embajador, y dijo:
“Espero que esta vez el duque de Alba no me dé con la puerta en las narices”.
El conocido actor sir Cedric Webster Hardwicke (1873 – 1964) era gran amigo del genial escritor George Bernard Shaw (1856 – 1950), premio Nobel de Literatura en 1925 y 1938, y en cierta ocasión le presentó a su hijo de catorce años.
Al despedirse de los visitantes, dijo Shaw al muchacho:
“Dentro de veinte años podrás decir que has estrechado la mano de Bernard Shaw. Y todos te preguntarán quién diablos era Bernard Shaw”.
En una oportunidad Shaw fue atropellado por un ciclista. No sufrió daño alguno y, a las disculpas de su ‘agresor’ respondió:
“Un poco más de velocidad y habría pasado usted a la historia”.
A un periodista que lo tenía harto con sus preguntas, dijo el autor de ‘Hombre y Superhombre’:
“Si uno de esos pesados que tanto abundan me preguntan qué estoy escribiendo, me lo quito de encima diciéndole: ¡No escribo más!”.
El nada perspicaz ‘plumilla’ aprobó el comentario de esta guisa:
“¡Bien pensado!”, preguntando a continuación: “¿Qué es lo que está preparando actualmente?”.
“¡No escribo más!”, fue la fulminante respuesta.
Ya comentamos en un anecdotario anterior dedicado a este personaje, concretamente el treinta y ocho, que era sumamente prolijo en anécdotas.
Y permítanme la licencia, osadía e inmodestia de cerrar este artículo con una frase de propio cuño, que hace referencia a esa costumbre, tan hispana y habitual ella, de meter la mano en la cartera o el monedero para ‘invitar’… ¡sin encontrarla!, o escuchar el tan clásico ‘¡pago yo!’… sin llevarlo a cabo o hacerlo efectivo:
“Sacas la cartera tan despacio que, en el Oeste americano, serías cadáver”.
Juan de León Aznar … en otro ‘febrerillo, el loco’; pero éste, ¡ya en el 2025!
