La paciencia es la ‘madre’ de la ciencia se escucha por ahí, aunque también se dice que es el ‘padre’ de la conciencia y la ‘hermana’ fuerte de la inocencia
Sea como fuere, esta triada es poderosa y debemos valorar muy mucho al individuo que posea estas cualidades, ya que le ayuda a gestionar la frustración y a mejorar su nivel de vida.
Discernir entre lo bueno y lo menos bueno es la gran virtud que aquí justipreciamos y que nos aportará un mayor provecho, tanto personal como social, moral y económico. Y con lo expuesto, damos paso al anecdotario treintaiséis.
Muchos pensadores se han preocupado de ensalzar esta cualidad. Dos ejemplos:
“La paciencia es la fortaleza del débil, y la impaciencia, la debilidad del fuerte”, escribió el maestro espiritual indio Eknath Easwaran, y “La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces” del suizo francófono y polímata Jean-Jacques Rousseau.
Fernando VII, ‘el Deseado o el Felón’’, nació el 14 de octubre de 1784 en San Lorenzo de El Escorial (Madrid) y falleció el 29 de septiembre de 1833 (Madrid). Despertaba en su entorno los mismos sentimientos que transmitía al resto de los españoles. Este comentario lo prueba el hecho de que momentos antes de morir, su primera esposa y prima, María Antonia de Nápoles (matrimonio en 1802 y fallecida en 1806 de tuberculosis), le dijera a su suegra María Luisa de Parma (1751 – 1819), madre, por tanto, del interfecto:
“Siento, señora, bajar al sepulcro sin haber tenido el tiempo necesario para formar el corazón de Fernando, a quien vuestra Majestad no ha sabido educar”.
La segunda esposa de este ‘tenebroso personaje’ fue su sobrina Isabel de Braganza (matrimonio en 1816, hasta su muerte en 1818 por cesárea mal hecha), era muy ‘buena chica’, pero muy fea y aportó muy poca dote, así es que el pueblo de Madrid la recibió con pasquines que decían: “Fea, pobre y portuguesa, // ¡chúpate esa!”.
Con su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia (1819 – 1829) no tuvo descendencia, y la cuarta y última, con su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias, que sucedió en 1829, tuvo dos hijas. La mayor, reinaría como Isabel II tras su muerte.
Ha pasado a la historia como el peor rey: populista, mujeriego, incapaz y felón.
Es de resaltar la consanguineidad o parentesco existente en estos matrimonios.
Unas señoras de una asociación de caridad se acercaron al que fuera primer canciller de la Alemania occidental y uno de los fundadores de la Unión Europea, Konrad Hermann Joseph Adenauer (Colonia, Alemania, 1876; Rhöndorf, Bad Honnef, Alemania, 1967) y le pidieron que les diera sus trajes viejos para los pobres:
“No puede ser; lo siento”, fue la lacónica respuesta.
“¿Pues, ¿qué hace usted con los trajes viejos?”, pidiendo explicaciones.
“Los llevo”. Austeridad, divino tesoro.
El gran escritor y dramaturgo francés Marcel Achard, pseudónimo de Marcel-Auguste Ferréol (Sainte-Foy-lès-Lyon, Francia, 1899; París, Francia, 1974) fue una noche al cine con un crítico amigo suyo. Proyectaban una película, cuya protagonista era Marilyn Monroe. Al salir, el cinéfilo le comentó:
“Esta chica es muy mona, pero como actriz no vale nada. Mañana la voy a destrozar en mi crítica”.
Con la agudeza que le caracterizaba, el famoso autor contestó:
“Pues mándame los trozos a casa”.
Una de las mejores respuestas que se han dado a la tan trillada pregunta sobre:
“¿Qué libro quisiera tener en una isla desierta?”, la protagonizó el gran escritor, filósofo y periodista británico Gilbert Keith Chesterton (Kensington, Londres, Reino Unido, 1874; Beaconsfield, Reino Unido, 1936), quien dijo:
“Yo quisiera tener un Manual para la construcción de lanchas”.
En otra ocasión le preguntaron por cómo definiría a un clásico y la respuesta no dejó a nadie indiferente:
“Un clásico es un escritor del que se puede hacer el elogio sin haberlo leído”.
El eclesiástico, predicador, periodista, teólogo y activista político francés Jean-Baptiste Henri Lacordaire (1802 – 1861) ha pasado a la posteridad por ser el mejor orador de púlpito del siglo XIX.
En una conversación de posada un ateo le preguntó al padre:
“¿No cree usted que es absurdo creer lo que nuestra razón no comprende?”.
Sonriente, respondió el sacerdote: “No, no lo creo. ¿Comprende usted por qué el fuego que funde la mantequilla, endurece los huevos, es decir produce efectos contrarios siendo una causa única?
“No. ¿Pero qué tiene que ver eso con creer en lo que no se comprende?
Y aquí llegó la sentencia: “Que el no comprenderlo no le impide a usted creer en las tortillas”.
Si empezamos el artículo con dos citas relativas al tema, es justo finiquitarlo con otro par de ellas:
“La paciencia es necesaria, y no se puede cosechar de inmediato donde se ha sembrado”, escribió el filósofo y teólogo danés Soren Aabye Kierkegaard, que nació y falleció en Copenhague, Dinamarca (1813 – 1855) y es considerado el padre del existencialismo moderno.
Pablo Neruda, seudónimo y posterior nombre legal de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto fue un poeta, diplomático (embajador en Francia) y político chileno (Parral, Chile, 1904; Santiago, Chile, 1973), que nos dejó este aljófar:
“Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”.
Juan de León Aznar… dándole la bienvenida a don JULIO’2024
