Si miccionar resulta ostentoso y rimbombante; si hacer pis o un pipí se relaciona con algo cursi o gazmoño; si el término mear es grosero y malsonante; si hacer aguas menores o desbeber son acepciones menos sabidas, por poco utilizadas; si cambiar el agua a las aceitunas o al canario son expresiones coloquiales o conversacionales… ¿Por qué no nos dejamos de tantas zarandajas y nos decidimos a orinar? ¡Así de simple!
Comienzo el encabezamiento del tercer anecdotario de esta guisa, forma o manera para aconsejar a los lectores de mis modestos, y nada pretensiosos artículos, que huyan de la complicación, busquen la sencillez en todo momento y cambien lo ornamental o decorativo por lo llano y natural.
Como decía el gran físico alemán de origen judío Albert Einstein (Ulm, Alemania, 1879, Princeton, Nueva Jersey, Estados unidos, 1955): “Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre”.
Me apetece dejarles una ristra de participios activos de rabiosa actualidad para ponernos al día. Sí, esos que terminan en ado, ido, menos los irregulares so, to, cho, como impreso, vuelto o hecho. ¿Antojo ‘embarazoso’?:
¡Ha llovido mucho desde un tiempo a esta parte y, obviamente, suceden hechos! Recapitulemos: el ‘euribor’ y la inflación han subido hasta asfixiarnos; el barril de petróleo ha alcanzado cotas insospechadas (¿llegará el día en el que los árabes suplan el café y los bollos del desayuno por carburante y crudo sólido?); la cesta de la compra ha escalado un nivel difícil de mejorar; la construcción se ha disparado, pero en dirección contraria; las hipotecas han logrado que no se llegue al veinte de cada mes; ¿las velas y el carbón habrán reemplazado a la electricidad y al gas en breve?; los impuestos han cercenado la economía familiar; ha llegado el paro a niveles prohibitivos; se ha bajado a los infiernos el bagaje cultural; ¿habremos vuelto de ‘acá a na’ a las cartillas de racionamiento?; el precio del aceite se ha desbocado y amenaza con ser el obsequio preferido por Navidad; y un Gobierno (?) desquiciado, que ha despilfarrado lo indecible.
¡Cosas que pasan en este bendito país, pero qué riqueza de participios ‘habemus’!
Entre los ‘cuentistas medievales’ encontramos a menudo esta fábula que, no por conocida, deja de tener encanto por su gracejo en el desarrollo del relato:
Enfermó la mujer de un labrador y éste mandó aviso a un médico, quien manifestó algún recelo al pago de sus honorarios. El labriego le dijo ante testigos:
“No tenga usted cuidado; cinco onzas de oro tengo. Tanto si mata usted a mi mujer como si la cura, será pagado”.
Murió la campesina y al cabo de unos días se presentó el galeno a reclamar lo que le correspondía. El agricultor preguntó:
“Aquí me tiene usted presto a cumplir mi promesa. Pero antes, déjeme que le haga un par de preguntas delante de los presentes”.
“Dígame la verdad, ¿mató usted a mi esposa? “¡No por cierto!, contestó con viveza el médico.
“Me alegro, ¿la curó usted? “¡Desgraciadamente no!”, respondió sorprendido el facultativo.
“Pues si no la curó ni la mató, nada le debo”. ¡Asunto zanjado!
El escritor, humorista y periodista francés Alphonse Allais (Honfleur, Francia, 1854, París, Francia, 1905) le escribió a su médico personal:
“Mi querido doctor: Proclamo públicamente su éxito en la reducción de mi fractura”.
“¿No podría hacer algo para la reducción de la factura?
“Suyo affmo” … Alphonse Allais”. Refinada respuesta… ¿y si le cae en gracia?
Hay que ver el ‘juego’ que dan los médicos en las anécdotas, chascarrillos o historietas. Hasta el insigne Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 1580, Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645) se apunta a la ‘fiesta’ y se permite la licencia de aconsejar:
“Para que te duren poco las enfermedades”, del “Libro de todas las cosas y muchas más”:
“Llama a tu médico cuando estés bueno, y dale dineros porque no estás malo; que si tú le das dinero cuando estás malo, ¿cómo quieres que te dé salud, que no le vale nada, y te quite un tabardillo que le da de comer?
En el siglo XVIII los cómicos eran tenidos por gente vil y despreciable. Un tal Barón, que mantenía relaciones amorosas con una duquesa francesa, era recibido de noche y a solas.
En cierta ocasión quiso entrar de día en la casa de sus amoríos, se presentó cuando la dama tenía visitas y ella simuló que no lo conocía:
“¿Qué buscáis aquí caballero?”, le interrogó la duquesa.
Y ni corto ni perezoso respondió: “Vengo a buscar mi gorro de dormir”.
Me apoyo en uno de mis autores predilectos, además de otros, para expresar la cualidad de la sencillez, arriba comentada. Se trata del escritor, filósofo, humanista y moralista francés del Renacimiento Michel Eyquem de Montaigne (Palacio de Montaigne de origen medieval, Dordoña, Francia, 1533 – 1592), creador del género literario conocido en la Edad Moderna como ensayo y que ha sido calificado como el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos:
“El lenguaje que a mí me gusta, es un lenguaje sencillo y espontáneo, lo mismo en el papel que en la boca, un lenguaje suculento y nervioso, conciso y apretado”.
Juan de León Aznar… atrás quedó el ‘veranillo de San Miguel’2023
