“La amabilidad es el lenguaje que el sordo puede escuchar y el ciego puede leer”
Esta cita de Mark Twin, seudónimo de Samuel Langhorne Clemens (Florida, Estados Unidos, 1835; Connecticut, Estados Unidos, 1910) nos sirve de introducción para el veinticinco anecdotario y conduce, sin duda alguna, a una reflexión vital, fácil e insondable, acompañada de esta pregunta:
“¿Por qué, a veces, nos cuesta tanto ser amables?”. Ser afable y sociable sólo consiste en proponérselo o, al menos, debiéramos intentarlo.
El filósofo alemán, Arthur Schopenhauer (Gdansk, Polonia, 1788; Fráncfort, Alemania, 1860), considerado uno de los más brillantes del siglo XIX, lo simplificó bastante al escribir: “La amabilidad es como una almohadilla, que, aunque no tenga nada por dentro, por lo menos amortigua los embates de la vida” … y como quiera que éstos son muchos…
El poeta, periodista y dramaturgo Enrique López Alarcón (Málaga, España, 1891; La Habana, Cuba, 1948), autor de obras hace tiempo muy celebradas como “La Tizona”, se encontró un día con la actriz de cine y teatro María Gámez Calle (Tarifa, Cádiz, 1897; Madrid, 1967). Estaba muy metidita en carnes, pero era muy ingeniosa, y le piropeó:
“Está usted cada día más guapa”.
Ella replicó: “¿Yo guapa? Con lo gorda que estoy, si parezco una ballena”.
No se arredró el adulador: “¡Quién fuera ballena!”.
La artista, que como hemos dicho, era muy ocurrente y graciosa, contestó:
“¡Jesús, qué barbaridad! ¡Tres días y tres noches!” (en clara alusión al profeta Jonás).
Uno de los muchos levantamientos que se sucedieron en el pasado siglo fue protagonizado por el veterinario Pérez del Blanco. La intentona fracasó y se refugió en un piso de Madrid. Por aquel entonces, era ministro de la Gobernación Antonio González de Aguilar y Correa, VIII marqués de Vega y Armijo (Madrid, 1824 – 1908) que destacaba por su caballerosidad y generosidad.
El insurrecto, sabedor de que lo buscaban para fusilarlo, decidió un día terminar con el problema de una vez por todas y ni corto ni perezoso se presentó ante el ministro, al que accedió con nombre falso. Al ser recibido y estar frente a él, le dijo:
“Sé, señor ministro, que su excelencia es un caballero incapaz de prender a un hombre que es muy buscado para fusilarle. Por ello me presento aquí, soy Pérez del Blanco”.
El ministro lo contempló un instante y cogiendo un papel de la mesa firmó un salvoconducto, que permitió al amotinado trasladarse a Francia.
En la provincia de Palencia y a comienzos de siglo se presentó el marqués de la Valdivia como candidato gubernamental a Cortes, que fue recibido con efusivas muestras de entusiasmo y clamorosos ¡vivas!, pero al cabo de una hora de alocución el organizador del acto le dijo:
“Señor marqués, dese prisa, que tenemos que acompañar y vitorear al contrario de usted que está a punto de llegar”. ¡La famosa claque, que proviene de los romanos!
El doctor y cirujano británico John Abernethy (Londres, Reino Unido, 1764; Enfield, Reino unido, 1831) es el protagonista de múltiples anécdotas:
Un día respondió a un enfermo, que le consultaba cómo curarse de la gota:
“Viva con un chelín al día ganándoselo con su trabajo y verá como no tiene gota”.
Una célebre frase suya es: “El estómago lo es todo. Le tratamos mal cuando somos jóvenes y luego él se venga tratándonos mal cuando somos viejos”.
Este galeno tenía muy mal genio y no quería que le despertaran por la noche.
Una vez se encontraba ya reposando cuando llamaron a la puerta y contestó:
“¿Quién es?
“Doctor, venga rápido, que mi hijo se ha tragado un ratón”.
El enfadado médico, de mal talante, respondió:
“Hágale tragar un gato y déjeme en paz”. Y, obviamente, se volvió al lecho.
Hoy en día se le recuerda popularmente por haber dado su nombre a la galleta “Abernethy”, que es un producto horneado de comida tosca destinado a ayudar a la digestión.
Alfonso XII de España, apodado ‘el Pacificador’ (Palacio Real, Madrid, 1857; El Pardo, Madrid, 1885) hizo su entrada en Madrid en los comienzos de la Restauración, que se extendió entre el 29 de diciembre de 1874 y el 14 de abril de 1931.
Inclinándose en su coche se dirigió a un hombre que lo vitoreaba:
“Gracias, muchas gracias, por este entusiasmo”.
“Eso no es nada Majestad, si hubiera visto lo que gritábamos cuando echamos a su madre”, respondió el otro.
Su mamá no era otra que Isabel II, María Isabel Luisa de Borbón, ‘la de los tristes destinos’ o ‘la Reina Castiza’ (Madrid, 1830; París, 1904 a la edad de 73 años). Se casó con Francisco de Asís de Borbón, rey consorte, hombre apocado y de poco carácter, que le llevó a comentar sobre su noche tras el matrimonio:
“¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?”.
Abandonaba España para no volver jamás el 30 de septiembre de 1868, saliendo desde San Sebastián con destino a París. En su exilio francés fue entrevistada por el gran escritor Benito Pérez Galdós en 1902 al que le confesó:
“Sé que lo he hecho mal, pero no ha sido mía toda la culpa”. Se refería, naturalmente, a los poderosos personajes por los que se había dejado aconsejar.
Y como empezamos, acabamos, siguiendo la reflexión del escritor ruso Máximo Gorki (Nizhni Nóvgorod, Rusia, 1868; Gorki-10, Rusia, 1936):
“Un hombre alegre es siempre amable”. Al menos, procurémoslo.
Juan de León Aznar… en el ecuador del mes de abril’2024
