La Columna de Don Juan León | “Nunca hubiese podido hacer todo lo que he hecho sin los hábitos de puntualidad, orden y diligencia”


En este anecdotario ochenta y uno voy a ampliar el artículo ‘sesenta y cinco’, publicado con anterioridad y que, por tanto, vio la luz hace ya algún tiempo, y que fue dedicado a la puntualidad

     Y es que quiero expresar un sentir propio o una preocupación cotidiana, porque, personalmente, me desagrada sobremanera que me esperen y detesto hasta la saciedad que aguarden mi llegada. Será por aquello de la ‘puntualidad suiza’, referida a esos helvéticos y precisos relojes, aunque sin olvidarnos y sí resaltar sus deliciosos chocolates.  

     En el tejido laboral o en la vertiente profesional la impuntualidad acarrea serios perjuicios como generar estrés, bajar el rendimiento, menoscabar el compañerismo o faltar al respeto y a la ecuanimidad más elemental, ya que crea o genera frustración, desmotivación y un clímax de mal ambiente

     En el plano personal, todos, sin excepción, hemos llegado tarde a alguna cita o reunión, pero hay quienes toman la impuntualidad como un rasgo de su personalidad y se justifican con el consabido:

     “No sé cómo lo hago, pero siempre llego tarde”.

     Puede ocurrir que nos comprometamos a muchos quehaceres y así no somos capaces de organizar nuestro tiempo para ser puntuales o que nos falte empatía, porque consideremos que nuestro tiempo es más valioso que el de los demás.

     También es cierto que cada uno gestiona su tiempo, lo invierte o lo malgasta en lo que le plazca, pero lo que queda de manifiesto es una atroz falta de consideración o cortesía hacia el otro y un reprobable o reprochable hábito adquirido. 

     Resumiendo, debemos calcular el tiempo que nos llevan esas actividades tan nuestras y llegar con algo de antelación, porque como reza el dicho:

     “El tiempo no espera a nadie, pero recompensa a quienes lo honran”.

     O la de estos autores anónimos: 

     “La puntualidad no trata de llegar a tiempo, sino de respetar tus compromisos”.

     “La puntualidad es la forma más efectiva de establecer una primera buena impresión”

     Cambio de tercio y me planteo una pregunta, acompañada de razones y argumentos en clave de humor; pero, antes de ‘desbarrar’ quisiera exonerar a esas encomiables residencias y a esos abnegados profesionales que cuidan con esmero y dedican su tiempo a nuestros ancianos, mostrándonos una vocación y compromiso sin límites.

     Y la pregunta en cuestión es esta: 

     ¿Podríamos llevar a nuestros mayores a esas cárceles que albergan a mimados y protegidos delincuentes (sobre todo políticos) y trasladar a éstos a esas residencias, que han recibido toda clase de quejas y denuncias, acusadas de falta de supervisión, atención y cuidados básicos (movilidad y medicamentos); con carencia de asesoramiento profesional; negligencia médica, ignorando síntomas como fiebres, moratones, escaras, pérdida de peso, mal olor corporal o del habitáculo y deterioro del estado mental; desnutrición; deshidratación; malos tratos y falta de higiene (camas, baños, cambio de ropa…) y que han ocasionado hasta el fallecimiento de muchos residentes?

     ¡No comentaré nada sobre las atrocidades de las que fueron víctimas durante la execrable pandemia en la que perecieron 31000 de nuestros mayores a fecha de 31 de octubre de 2021! ¿Dejadez, deshumanización, nefasta política, intereses particulares?

     Pero vamos al ‘lío’, a lo que ganarían nuestros ‘queridos viejitos’ en esas ‘lúgubres, húmedas, inmundas y desvencijadas celdas’, siendo ‘torturados y vilipendiados’ hasta la saciedad como vulgares y mafiosos transgresores. Gozarían de:

     Duchas diarias; ocio garantizado en patios ajardinados; médicos regulares con un seguimiento exhaustivo; medicamentos y exámenes dentales; sillas de ruedas y otros artilugios similares para favorecer su movilidad; recibirían ‘money’ y no pagarían alojamiento; dispondrían de vigilancia continua por un guardián cada 20 minutos para emergencias (indisposiciones o caídas); camas lavadas dos veces por semana y ropa limpia y planchada con regularidad; le llevarían a sus ’apartamentos’ bocadillos y comidas; poseerían un lugar especial para las visitas de familiares; disfrute de  gimnasio para ejercicios rutinarios o salas dedicadas a terapias físicas o espirituales; acceso a bibliotecas y piscina; dotación de pijamas, zapatos y zapatillas; asistencia jurídica por petición propia; habitación privada y segura para todos; ordenador personal para un hombre de edad, TV, radio y móviles con llamadas ilimitadas; una Junta Directiva para recoger quejas, ya que los guarias poseen un código de conducta que debe ser respetado; y hasta una estancia para ‘sosiego sexual’ (como la del Juana Chaos aquel) como medida terapéutica (¡desconozco el asunto de los estimulantes!).

     Por contra, los malhechores tendrían que lidiar con:

     Platos de comida fríos; estarían solos y aislados sin vigilancia; las luces se apagarían a las 20:00 h; se darían un baño por semana; y de la higiene… ¡mejor no ‘tocala’! 

     Así es que otra vez volveremos a repetir aquello de… ¡cómo cambiaría el cuento!

     El escritor inglés Charles Dickens 1812 – 1870) vuelve al comienzo al escribir:

     “Nunca hubiese podido hacer todo lo que he hecho sin los hábitos de puntualidad, orden y diligencia”. 

Juan de León Aznar … sigue oteando el horizonte en busca de nuevas sensaciones.


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