La Columna de Don Juan León | ¡Nos hacemos mayores! ¿Y cuándo empieza a ocurrir esto?


Nuestras abuelas, madres, esposas, hijas, hermanas, cuñadas, titas, primas y amigas, por mor de las sesiones de peluquería, sus tratamientos cosmetológicos y, por qué no, su innata feminidad y coquetería, envejecen más tarde que nosotros, los varones de a pie, salvo honrosas excepciones porque, indudablemente, haberlas haylas. 

     ¡Nos hacemos mayores! ¿Y cuándo empieza a ocurrir esto? ¡Es todo un misterio

     Citaremos algunos de los primeros síntomas que, irremediablemente, comienzan a mostrarse: aumento de la población pilífera (pelos) en los pabellones auditivos externos, coloquialmente llamados orejas; no poder con la bombona de gas; manchas epidérmicas; esfuerzos ímprobos al agacharse a coger caramelos en las cabalgatas de los Reyes Magos; arrugas hasta en las cejas; jadear al subir escaleras o cuestas donde se resienten las ‘bisagras’, que necesitan del ‘3 en 1’ más que los geles, pomadas o pastillas, sin entrar en ‘internas interioridades’; olvidarse de apagar las luces al salir de un aposento; o llegar a los sitios y preguntarte, “¿qué hago yo aquí?, ¿a qué he venido?”. 

     Detalles íntimos serían la confección de un plano/mapa del cuero cabelludo para saber qué dirección estratégica han de tomar los cuatro pelos que te quedan y así aumentar la zona de ocupación o abarcar más diámetro de la taza del inodoro por dos cuestiones fundamentales: el ‘chorrito’ del pis se arquea y el ‘charquito’ en tus pies aparece. ¡Todo por la ‘protesta’ esa! ¡Sí, ya sé que se trata de la familiar próstata! Para qué seguir ¿verdad?

     Y con esta introducción nos adentramos en el veintitrés anecdotario.

     El noble cortesano, diplomático y escritor italiano Baldassarre o Baldassar Catiglione, españolizado como Baltasar Castiglione o Baltasar Castellón (Casatico, Italia, 1478; Toledo, España, 1529) escribió refiriéndose a la femineidad o feminidad: “Siéntale bien a la mujer una ternura suave y delicada, con maneras de dulzura femenina en todos sus movimientos, que, en el andar, en el estar de pie y en su hablar, la hagan parecer siempre mujer sin semejanza varonil alguna”

     ¿Qué opinan ustedes?

     El afamado actor William Clark Gable (Cádiz, Ohio, Estados Unidos, 1901; Los Ángeles, Estados Unidos, 1960), que perdió el Óscar al que estaba nominado por “Lo que el viento se llevó”, se encontraba muy abatido y su esposa Carole Lombard, seudónimo de Jane Alice Peters (Indiana, Estados Unidos, 1908; Nevada, 1942) le consoló diciéndole: “No te preocupes cariño, en los próximos años seguro que nos traemos una estatuilla a casa”.

     Él le respondió: “No, ésta era mi última oportunidad”

     Y ella replicó: “No me refiero a ti, memo, hablo de mí”

     El que fuera primer ministro, amén de militar y escritor del Reino Unido, Sir Winston Leonard Spencer Churchill (Palacio de Blenheim, Reino Unido, 1874; Kensington, Londres, Reino Unido, 1965) fue increpado por Lady Astor. Era la primera mujer que ocupaba un escaño en la Cámara de los Comunes, y le dijo: “Si usted fuera mi marido, le echaría veneno en el té”. El irónico, mordaz y elegante político respondió con celeridad: “Señora, si usted fuera mi esposa… me lo bebería”.

     José María Gil Robles y Quiñones (Salamanca, España, 1898; Madrid, España, 1980), abogado, diputado y líder de la derecha en 1934, es el protagonista de esta suculenta anécdota. 

     Pronunciaba un discurso en el Congreso, según Luis Carandell en su libro “Se abre la sesión”, cuando de lo alto del hemiciclo, dominio de la oposición, surgió una voz en grito que decía: “Su señoría es de los que todavía llevan calzoncillos de seda”.

     El eco de voces, griterío y risotadas fue mayúsculo al oír el exabrupto. Esperó el político a que las aguas retornaran a su cauce, miró al diputado y le replicó con la finura y elegancia propia del gran orador que era: “No sabía que su esposa fuera tan indiscreta”.

     El término afrodisíaco está asociado a la diosa griega Afrodita, que más tarde fue relacionado con Venus, ya en la mitología romana, pero la primera mención escrita proviene de un papiro egipcio del siglo XXIII a. C.

     El listado de ellos es, lógicamente, muy variopinto, pero, en definitiva, se buscan filtros, elixires, pócimas de amor y ungüentos, todo ellos destinados a potenciar la sexualidad. Manuel Pijoan nos enumera algunos exóticos: menta, mandrágora, mariscos (ostras, almejas u ostiones), cantárida, azafrán (utilizados por los asirios), caviar y trufas (para la impotencia de Carlos II), criadillas de toro (turmas), pene de león…

     También hace mención a los calderos de las brujas de Shakespeare: infusiones de sapo, escamas de dragón, huesos de rana, sangre de cabra, bilis de oso, o  huevos de la tortuga marina lora, cotorra o bastarda americana, o de Kemp, en extinción. Y no se olvida de las ollas humeantes (Cantón, China) donde se cuecen gatos, serpientes, tortugas, escorpiones y chinches gigantes, que siguen en uso… ¿COVID? 

     De nuestro familiar y tropical aguacate se recoge en el libro “La cocina afrodisíaca” de Frazier, lo que sigue: “Al llegar a Méjico (hoy México) los conquistadores españoles observaron que a los aztecas les gustaba un curioso fruto verde al que llamaban ahuacatl. Los indios le explicaron que significaba ‘testículo’ y que se llamaba así porque era capaz de resucitar una pasión sexual intensa. Así fue como uno de los grandes tesoros del Nuevo Mundo, el aguacate, fue introducido en Europa. Aún hoy en día se considera en Méjico que el aguacate constituye un estimulante poderoso”.

     El escritor estadounidense de ciencia ficción Robert Anson Heinlein escribió al respecto: “El dinero es un poderoso afrodisíaco. Pero las flores logran casi el mismo resultado”.

       Juan de León Aznar… sin nuestros Titulares… pero con benditas lluvias’2024


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