Si el verbo componer significa construir o formar una obra a partir de partes o conceptos diferentes, yo no aspiro a tanto respecto a la creación de algo excelso, pero sí a conformar el anecdotario cincuenta y ocho a partir de entrelazar dos curiosas historias sobre dos artículos que se consumen y se ingieren con harta frecuencia como son la magdalena y el bocadillo.
Y como quiera que ambas viandas están estrechamente vinculadas a la alimentación, bueno será recurrir a nuestro sabio refranero, que nos saca una sonrisa, nos enseña y hace trabajar a nuestra mente. ¿Una muestra?:
“Barriga vacía, corazón sin alegría”; “Con buen queso y buen vino, más corto se hace el camino”; o “A buen hambre, no hay pan duro”.
No me refiero a María de Magdala cuya festividad se celebra el 22 de julio, ni a ninguna de las Magdalenas, santas, pecadoras, vírgenes, casadas o viudas que se puedan encontrar en la historia, sino a lo que el diccionario define como un ‘bollo similar a un bizcocho pequeño’ de figura de lanzadera, aunque todos las hemos visto redondas, cuadradas o de mil formas distintas.
Hacia 1840, una señora que respondía al nombre de Perrotin de Barmond, gran dulcera, encargaba a su cocinera Madeleine Palmier una golosina desemejante cada jornada, pero un día dio con el bollo de marras, que tuvo un enorme éxito entre los amigos de la señora, que trascendió los ámbitos de la amistad, hizo que los comerciantes de la localidad francesa de Commercy (región de Lorena, departamento de Mosa) pagasen una buena suma por la receta en pleno siglo XIX y que, lógicamente, fuera industrializada.
¿Les gusta esta etimología? ¿No? ¡Pues es del célebre escritor y dramaturgo francés Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie (1802 – 1870)!
Pero, en fin, ahí van otras dos:
Una cocinera del rey polaco de la Mancomunidad de las Dos Naciones (Polonia-Lituania), Estanislao Leczinski, duque de Lorena (1677 – 1766), que se llamaba Magdalena, inventó la golosina. El soberano se la envió a su hija María, reina consorte de Francia por su matrimonio con el rey Luis XV y ésta, humildemente, bautizó el bollo con el nombre de su descubridora.
A la muerte del rey, Lorena pasó a ser de Francia (noreste del país con capital en Nancy).
De todos modos, Pierre Lacam, en su “Memorial de la pastelería”, que consta de tres mil recetas de pastelería, dulces y licores, con grabados en el texto, y que se encuentra en París, dice que la magdalena fue inventada por Avice, cocinero del sacerdote, obispo, diplomático y estadista francés Charles Maurice de Tayllerand- Pèrigord (1754 – 1838), aunque no aclara el porqué de su nombre.
¡Escojan ustedes y quédense con la que más les guste! Lo que sí hay que aclarar es que la grafía culta es ‘magdalena’ y que la simplificada, ‘madalena’, también ha sido recientemente admitida.
De nuevo nos dirigimos al diccionario y encontramos:
Emparedado: loncha de jamón u otra vianda fiambre entre dos pedacitos de pan.
Manuel Soto, en su magnífico “Diccionario de dudas de la lengua española” (Ed. ‘Aguilar’) dice: “Su plural es sándwiches, pero en la lengua hablada suele ser sándwich como el singular y, a veces, se emplea impropiamente como bocadillo”.
Volvemos al diccionario y leemos que bocadillo ‘es un panecillo relleno con una pequeña loncha de jamón u otro manjar apetitoso, casi siempre untado con manteca de vaca’, así es que no alcanzo a ver la diferencia.
John Montagu, cuarto conde de Sandwhich (Westminster, Inglaterra, 1718; Londres, 1792) fue un hombre muy importante en su época y educado en los más selectos colegios y por los mejores profesores. Entre 1738 y 1739 llevó a cabo un viaje por el Mediterráneo y el relato del mismo no se publicó hasta después de su muerte. Durante su trascurso recogió o se apoderó, según la mejor tradición inglesa, de mil objetos de arte y, entre ellos, una lápida de mármol con una enigmática inscripción, que no fue descifrada hasta 1743 por el profesor Taylor. Éste denominó a la pieza como ‘mármol de Sandwich’.
Hombre político de gran ambición, ocupó cargos importantes: en 1744 fue nombrado segundo lord del Almirantazgo; en 1746, embajador plenipotenciario; y dos años más tarde, primer lord del Almirantazgo. También fue lord de Justicia, vicetesorero adjunto de Irlanda, de nuevo primer lord del almirantazgo y así sucesivamente. Su vida fue por lo demás, un tanto escandalosa.
Todo ello, sin embargo, hubiera quedado en el olvido a no ser por la pasión que le inspiraba el juego. Éste era tal que no se levantaba de la mesa ni para comer, por lo que su cocinero imaginó servirle un filete de buey entre las dos mitades de un panecillo. La idea tuvo éxito y pronto se puso de moda, hasta tal punto que en las reuniones aristocráticas se empezó a servir lo que, desde entonces, se llama un sándwich. La invención, claro está, fue imitada rápidamente por las clases populares, pero durante un tiempo se reservó a la nobleza e incluso se sirvió en reuniones de la corte.
Según parece, el cocinero del conde tuvo la genial idea en 1762.
Y cerramos con Fernando VI, duque de La Rochefoucauld (París, 1613 – 1680):
“Comer es una necesidad, pero comer de forma inteligente es un arte”; con el irlandés George Bernard Shaw (1856 – 1950): “No hay amor más sincero que el amor a la comida”, y con este ocurrente proverbio irlandés: “La risa es más brillante en el lugar donde está la comida”.
Juan de León Aznar … felicitando a mi progenitor que hoy cumpliría años
