Iniciamos este anecdotario cincuenta y uno con una cita del poeta, cantautor, escritor y filósofo argentino Rodolfo Enrique Cabral Camillas (1937 – 2011), conocido por su nombre artístico ‘Facundo Cabral’:
“Comunistas hasta que se enriquecen. Feministas hasta que se casan. Ateos hasta que el avión empieza a caer”.
Se preguntarán ustedes, ¿a qué viene esto? Pues, a que me voy a quedar con la última evidencia. Y es que cuando comienza a descender el ‘roplano’, el ‘vión’ o el ‘parato’, afloran las peticiones célicas, los empíreos ruegos y los reanimadores golpes de pecho. ¡Ah!, también vienen a la memoria oraciones ya olvidadas. ¡Qué cosas!
A lo largo de nuestra corta o larga existencia son palmarias las invocaciones a Dios. Casi todas ellas son automáticas o inconscientes y es de este apartado del que, modestamente, me voy a ocupar, trasladando esas ‘peticiones’ a la vida real.
Nos despedimos con un ‘adiós’, ‘¡vaya usted con Dios!’, ‘¡hasta mañana, si Dios quiere!’ o un ‘¡id con Dios!’.
Si alguien está olvidado o desatendido decimos: ‘Está dejado de la mano de Dios’.
Escuchamos a una persona estornudar y exclamamos: ‘¡Jesús!’
Los planes o las tareas que nos marcamos a diario saldrán adelante ‘si Dios quiere’.
Las mejores cosas que nos ocurren son paradisíacas o celestiales:
Cuando mejor nos sentimos o nos encontramos… estamos en la gloria.
La injusticia clama al Cielo.
¿Cómo estás?: ¡Divina de la muerte!
Si degustamos algo agradable al paladar… ¡esto es gloria bendita!
Si mostramos sorpresa o incredulidad percibimos un ¡Dios Santo! o ‘que baje Dios y lo vea’.
Los asuntos importantes se piden ‘por Dios’ e, incluso, ‘por el amor de Dios’.
De las cosas que no deberíamos haber hecho o dicho, entonamos un ‘líbreme Dios’.
Los trabajos bien realizados se hacen ‘como Dios manda’ y los más dificultosos, por complejos, ‘cuestan Dios y ayuda’.
La incertidumbre y la duda quedan resueltas con un ‘¡Dios dirá!’ o un ¡sabe Dios!’.
‘¡Qué dios te lo pague!’ es sinónimo de gratitud y el que ‘Dios te bendiga’ expresa buenos y beneficiosos deseos.
Si debemos resignarnos exclamamos: ‘¡Ay!, Señor, Señor’, pero si lo que sentimos es turbación, recurrimos al socorrido ‘Dios mío’ (el avión desciende peligrosamente).
Podemos avisar de un peligro o emplear como salutación el ‘¡qué Dios te guarde!’.
Y ante esas adversidades o calamidades nos sale del alma un ‘¡qué Dios te ampare!
Para grandes despedidas nos servimos de un ‘ve con Dios’ y si nos referimos al futuro ‘que sea lo que Dios quiera’.
De un comportamiento inapropiado o mala conducta se escucha… ¡no tiene perdón de Dios!
En una situación embarazosa escuchamos… ¡no le salva ni Dios!
El tan oído ‘¡Dios mío de mi vida!’, nos abre una amalgama de sentimientos dispares como admiración, alegría, auxilio, pesar, súplica…
Y ¿qué decir del ‘parlanchín’ compulsivo? Lo solucionamos con un simple y sencillo ‘¡cállate ya, por Dios!’.
El poeta, filósofo, músico, filólogo y padre del ateísmo alemán, Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900), escribió:
“Mientras Dios siga existiendo en el lenguaje humano no se podrá afirmar de verdad que Dios ha muerto”.
El cine francés nos deleita con una exitosa trilogía de comedias en las que el elegante y tradicional matrimonio provinciano, que conforman Claude y Marie Verneuil, celebra las bodas de sus tres primeras hijas, Isabelle, Odile y Ségolène, con un musulmán, un judío y un chino (1ª), aunque tienen la esperanza de casar a Laure, su cuarta y hermosa hija, por la iglesia. El problema surge cuando el nuevo integrante familiar es un joven africano marfileño de raza negra (2ª).
Se suceden las respuestas ácidas, se cuentan chistes sobre extranjeros, surgen peleas irónicas y los insultos entre ellos, el marido intenta ocultar su racismo como puede y, encima, invitan a sus respectivas familias (3ª).
¿Conocen el título de las tres películas?:
“Dios mío, pero ¿qué hemos hecho?”; “Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho… ahora?”; y “Dios mío, pero ¿qué nos has hecho?”.
Hasta Jesucristo, crucificado en la Cruz, expresó su sentimiento de soledad y abandono con un: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”.
Pienso, honestamente, después de todo lo expuesto y como última reflexión, que no deberíamos excluir a Dios de nuestro lenguaje y menos… ¡apartarlo de nuestras vidas!
Juan de León Aznar … en plena cuesta de enero’2025
