La Columna de Don Juan León | “Más vale permanecer callado y que sospechen tu necedad, que hablar y quitarles toda duda de ello”


Gracias a la displicente y progresista ley de ‘política de puertas abiertas’, ya que nuestros hogares permanecen abiertos de par en par por el estiaje y el estío (sequía y calor), ‘disfrutamos’ en verano de una amplia amalgama de variopintos sonidos, estrechamente relacionados con el decibelio

     Por un lado, gozamos de los ‘sexis’ (ya que estamos en Almuñécar) arrumacos y cucamonas, ya desde el alba, de las metafóricamente llamadas ‘ratas del aire’ (carroñeras), comúnmente conocidas como gaviotas y científicamente denominadas ‘laridae’ (familia), que durante sus persecuciones amorosas emiten una serie de graznidos, harto desagradables y molestos.   

     Los cánidos, por mor de la falta del imprescindible y necesario espíritu cívico de sus dueños, ‘adornan’ los amaneceres y las siestas, tan burguesas e hispanas ellas, ladrando a todo lo que se mueve, con el consentimiento ‘paterno, materno y filial’ del lar de turno.

     Las cotorras argentinas, que anidan en las palmeras de los paseos, se suman al festival decibélico; los chiflidos de los mirlos, en sana competencia con los ‘silbos gomeros’ (Canarias) y que, de paso, destrozan y aporrean jardines y frutales, también aportan lo suyo; y no me olvido del histérico chillido, trisar o gorjeo encadenado de las migrantes y monógamas golondrinas (familia ‘hirundinidae’) con el que anuncian su llegada a sus polluelos o golondrinos, avisan de un peligro o, simplemente, les sirve para cautivar a sus parejas en sus apasionados escarceos amorosos. 

     Y si a todo lo expuesto, le añadimos algo de música (conciertos, verbenas, locales…), el tráfico rodado, que se multiplica por… ¡pongan ustedes el porcentaje!… nos deleitamos con un batiburrillo, que nos hace añorar el invierno a pesar de sus gélidas, ventosas o lluviosas jornadas, pero con las puertas cerradas y al calor de la ‘lumbre’

     Si esto ha servido para arrancar el anecdotario setenta y uno, habrá que espolvorearlo con unas citas que amenicen el artículo y que estén estrechamente relacionadas con la ausencia del ruido que nos permita reflexionar, tomar perspectiva de las cosas y asegurar el descanso.

     “No hables a menos que puedas mejorar el silencio”, escribió el escritor, poeta, ensayista y traductor argentino Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (1899 – 1986), para decirnos que, si no tenemos nada inteligente que aportar, mejor callarnos.

     O el artista, cineasta y escritor chileno, nacionalizado francés, Alejandro Jodorowsky y Prullansky (1929, que cuenta con 95 años), que nos aconseja que para articular palabras incorrectas es mejor permanecer en silencio: 

     “Procura que tus palabras sean tan bellas como tus silencios”

     Cuando el rey Jorge Federico Ernesto Alberto, Jorge V del Reino Unido (1865 – 1936) y la reina María de Teck (1867 – 1953) eran todavía los príncipes de Gales, fueron a visitar la base naval de Portsmouth, y su jefe, el almirante sir John Fischer, agasajó al príncipe llevándole a dar un paseo en submarino. Cuando la nave se sumergía, comentó la princesa, con auténtica flema británica:

     “Me contrariaría mucho que Jorge no volviera a salir”.

     William Cuthbert Faulkner (1897 – 1962) fue un escritor estadounidense, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1949 por su poderosa y única contribución a la novela contemporánea.

     Tras haber cambiado de empleo muchas veces, fue nombrado jefe de la estafeta postal de su pueblo New Albany en Misisipi. Descuidaba el correo, jugaba al golf en horas de oficina, retrasaba la entrega de las revistas a los suscriptores hasta que él y sus amigos las habían leído y finalmente fue puesto en la calle cuando un inspector lo descubrió jugando al bridge en el despacho y en horas de oficina. 

     Cuando alguien le preguntó cómo se sentía, contestó:

     “Puede que toda mi vida tenga que estar sujeto a la voluntad de algún ricachón, pero nunca más me pondré a las órdenes de cualquier desgraciado que tenga dos centavos para comprar un sello”.

     Tras pronunciar una conferencia en la Universidad de Carolina del Norte, nuestro protagonista cedió la palabra a una señora de mediana edad que estaba entre el público.

     Puesta en pie, la mujer leyó un enrevesado pasaje de uno de los libros del escritor. 

     A su término, le preguntó: 

     “Señor Faulkner, ¿puede usted decirnos en qué estaba pensando cuando escribió esto?”.

     El Premio Nobel, con encomiable sinceridad, respondió:

     “En el dinero que me iban a pagar por el libro, señora”.   

     Y con dos nuevas citas, saldamos la cuenta pendiente:

     “Más vale permanecer callado y que sospechen tu necedad, que hablar y quitarles toda duda de ello” de Abraham Lincoln (1809 – 1865), 16º presidente de los Estados Unidos, que viene a decirnos que, si no conocemos en profundidad un tema, mejor no sacarlo a colación.

     “Soy tan partidario de la disciplina del silencio, que podría hablar horas enteras sobre ella”, ya que la ausencia de decibelios nos ayuda a estudiar, leer o meditar. 

     ¡Cómo no iba a dar su opinión el gran George Bernard Shaw (1856 – 1950)

Juan de León Aznar … cruzando el ecuador de junio’2025


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