Una de las palabras más temidas en esta especie de jerga masónica africana es ‘ndoki’, que significa bruja. Una pitonisa capaz de realizar sortilegios y ejercitar sus poderes ocultos desde su propia casa
Todas las civilizaciones, desde la Prehistoria, han descansado o reposado sus creencias ‘religiosas’ en amuletos, dioses, estatuas, fetiches, ídolos, talismanes o tótems, por lo que su adoración y veneración se convirtió en una práctica habitual. Nada más ilustrativo que algunos ejemplos como la Venus de Willendorf austriaca del Paleolítico con sus prominentes senos, caderas y vientre (símbolo de la fecundidad); las esfinges egipcias; los cultos politeístas (dioses mesopotámicos, egipcios, griegos o romanos); los amuletos celtas, tribales, indios o medievales; los espíritus, como el gran Manitú de los ‘pieles rojas’; o las enigmáticas figuras funerarias polinesias de la isla de Pascua (Chile) de hasta 12 metros de altura.
Según el diccionario magia es un conjunto de prácticas y creencias relacionadas con la producción de diversos efectos contrarios (por lo menos, aparentemente) a las leyes naturales, mediante el conjuro de fuerzas naturales y agentes sobrenaturales.
Las personas que, como yo, han vivido en un país africano (treinta años en mi caso) están familiarizadas con expresiones como ‘hacer un trabajo’, ‘trabajar fuerte’, ‘magia blanca’ o ‘magia negra’.

Existen muchos tipos de magias:
La ceremonial que actúa sobre los espíritus por medio de un ritual; la natural o imitativa que lo hace sobre la naturaleza por medio de una técnica basada casi siempre en las leyes de la similitud (lo semejante llama a lo semejante), la contagiosa o de la contigüidad (las cosas que han estado en contacto continúan actuando unas sobre otras, aún ya separadas); la preventiva que utiliza talismanes y objetos similares; o la activa, que recurre a un ritual estereotipado.
Por su finalidad hay que distinguir entre magia negra o de la mano izquierda que persigue el mal y está hoy día identificada con la brujería, y magia blanca o de la mano derecha que persigue el bien y se corresponde mejor con el término ‘magia’ que nos ocupa.
Las ‘actividades’ son variopintas y así, por poner algunos ejemplos, podemos encontrar las danzas con las que el cazador imita a los animales que desea ver multiplicarse (imitativa) o la destrucción de los cabellos pertenecientes a una persona a la que se desea el mal y que acabará enfermando o muriendo (contagiosa).
Los simbolismos utilizados socialmente, aunque en número reducido, también son importantes y sirven para multitud de cosas. Así la magia de los nudos mata el amor, calma el viento o sana a un enfermo.
Además del ritual externo de la magia, esta recurre a gestos y palabras en tres formas principales, encantamiento, maldición y bendición, mediante fórmulas recitadas o cantadas.
Para concluir esta introducción, añado dos datos históricos:
1.- Las técnicas mágicas propiamente dichas degeneraron a finales de la Edad Antigua, transformándose poco a poco en prácticas supersticiosas y hasta criminales de brujería, contra las cuales se aplicó una despiadada y continua represión, hasta bien entrado el siglo XVIII.
2.- En occidente son numerosas las costumbres y creencias de origen mágico que han llegado, a través del folclore, hasta nuestros días.
Avele; Ikenga, Dogon, Gris-Gris, Maravú; Gouro, Ju-Ju, Makuy; Shira-Punu-Lumbo, Ndoki, Niam-Niam … No, no estamos enumerando la formación de salida de una de las escuadras africanas que participan en un torneo de fútbol. Se trata de palabras exóticas y onomatopéyicas que en Europa tendrían el efecto de un divertido trabalenguas, pero para los jugadores del continente negro, en cambio, esconden significados aterrorizantes, relacionados con el ‘más allá’.
Hablamos de ajos, amuletos, caparazones de tortuga, conchas, cristales de botella, cuernos de animales, estatuillas, máscaras, monedas y un sinfín de artilugios más, vinculados todos ellos al mundo de la brujería. Estos parecen ya ausentes del balompié, si nos atenemos a las declaraciones oficiales de los jugadores profesionales que militan en clubes europeos y que ‘pasan’ de pócimas y maldiciones, pero se cuidan mucho de expresarlo en público… ¡por si acaso! Hablan solo de danzas o bailes para celebrar goles, pero guardan celosamente los secretos y las pociones mágicas de sus brujos.
De hecho, no resulta nada infrecuente ver en las gradas de cualquier gran evento deportivo africano, camuflados de coloreados hinchas envueltos en la bandera de su país, a auténticos ‘tótems’ humanos que realizan extrañas contorsiones corporales, recitan fórmulas mágicas e incluso marcan el ritmo de los cánticos y de los bailes con gestos. Estos enigmáticos personajes se sitúan siempre en puntos estratégicos del estadio de forma que los jugadores o los atletas puedan verlos perfectamente y, según dicen, ‘atacar’ siguiendo el ritmo de los rezos propiciatorios acompañados del tam-tam de sus tambores tribales.
Desde Togo al Senegal; de Guinea a Costa de Marfil; de Zimbabwe a Nigeria; de Zambia al Congo; y de Angola a Camerún, todos sus equipos son proclives a practicar y creer en el poder oculto de la ancestral brujería africana.
Este tipo de comportamientos se hacen ahora de un modo menos visible, mucho más disimulado, por el férreo control impuesto por las Federaciones, que impiden que en el seno de sus torneos los santeros o brujos acompañen a sus selecciones como un miembro más de la expedición, evitando que puedan esparcir la sal de la suerte junto a la puerta del vestuario de su escuadra, quemar un gallo vivo o degollarlo en mitad del terreno de juego la noche previa al partido de los suyos.
Claro que las prácticas telúricas no son patrimonio exclusivo de magos, pitonisas o santeros. Lejos de miradas indiscretas, había selecciones (Zimbabwe) que acostumbraban a bailar en las noches de luna llena sobre las tumbas de sus propios antepasados y entierran en el cementerio valiosos amuletos para que la suerte no les sea esquiva cuando pisen el ansiado verde manto; algunos jugadores (Senegal) se hacían pequeñas incisiones cutáneas en manos, brazos y piernas con dibujos esotéricos usando aguijones de puercoespín que después colorean con tinturas vegetales; en Zambia, el principal hacedor de la suerte es una mano de mono momificada con la que los jugadores se frotaban antes de saltar al césped para que las paradas del portero y los disparos de los delanteros resulten ‘milagrosos’; y en Sudáfrica, era costumbre que el seleccionador, al estrenar el cargo, metiera sus pies en sangre de ‘springbook’ (ciervo) para quedar inmunizado contra el ‘maravú’ (magia negra de los rivales).
Una de las palabras más temidas en esta especie de jerga masónica africana es ‘ndoki’, que significa bruja. Una pitonisa capaz de realizar sortilegios y ejercitar sus poderes ocultos desde su propia casa, muy lejos del campo de juego, pero con efectos devastadores. Tampoco podemos obviar los llamados ‘les enfants sourciers’, niños brujos de la República Democrática del Congo, que se dejan ver con el cuerpo totalmente pintado de azul y amarillo (los colores de la bandera del antiguo Zaire) y apenas unos calzones de idénticas tonalidades como única prenda.
La tecnología, en forma de ordenadores que controlan todo lo que hacen los deportistas, se está convirtiendo en el principal enemigo de las ancestrales prácticas telúricas mencionadas con anterioridad.
Las revisiones periódicas del rendimiento (porcentaje de grasa, nivel de fatiga, deterioro muscular, capacidad pulmonar y cardiovascular o consumo de oxígeno), la continua vigilancia del régimen alimenticio, el análisis pormenorizado de sus movimientos tácticos y errores, las exhaustivas pruebas médicas (completas analíticas), o los registros de partidos (velocidad de desplazamiento, kilómetros recorridos en el campo y ritmo) están acaparando la notoriedad suficiente como para ir alejando al ‘variopinto y excéntrico aficionado’ del titular de este artículo.
Las ‘puyas’ también alcanzan a esos brujos o santones, que muchas veces se quedan con las vergüenzas al descubierto por no acertar ni la hora o no ‘afinar’ en el sortilegio. Vean y lean un ejemplo:
En el mundial de Alemania (Junio’06), Ghana, como el mejor estandarte africano, no iba a dejar pasar la ocasión de ‘destacar’ en la faceta que nos ocupa:
El hotel, donde velaban armas la noche anterior al partido, fue el escenario de un ritual en el que religión y creencias sobrenaturales se dieron la mano con un objetivo común: ¡lograr la mayor hazaña del torneo alemán!
La sesión se inició con los rezos de todos los jugadores, cristianos y musulmanes, en una misma sala. Cada uno pidió a su Dios compañía, aliento y ayuda para el encuentro. Más tarde llegaron los cánticos espirituales y durante más de media hora y ‘a capella’ entonaron unos ritmos similares a los de la música ‘gospel’. El punto álgido se produjo cuando los jugadores ghaneses, formando un círculo y cogidos de las manos fueron impregnados con sangre de una gallina degollada por un brujo hechicero que bailaba alrededor de ellos. Naturalmente, perdieron por tres tantos a cero y fueron eliminados. ¿Hay quién dé más?
Estos ‘magos’, a menudo, deberían aplicarse lo escrito por Nicolás Maquiavelo: “No te enfrentes con el poder si no tienes la seguridad de vencerlo”. Sócrates también lo dejaba claro: “Solo hay un bien, el conocimiento. Solo hay un mal, la ignorancia”. ¡Hay tanto ignorante desaprensivo suelto! Pero, para castizo, Robert Harold Schuller: “Cuando no puedas resolver el problema, arréglatelas con él”.
Si el efecto ‘boomerang’ se volviera contra ellos y los demoliera, otro ‘gallo’ les cantaría a estos vividores, ‘vivales’ o gentes de buen vivir, que alcanzan su cenit con el ‘mejor explotar’… ¡al prójimo, naturalmente!
Yo me quedo con lo escrito por el gran poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe: “Lo que puedas hacer o soñar que puedes hacer, comienza ya. La audacia tiene genio, poder y magia”.
Ahí queda eso… milagritos… ¡los justos!…
Juan de León Aznar – marzo’2022
