Parece que fue ayer cuando empezamos esta saga de anecdotarios y ya atacamos el catorce de ellos. ¡Cómo pasa el tiempo! Pero, en fin, mientras sólo se trate de tener constancia… permaneceremos en el candelero
Como dijo el poeta italiano Arturo Graf (Atenas, Grecia, 1848 – Turín, Italia, 1913): “La constancia es la virtud por la cual todas las otras virtudes dan fruto”, aunque el gran pensador chino Confucio (551 – 479 a.C.) remata: “No importa la lentitud con la que avances siempre y cuando no te detengas”.
Y en esa estamos, recogiendo fruto y caminando sin desmayo… ¡hasta llegar a ustedes!
De Carlos I de España y V de Alemania deberíamos ampliar algunas particularidades sobre su persona, rasgos, costumbres, hábitos… además de su ‘familiar devoción’ por las comilonas (acusada y grave gota), sus amantes y sus misas por España, la emperatriz Isabel y por él.
Durante una fiesta en la flamenca Gante (palacio de Prinsenhof) a la que asistían Felipe, ‘el Hermoso’ y su esposa doña Juana, conocida más adelante por ‘la Loca’, la princesa se sintió indispuesta por dolores de parto, se retiró a un retrete y allí dio a luz, entre el 24 y el 25 de febrero de 1500 a las tres de la madrugada, al que sería nuestro mayestático soberano.
El niño nació feo, bastante feo, y ese desaliño se acentuarían más según pasasen los años. De los Habsburgo ‘hereda’ el labio inferior prominente, que resulta una característica familiar, y de la rama borgoñesa el mentón salido que le impedirá por siempre cerrar la boca, adornada de una detestable dentadura.
El escritor y psicólogo catalán Jerónimo Moragas i Gallissà (Barcelona, 1901 – 1965) dice de él: “Que el gran emperador, de haberse sometido a una revisión psicométrica, hubiera sido declarado inútil, por corto de entendederas, inepto para los idiomas, negado para las matemáticas y con ataques epilépticos”.
El alemán lo habló con dificultad y su excelente francés le haría entenderse con todo el mundo y así poder transmitir los pensamientos más claros y ordenados de Europa. Los ataques epilépticos desaparecieron en su juventud. ¡El joven se iba ‘arreglando’!
Le gustaban los deportes de la época. A saber: cacerías, torneos, espada, lanza y ballesta. Con esta última mostraba cierta habilidad, aunque un día mató a un servidor de un ballestazo por error.
Falleció en el monasterio de San Jerónimo de Yuste (Cáceres) el 21 de septiembre de 1558, acto que llegó a ensayar con asiduidad en vida metiéndose dentro de un ataúd para escuchar las oraciones por su alma desde el interior del mismo.
Eduardo VIII de Inglaterra y señor de Irlanda (1491 – 1547) llegó de incógnito a París en un día de niebla y comentó: “Esto del incógnito se ha acabado, hasta la niebla lo sabe y me ha seguido desde Londres hasta aquí”.
El célebre compositor francoitaliano Jean-Baptista Lully (Florencia., Italia, 1632, París, Francia, 1687), al servicio de Luis XIV de Francia y creador de la ‘tragedia lírica’, dirigía la orquesta con el gran bastón, que se usaba en aquel tiempo en lugar de la actual batuta, y se hirió gravemente en el pie. Se le declaró una cangrena y acudió al confesor, quien entre otras cosas le recriminó el escribir demasiadas obras profanas:
“Haz un sacrificio, hijo mío, y quema el manuscrito de tu última ópera”, le rogó el sacerdote.
El músico así lo hizo, pero al saberlo su hijo exclamó: “¿Cómo hiciste caso de ese jansenista puritano? ¡Quemar tu obra, una obra maestra!
“Hijo mío, quemé el manuscrito, pero me queda una copia”. ¡Hombre precavido!
- Hay que aclarar que el jansenismo era la doctrina puritana de los seguidores del obispo Cornelio Jansenio, que enfatiza el pecado original, la depravación humana, la salvación para los que nacieran con la gracia divina y la predestinación sin libre albedrío, que anulaba la libertad humana.
Se cuenta que compuso una cantata para celebrar el restablecimiento de una enfermedad del “rey Sol”, que se tituló “Dieu sauve le Roy”. Georg Friedrich Händel (Halle, Alemania, 1685, Londres, Reino Unido, 1759), durante una de sus estancias en Francia, la oyó, se apropió del original y, a su regreso a Inglaterra, la ofreció al rey Jorge I. ¡Era el “God save the King”!
Según parece, era costumbre del extraordinario músico, al que el severo pianista y profesor del Conservatorio de París Louis–Albert Bourgault–Ducondray (Nantes, Francia, 1840, Vernouillet, Francia, 1910) llamaba “el más grande ladrón musical que haya existido jamás”.
Otro ilustre compositor, en este caso alemán, Christoph Willibald Gluck (Erasbach, Berching, Alemania, 1714, Viena, Austria, 1787), creador de “Orfeo”, adoraba el dinero y la buena comida, y no se avergonzaba de propalarlo. Alguien le preguntó:
“Maestro, ¿qué es lo que más preferís en el mundo?”.
A lo que respondió: “Tres cosas: el dinero, el vino y la gloria”.
“¡Cómo! Para vos, un músico, ¿la gloria viene después del dinero y el vino? ¡No sois sincero!”. Pero nuestro personaje lo tenía meridianamente claro: “Pues es bien sencillo. Con el dinero compro vino, el vino despierta mi genio y éste me trae la gloria”.
Y como principiamos, concluimos. Con una loa a la constancia y a la persistencia en palabras del sexto presidente estadounidense John Quincy Adams: “La paciencia y la perseverancia tienen un efecto mágico ante el que las dificultades desaparecen y los obstáculos se desvanecen”. Si apostamos por ellas, todo resultará más fácil.
Juan de León Aznar… a buen comportamiento… prolíferos Reyes’2024
