La debilidad se define como una falta o carencia de vigor o fuerza, pero las debilidades personales son los puntos flacos de nuestra personalidad, o lo que es lo mismo, aquellos aspectos de un individuo que no suelen resultar admirables, ni apetecibles, ni auténticos, ni positivos… sino todo lo contrario.
Las personas pueden ser débiles porque estamos hechos de heterogeneidad de sentimientos y esa magia se traduce en hacernos distintos unos de otros.
Nunca está de más reflexionar sobre ella, ya que está presente en muchos factores de nuestra vida y se disfraza de compasión, como respuesta a una situación, mostrando alarmas, recelos o temores.
Y ya, sin demora, nos zambullimos en el anecdotario cuarenta y siete con este par de citas de dos prestigiosos autores irlandeses:
Una, del dramaturgo, crítico y polemista George Bernard Shaw (1856 – 1950):
“Los fuertes se destruyen entre sí y los débiles continúan viviendo”.
Y la segunda, del escritor satírico Jonathan Swift (1667 – 1745):
“Muchos hay que no conocen su debilidad, pero otros tantos que no conocen su fuerza”.
Cierto general se enteró en París de las relaciones íntimas de su esposa con Joaquín Murat (1767 – 1815), rey de Nápoles entre 1808 y 1815, mariscal de Francia, gobernador de París, almirante, príncipe del Imperio… y cuñado de Napoleón Bonaparte I (1769 – 1821).
Fue a quejarse al emperador y recibió la siguiente respuesta:
“Si tuviera que encargarme de vengar a todos los cornudos de mi corte, no me quedaría tiempo para ocuparme de los asuntos de Estado”.
Pasaba Napoleón revista a sus tropas y se le cayó el sombrero. Lo recogió un solícito cabo y se lo entregó.
Napoleón, distraído, dijo: “Gracias, capitán”.
“¿De qué regimiento?”, preguntó sereno y presto el cabo.
Dándose cuenta de su equivocación, el emperador replicó: “De mi guardia”.
Ni que decir tiene que fue ascendido.
Él también se suma al preámbulo cuando dijo: “Nada es más imperioso que la debilidad cuando se siente apoyada por la fuerza”.
El bufón de la reina Isabel I de Inglaterra e Irlanda, apodada la ‘Reina Virgen, Gloriana o la Buena Reina Bess’ (1533 – 1603), habló una vez, de manera desvergonzada, de su soberana. Ésta se indignó en demasía y el bufón, temeroso, estuvo un tiempo sin acercarse por la corte.
Volvió un día y le dijo Isabel:
“¿Vienes otra vez a echarme en cara mis defectos?”.
La salida airosa y también descarada del cómico fue: “No, señora, yo no me ocupo nunca de lo que es tema de conversación de todo el mundo”.
A su reinado, de más de cuatro décadas, se le conoce como la ‘era isabelina’.
Enrique de Liniers y Muguiro (1880 – 1922), hijo del conde Santiago Liniers y Gallo de Muguiro, senador, diputado a Cortes y académico, se disponía a ir una noche a la ópera y se encaminó a una parada de taxis para tomar uno que le llevara al Teatro Real. No se veían chóferes, ya que estaban reunidos en una taberna cercana y allí se dirigió don Enrique.
De forma desabrida y maleducada, le contestó uno de ellos al escuchar su petición:
“Se espera usted si quiere”.
La respuesta fue una sonora bofetada, a la que respondieron los compañeros del agredido, que salieron en su defensa y se armó una batalla de considerable dimensión.
Liniers, que era cojo, se apoyaba en su bastón para repartir mandobles y puñetazos a diestro y siniestro, intervino la policía y los llevaron a todos al cuartelillo. Una vez allí, el comisario pidió el nombre de los detenidos:
“Cosme Fernández, chófer”.
“Pedro López, chófer”.
“Ramón Suárez, tabernero”.
“Enrique Liniers y Muguiro, diplomático”.
Y uno de los taxistas, al escuchar el nombre y recordando la leña repartida, exclamó:
“Anda, y es diplomático”.
De la ilegible y sufrida caligrafía médica se cuenta la siguiente anécdota:
El escritor, periodista y crítico francés Octavio Mirbeau (Trévières, Francia, 1848; París, Francia, 1917), invitó a comer a su amigo el doctor Deschamps. Pero éste, no teniendo el día libre le escribió, declinando la invitación. Al recibir la nota, Mirbeau fue incapaz de leerla y por más que se esforzaba no conseguía leer una sola palabra, así es que consideró que el farmacéutico era quien tenía más probabilidades o posibilidades de interpretar o descifrar lo escrito.
En efecto, el boticario examinó atentamente la nota, abrió un armario, sacó un frasco y se lo entregó, diciendo:
“Son ocho francos, señor”.
Una frase anónima, que está por ahí perdida, dice:
“La vida está escrita con letra de médico. No trates de entenderla, ¡sólo disfrútala!”.
Y otro francés, el escritor y moralista Joseph Sanial-Dubay (1754 – 1817) cierra este anecdotario con una frase que sirve de máxima y hace referencia a lo tratado al comienzo del artículo:
“La debilidad no es un vicio, pero conduce a él: el malvado hace el mal, el hombre débil le deja hacer”.
Juan de León Aznar … por un día tan especial… Concepción e Inmaculada’2024
