Se escucha… “Miente más que habla” o “La mentira tiene las patas muy cortas”; se leen refranes como… “Antes se coge (se pilla) al mentiroso que al cojo” o “En boca de mentiroso hasta lo cierto parece dudoso”
Sí, nos estamos refiriendo a la mentira, ese defecto personal considerado como trastorno psicológico, que está cercano a la envidia y al orgullo, y que forma, a veces, parte habitual del comportamiento de un individuo.
Bola, calumnia, cuento chino, embuste, engaño, falsedad, fraude, infundio, invención, trápala, trola … son algunos de sus sinónimos más o menos conocidos, por utilizados.
A esta adicción repetitiva a mentir se le llama mitomanía y al mentiroso o embustero compulsivo, mitómano. Este personaje vive insatisfecho con la realidad, llega, a veces, a creerse sus propias invenciones, se recrea en ellas y tiene por objetivos conseguir la atención y la admiración de su entorno o evitar un castigo.
Estas mentiras no pueden sostenerse en el tiempo, habida cuenta las inexactitudes o contradicciones en las que se incurre.
Qué bien la define el docto y genial inglés William Shakespeare cuando escribió: “Con el cebo de una mentira se pesca una carpa de verdad”, aunque el sentido del humor del escritor y poeta francés Pierre-Jules Renard no se queda atrás:
“De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”, y es que a todos (ni todas ni todes) se nos ha escapado alguna vez alguna ‘mentirijilla’.
Y ya, sin más dilación, comenzamos el treintaicinco anecdotario:
Sabido es que el gran escritor y periodista Mariano Francisco de Cavia (Zaragoza, 1855; Madrid, 1920) era dado a la bebida. Como una ‘cuba’, su criado tenía que recogerlo de la taberna que frecuentaba en muchas ocasiones y que éste aprovechaba, de paso, para consumir lo suyo.
Una señora le reprochó: “Pero Cavia, ¿por qué bebe usted tanto?”.
“Para tener más energía durante el día”, fue la respuesta.
La dama siguió insistiendo: “Pues los toros, que usted conoce mejor que nadie, no beben, y buena energía gastan”.
Y el buen hombre, que era conocido por sus críticas taurinas y que firmaba con el seudónimo de “Sobaquillo”, replicó:
“¿No beben vino? ¿Ni licores? ¿Ni aguardiente? Pues crea, señora, que, desde ahora, los compadezco con toda el alma”.
Cuando el compositor, poeta, ensayista y dramaturgo alemán del Romanticismo Wilhem Richard Wagner (Leipzig, Alemania, 1813; Vendramin Calergi, Venecia, Italia, 1833) compuso ‘Tannhäuser’, las críticas se cebaron con él.
Tenía la virtud de escribir la letra a la par que la música de sus óperas y sucedió que un crítico que, hasta entonces, no pasaba por ser muy wagneriano, escribió que el compositor era superior al insigne poeta Goethe y al idolatrado Beethoven. Pusieron el grito en el cielo los que atacaban al músico, y culparon al escritor de haberse cambiado de bando, a lo que respondió:
“No habéis comprendido mi crítica. En ella digo que Wagner es mejor músico que Goethe y mejor poeta que Beethoven”. ¡Un avispado y cauteloso censor!
Firmaba sus obras con los seudónimos H. Freigedank y H. Valentino y entre ellas destacan ‘Tristán e Isolda’, ‘El holandés errante’ o ‘El anillo del nibelungo’.
La reina Isabel, ‘La Católica’, respetaba y hacia respetar hasta la exageración el famoso eslogan de “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. Por irrelevante o intrascendente que fuera, en todo documento oficial, crónica… debían ponerse los nombres de los dos soberanos. Así es que cuando nació la princesa Juana, y para evitarse previsiblemente complicaciones, el famoso humanista y cronista Hernando del Pulgar (Pulgar, Toledo, sobre 1430 – 1435, fallecido en 1493) consignó:
“El seis de noviembre de 1479 parieron Sus Majestades…”.
Un anónimo bibliotecario de provincias dio a Luis XIV una respuesta que ha hecho historia. Para demostrar sus conocimientos, el ‘Rey Sol’ le dirigía las más abstrusas preguntas y a todas ellas el pobre hombre contestaba: “No sé”.
Molesto el soberano, le preguntó: “Si no sabéis, ¿por qué os pagan?”. A lo que replicó el bibliotecario:
“Señor, me pagan por lo que sé. Si lo hicieran por lo que no sé, no habría dinero suficiente en vuestras arcas para pagarme”.
Ser bastante distraído era una de las peculiaridades de la personalidad del gran fabulista francés Jean de La Fontaine (Chäteau-Tihierry, Francia, 1621; París, Francia, 1695). Un día hablaba con una viuda a la que daba el pésame por el fallecimiento de su esposo: “Os compadezco de veras; es verdaderamente un gran dolor perder a un marido como el vuestro”.
Siguió un momento de silencio, y el fabulista se distrajo de tal modo que, pensando en otra amiga suya, que había perdido a su hijo, continuó:
“Pero no os aflijáis demasiado, señora; por fortuna podéis consolaros con los otros que os quedan”.
Mark Twain (1835 – 1910) es el seudónimo del gran escritor, orador y humorista estadounidense Samuel Langhorne Clemens, y a él pertenece la cita que cierra este anecdotario:
“La verdad a medias es la más cobarde de las mentiras”.
Juan de León Aznar … felicitando a los Pedros y Pablos’2024
