A una persona que no tiene normales sus facultades mentales, ya sea de manera permanente, temporal o esporádica, y que está ofuscada, trastornada, perturbada o desequilibrada, se le diagnostica un padecimiento de locura. Hasta finales del siglo XIX ésta se confundía con trastornos como la epilepsia o la bipolaridad. Su antónimo es la cordura.
Si un individuo no se detiene ante el peligro por audacia o insolencia, ya hablamos de osadía o temeridad, que conlleva un riesgo desproporcionado al no prever o calcular las consecuencias de sus actos.
Pero aún nos queda el término valentía, que es el que designa al sujeto que es capaz de acometer empresas peligrosas sin eludirlas, siempre más prudente que el osado, aunque la gente por lo general lo asocia con heroísmo, gallardía o valor.
Ser valiente es caer y levantarse. Tener miedo y atreverse. Conseguir algo para sí mismo o para un ser querido, aplicando toda la firmeza y decisión posible en vencer los miedos, las inquietudes o las dudas, que le permitan alcanzar los objetivos propuestos.
No debemos confundir la valentía con el coraje, ya que éste es cuando no estás de acuerdo con algo o alguien y hasta deseas venganza o lastimar.
“La valentía es cuando eres el único que sabe que tienes miedo”, escribió el periodista norteamericano Franklin P. Jones (1908 – 1980) y con él arrancamos el cuarentaicinco anecdotario.
Don Agustín Esteban Collantes (Carrión de los Condes, Palencia, 1815; Madrid, 1876) fue un político y periodista español, diputado conservador por Palencia y ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana en 1853, que ha pasado a nuestra historia parlamentaria por lo que le sucedió un día en una de sus intervenciones. Se le rompieron los tirantes y se le cayeron los pantalones. Sin inmutarse, se los subió y dijo:
“Puestas las cosas en su sitio…”.
En una reunión se debatía sobre el problema sindicalista en Cataluña que vivía, sin duda, uno de sus momentos más sangrientos. Uno de los contertulios, exclamó con vehemencia:
“Yo cogería a los sindicalistas del ‘ÚNICO’ y del ‘LIBRE’ y los desterraría a Fernando Poo”. A lo que Collantes replicó:
“Nada de Fernando Poo; a una isla los llevaría yo, a una isla de esas rodeada de agua por todas partes. ¡Ya verían lo que es bueno!”.
¿Sabría nuestro personaje que Fernando Poo, hoy llamada Bioko, es una isla que se encuentra en el golfo de Guinea?
Y una puntualización. En la localidad palentina mencionada con anterioridad nació Íñigo López de Mendoza y de la Vega, marqués de Santillana (1398 – 1458), autor de “El diálogo estoico de Bías contra Fortuna”.
El poeta, crítico y traductor francés François de Malherbe (Caen, Francia, 1555; París,1628) comió un cierto día en casa del obispo de Rouen. Después del almuerzo se dejó caer en un sillón y se quedó profundamente dormido. El prelado lo despertó pasada una hora y le dijo:
“Vamos, un pequeño esfuerzo. Venid al sermón”.
“No es necesario que vos prediquéis; ya duermo bien sin ello”, contestó el rapsoda.
Corría el año 1920 y el periodista y político y diputado en las Cortes de la Restauración, Adolfo Suárez de Figueroa y Ortega, protagonizaba una cruzada en el periódico ‘El Nacional’ contra cierto director general. En bastantes ocasiones escribía: “Si nosotros hablásemos…”.
Indignado y ofendido, el político se encaró un día con el periodista:
“¿Qué tienen que decir contra mí? Mi vida es honrada, no tengo nada que ocultar. Vamos, vamos, ¿qué pueden decir de mí?”.
A lo que el redactor o articulista contestó:
“Pues que tengo una carta en la que usted escribe de su puño y letra ‘abrir’ y echar’ con ‘h’ y, a pesar de ello, es director general de Enseñanza”.
Al papa 249 de la Iglesia Católica, Clemente XIV, que ejerció su pontificado desde 1769 hasta su fallecimiento en 1774, le preguntaron si depositaba total confianza en sus secretarios.
“Son tres y muy callados. Aquí los tenéis”, respondió, señalando los tres dedos con los que sostenía la pluma.
Este pontífice decretó la supresión de la Compañía de Jesús (jesuitas) fundada por San Ignacio López de Loyola en 1773, que ya seis años antes habían sido expulsado por Carlos III de sus dominios, ejemplo imitado por otros soberanos de la Casa de Borbón como Luis XIV de Francia.
“El amor es la virtud del corazón, la sinceridad es la virtud de la mente, la decisión es la virtud de la voluntad, la valentía es la virtud del espíritu”, sentenció el diseñador, escritor y educador estadounidense Frank Lloyd Wrigth (1867 – 1959).
Y como los actos de valentía, por el arrojo o la intrepidez que conllevan a veces, están emparentados en múltiples ocasiones con el remordimiento, que es lo que queda después de una mala acción por no haber hecho lo que se debiera, me permito la licencia de exponer una reflexión muy personal y, por tanto, subjetiva al respecto:
Viene a ser, en sentido metafórico, como si una primorosa badila (paleta) o un lustroso atizadero removieran los cenicientos rescoldos de una lúcida conciencia, que desparrama sollozos y rezuma lágrimas, y que sólo un delicado lenzuelo (pañuelo) pudiera enjugar.
Juan de León Aznar … seguimos anonadados por la catástrofe de Valencia’2024
