La Columna de Don Juan León | “La tristeza es una de las vibraciones que prueban que estamos vivos”


Los filósofos definen la tristeza como una emoción humana básica. La que sentimos cuando estamos frente a algún mal que no podemos evitar, pero con el que tenemos que convivir. Es lo contrario del gozo, representa un gran impacto en nuestras vidas y, por tanto, hay que saber gestionarla para no caer en el pozo de la melancolía o en el drama de la depresión

     Dos maravillosos proverbios, uno chino y otro árabe, respectivamente, abren de par en par el treintaisiete anecdotario:

     “No puedes evitar que las aves de la tristeza pasen por encima de tu cabeza, pero puedes evitar que hagan un nido en tu cabello”.

     “La tristeza es como un tesoro precioso, que se muestra sólo a los amigos”.

     Aunque también es deliciosa la cita del empresario estadounidense Jim Rohn

     “Las paredes que construimos a nuestro alrededor para mantener fuera la tristeza, también impiden que entre la alegría”. Y ésta, qué duda cabe, es imprescindible.

     El célebre químico, físico, matemático y bacteriólogo francés, no médico, Louis Pasteur (Dole, Francia, 1822; Marnes-la-Coquette, Francia, 1895) es archiconocido por sus grandes descubrimientos y sus grandes logros en los campos de la química y la microbiología: las fermentaciones alcohólica, láctica o butírica con sus bacterias y agentes; la pasteurización; demostró lo errado de la especulación sobre la generación espontánea; teoría germinal de las enfermedades…  

     Todo ello, no es óbice para que fuera un personaje proclive a las anécdotas, así es que expongo una triada de ellas:

     Se encontraba un día nuestro ilustre investigador en Compiègne (región del Oise, Alta Francia) en la corte de Napoleón III Bonaparte (París, Francia 1808; Chislehurst, Reino Unido, 1873), cuando le pidieron que diera una charla sobre cuestiones científicas. En un punto de su disertación dijo que le sería útil una gota de sangre y la emperatriz Eugenia de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick o María de Guzmán y Portocarrero, más conocida como Eugenia de Montijo (Granada, 1826; Madrid, 1920) se pinchó un dedo para ofrecérsela. Pasteur que no era un hombre de mundo ni cortesano, se limitó a contestar:

     “Hubiese preferido sangre de rana”.

     La emperatriz rio y al día siguiente hizo llevar a la habitación del sabio un saco lleno de ranas vivas. Éste, obviamente le dio las gracias, pero al marcharse de la Corte se olvidó de ellas por completo. 

     Lo curioso sucedió esa misma noche, ya que la habitación fue asignada a una dama extranjera, la cual se despertó por un extraño ruido. Encendió una vela y lanzó un grito. La alcoba en la que reposaba plácidamente estaba llena de ranas, que habían escapado del saco y, casquivanas ellas, saltaban, croando, por todas partes de la estancia.

     Se doctoró en París y entró en el departamento del hospital de la capital francesa, comandado por el biólogo, médico, fisiólogo y fundador de la medicina experimental, Claude Bernal (Saint-Julien, Francia, 1813; París, 1878).

     Explicaba éste: “Hubo un tiempo en que en los hospitales la sangre corría a torrentes. Ahora, como no se hacen sangrías, es difícil encontrarla para los experimentos. Suerte tengo de mi ayudante, Pasteur, que se deja sangrar para contentarme. Cuando le dije que era un sacrificio muy grande, me dijo seriamente…”.

     “Oh, no se preocupe, doctor, yo cada día me sangro, y con mi sangre riego los tiestos de mi balcón”

     El ilustre bacteriólogo invitó un día a almorzar a un amigo y le ofreció unas cerezas como postre, el cual cogió una y se la comió. Pasteur le regañó, diciéndole que era menester lavarlas antes:

     “Cada cereza lleva en su piel millones de microbios que tú, insensatamente, te llevas a la boca”.

     Acto seguido y dando ejemplo, empezó a lavar sus cerezas en un vaso de agua. Sólo que un momento de distracción, cogió el vaso y se bebió el contenido:

     “¿Qué haces desgraciado? Has tragado millones y millones de microbios”, le reprendió el amigo. Pasteur le sonrió y le dijo: 

      “No te preocupes. Esto no tiene importancia”. Peculiaridades de un sapiente de lujo.

     El dramaturgo neorromántico francés Edmond Eugéne Alexis Rostand (Marsella, Francia,1868; París, Francia, 1918), famoso por su obra sobre la figura de ‘Cyrano de Bergerac’, viajaba en tren con una dama de elegante y distinguido aspecto como única compañera de departamento y, sintiendo deseos de fumar, le preguntó si le molestaría que lo hiciera. Para su sorpresa, la mujer sacó papel y lápiz y escribió:

     “Perdóneme, soy sordomuda. Creo que usted desea fumar, hágalo, por favor”

     Conmovido, el autor le entregó una nota a la silenciosa mujer que decía:

     “Le ruego acepte la expresión de mi más respetuoso homenaje de simpatía. Edmond Rostand”.

     Tiempo después, en un estreno en la Comedia Francesa, el escritor vio a la susodicha conversando animadamente con un amigo suyo, quien más tarde le aclaró el ‘misterio’:

     “¿Sordomuda? ¡Qué va! Es una fanática de los autógrafos. Creo que posee la mejor colección de Europa”.

     Y con estas dos citas echamos el cerrojo a este anecdotario, referido a la tristeza: 

     “La tristeza es una de las vibraciones que prueban que estamos vivos”. Es del aviador y escritor francés Antoine Marie de Saint-Exupéry, autor de “El principito”.

     “La tristeza no es más que un jardín entre dos paredes”, que pertenece al poeta, pintor, novelista y ensayista libanés Khalil Gibran.

                Juan de León Aznar… felicita a todas las personas que celebran su onomástica el Día de la Virgen del Carmen’2024, patrona de la Armada Española y de todos los marineros, que la engalanan y pasean por nuestras costas hispanas. 


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