La Columna de Don Juan León | “La felicidad no es suficientemente buena para mí. ¡Exijo euforia!”


¡Estoy eufórico o te veo eufórico!, son expresiones que escuchamos en nuestro día a día. Y sí, nos referimos a ese entusiasmo o alegría profunda que experimentamos o transmitimos, con una clara tendencia al optimismo. En definitiva, se trata de la euforia y, por tanto, alberga un estado de gran felicidad o bienestar. Su etimología proviene del griego ‘euphoros’, que significa ‘saludable’

     Si trasladamos o extrapolamos esta acepción al amor, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que es un estado intenso de anhelo y deseo o de unión con la otra persona.

     Practicar actividades aeróbicas como correr, andar en bicicleta, nadar o bailar, liberan endorfinas, dopamina y serotonina, que generan los sentimientos antes citados. Se cree que una concentración baja de estas sustancias neurotransmisoras puede acarrear o ser causa de una riesgosa depresión.

     El efecto antagónico o su parte negativa se produce cuando se provoca esta euforia por el consumo de cocaína, anfetaminas, LSD, marihuana… que alteran los procesos químicos cerebrales. El estado de ánimo disfórico nos presenta o nos muestra a un individuo ansioso, desagradable, irritable y triste.

     Como escribe el dibujante estadounidense de 67 años William “Bill” Watterson (1958): “Esta es la diferencia entre el resto del mundo y yo. La felicidad no es suficientemente buena para mí. ¡Exijo euforia!”.

     Y ya, sin más preámbulos, nos adentramos en el anecdotario ochenta y tres.

     La segunda esposa de Tomás Moro (Londres, 1478 – decapitado en la Torre de Londres en 1535) intentaba convencer a su marido de que se plegara a las exigencias de Enrique VIII (1491 – 1547) para así salvar su vida. El gran santo le contestó:

     “¿Crees que, por diez o veinte años que pueda vivir, debo renunciar a la eternidad?”.

     Thomas More, en inglés, abandonó el convento de los cartujos en 1505 y contrajo matrimonio con Jane Colt, diez años menor que él, y con la que tuvo cuatro hijos: Margaret (1505, una de las mujeres más sabias de la Inglaterra de su época y a la que su padre llamaba ‘Meg’), Elisabeth (1506), Cicely (1507) y John (1509), o lo que es lo mismo, Margarita, Isabel, Cecilia y Juan, para entendernos.

     Fallecida Jane, su primera esposa en 1511, se desposó al mes siguiente con una viuda rica llamada Alice Middleton, que tenía una hija también llamada Alice y era siete años mayor que él.

     Beatificado en Florencia en 1886 por el papa León XIII, fue canonizado en Roma por el papa Pío XI en 1935.

     Fue jurista, filósofo, teólogo, político, escritor (la ‘Utopía’ es su gran obra), poeta, traductor, profesor de leyes, juez de negocios civiles y lord canciller de Enrique VIII, quien lo acusó de alta traición por oponerse al divorcio de éste con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, y negarse a firmar el Acta de Supremacía, que representaba repudiar la autoridad del papa de Roma.

     Y, como “curiosidades curiosas”, decir que su cabeza reposa en la iglesia anglicana de San Dunstan en Canterbury, que portó un cilicio (instrumento de penitencia y accesorio áspero hecho con pelo de cabra que provoca dolor o incomodidad) en su pierna hasta el día de su muerte, y que su fascinante vida fue llevada al cine en 1966 con una película galardonada con seis premios Óscar.

     Ya en 1988, Charlton Heston protagonizó y dirigió una película para televisión, junto a Vanessa Redgrave, basada en la obra de teatro del escritor y guionista británico Robert Oxton Bolt (1924 – 1995) con el título de “Un hombre para la eternidad”.

     Al comediógrafo español de la ‘generación del 98’, fecundo autor de sainetes y comedias, Carlos Arniches Barrera (Alicante, 1866 – Madrid, 1943), le preguntaron:

     “¿No sale usted en verano? A lo que el gran sainetero contestó:

     “No, no me gusta cambiar de calor ni de mosquitos”.

     Ensayando una de sus obras, un actor le comentó, refiriéndose a un pretendido modisto madrileño que el autor ponía en boca de uno de los personajes:

     “Don Carlos, esto no lo dice ningún madrileño”, y respondió Arniches:

     “Pero lo dirán”. 

     El filósofo y escritor francés Jean – Baptiste de Boyer, marqués D’Argens (1704 – 1711), reseñaba en una reunión que el también escritor y filósofo francés, además de historiador y abogado, François Marie Arouet, conocido como Voltaire (1694 – 1778), habiendo pasado una temporada en la abadía de Sémones, de cuyo abad era amigo, había concurrido en algunas oportunidades a los oficios, apoyándose en el brazo de su secretario protestante, ya que se encontraba muy débil. Y acabó su parloteo de esta guisa: “Esta es la primera vez en que la incredulidad se apoya en la herejía para rendir homenaje a la Iglesia”.

     Disfruten de los efímeros, pero felices, sucesos que nos regala la vida, porque los instantes desagradables acudirán solos, sin aviso previo, ya que las ingratitudes y las adversidades son los imponderables que no podemos obviar y que nos aguardan, indefectible e irremediablemente, día tras día. 

     Como escribió el escritor argentino Julio Florencio Cortázar (1914 – 1984):

     “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”

Juan de León Aznar… recordando a nuestros amados difuntos en este’2025


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