La Columna de Don Juan León | “La falta de puntualidad es el ladrón del tiempo”


Las cinco de la tarde del té inglés o de las corridas de toros; el fichar en las empresas; las primigenias salidas vespertinas de los centros educativos; las citas médicas programadas (?) o de ITV; las señales horarias radiofónicas; las llegadas a las estaciones (marítimas, ferroviarias, de autobuses…) o a los aeropuertos; las entrevistas concertadas; los almuerzos o cenas de trabajo o negocios… ¡todo lo engloba la puntualidad, que nos exige… ¡ser puntuales!

     Se define como el cuidado y la diligencia que hay que tener para llegar a un lugar o partir de él a la hora convenida y se trata de una actitud humana considerada como la virtud de coordinarse cronológicamente para cumplir una tarea o satisfacer una obligación, siempre dentro del plazo de tiempo comprometido de antemano.

     Lleva aparejada la cortesía, la educación, el respeto, la sinceridad, la honestidad y, por ende, el cumplimiento de la palabra dada, y es esencial para mantener una buena reputación, tanto personal como profesional, ya que respetamos el tiempo de los demás, nos habla de nuestro nivel de responsabilidad y nos conduce a establecer relaciones más saludables y sólidas.

     Y con William Shakespeare nos adentramos en este anecdotario sesenta y cinco:

     “Mejor tres horas demasiado pronto que un minuto demasiado tarde”.

     Aunque la autora estadounidense de ciencia-ficción y fantasía de 74 años, Karen Joy Fowler, nos deja esta preciosa reflexión para que valoremos el esfuerzo de los demás: 

     “Llegar tarde es una forma de decir que tu propio tiempo es más importante que el tiempo de la persona que te espera”.

     Esta anecdótica historia tiene su origen en el famoso teólogo y obispo católico francés François-Marie Salignac de la Mothe Fénelon (Sainte-Mondane, en el castillo de su nombre y en el seno de una familia noble, Francia, 1651; Cambrai, Francia, 1715), autor de “Las aventuras de Telémaco” de 1699:

     Nos adentramos en plena ‘Mitología Griega’ para explicar que el fiel amigo de Odiseo o Ulises, aquel héroe legendario que aparece como personaje de la ‘Ilíada’ y es el protagonista que da nombre a la ‘Odisea’ (ambas obras atribuidas a Homero de Esmirna), era Mentor, que se encargó de la administración de sus bienes y de la educación de su hijo Telémaco. 

     Cuando Atenea o Minerva quería guiarlo por la buena senda, adoptaba la figura y la voz de Mentor, y también se aparecía a Ulises de esa guisa para protegerle y mostrarle el camino.

     Penélope, que era su esposa; su hijo, Telémaco; y Ctímene, su hermano menor, lo esperaron durante veinte largos años: diez en la guerra de Troya y otra decena de ellos intentando volver a Ítaca, de donde era rey.

     Ahí, en el libro antes citado, es cuando la palabra mentor toma su significado que es el de consejero, instructor, guía o que sirve de ayo (preceptor). Hay que añadir que su lectura resulta densa y algo pesada; pero, claro, es una opinión subjetiva y a buen seguro errada, ya que se trata de un clásico de la literatura francesa. 

     También Miguel de Cervantes Saavedra pensaba que su mejor obra era el “Persiles y Sigismunda” y, a mi humilde parecer, le supera en aburrimiento. 

     Fénelon era un hombre muy modesto y un día unos amigos le preguntaron por qué iba a pie pudiendo ir en coche, y él contestó:

     “Tendría siempre miedo de encontrar a un peatón que valiese más que yo”.

     Era también comprensivo y siendo obispo de Cambrai, el párroco de un pueblo se vanagloriaba y jactaba de haber suprimido el baile en su parroquia. Y él le dijo:

     “Mi querido párroco, es justo que nosotros, los sacerdotes, no bailemos; pero, ¿por qué impedir a nuestros pobres campesinos que olviden sus miserias en la danza?

     Nuestro personaje se sometió siempre a la disciplina de la Iglesia, dando con ello ejemplo de su humildad y bondad. Esta última virtud le hacía decir cuando se hablaba de la patria:

     “Amo a la familia más que a mí mismo, amo a la patria más que a la familia, pero amo al género humano más que a la patria”.

     Cuando fue nombrado arzobispo de Cambrai, restituyó al rey el único privilegio que tenía, el de la abadía de San Valerio, alegando que su conciencia no le permitía acumular beneficios. Un obispo que disfrutaba de muchos de ellos, puso el grito en el cielo, exclamando: “Pero, ¡este hombre arruina el oficio!”.

     Fue condenado al exilio en su propia diócesis por el rey francés Luis XIV, el cual se sintió ofendido por la novela antes citada en la que defendía la idea de la fraternidad entre las naciones. 

     Se le considera un precursor de la ‘Ilustración’, que fue un  movimiento cultural e intelectual europeo que tuvo lugar desde mediados del siglo XVIII hasta principios del XIX, especialmente en Inglaterra, Francia y Alemania.

     Puesto que la puntualidad nos permite organizarnos, prescindir de ella supone una pérdida y de ahí lo escrito por el escritor irlandés Óscar Wlide (1854 – 1900):

     “La falta de puntualidad es el ladrón del tiempo”.

     Y si queremos tener una mejor relación con nuestro entorno, debemos tener presente al autor norteamericano Grenville Kleiser (1868 – 1935):

     “Al poner en práctica las cualidades de la paciencia, puntualidad y sinceridad, tendrás una mejor opinión del mundo que te rodea”.

Juan de León Aznar … ¿se acabará con abril el tren de borrascas’2025?


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