¡Ya estamos de vuelta! ¿Se sienten u os sentís con fuerzas para soportar una nueva andanada de estos artículos que llegan semanalmente y que se reciben de mejor o peor grado, según el estado anímico en el que se encuentren u os encontréis?
Obviamente, el verano da para mucho y se producen situaciones o concurren vivencias, que componen una amalgama de sentimientos tan dispares como: relajantes (descanso), emotivos (familiares), sanitarios (enfermedades o rehabilitaciones), tristes (pérdidas de seres queridos o accidentes), laborales (diversos trabajos), económicos (carestía de vida) … y un sinfín más de ellos que podríamos seguir enumerando.
Lo que sí significa el período estival, en cualquier caso, es que se trata de un lapso de tiempo en el que hay que reponer fuerzas o cargar pilas para el otoño ‘caliente’ que se nos viene encima con tantos interrogantes por descifrar.
Y qué mejor entretenimiento que contar tres ‘heterogéneas historias’, que hagan posible el evadirnos o, lo que es mejor, arrancar unas sonrisas o, incluso, unas risas, ¿por qué no? Y de paso, acometemos el anecdotario setenta y ocho.
El primer relato se sitúa en el zoológico de Bilbao y lo protagoniza un varón rubio de 1,70 m. y de 45 años, que cayó al foso de los leones en una calurosa tarde de verano.
Estaba a punto de ser atacado cuando otro varón, moreno, de 1,80 m., de 35 años y de fuerte complexión, saltó y rescató al primero con habilidad y audacia, sin sufrir heridas de consideración.
Los viandantes irrumpieron en aplausos, la emoción embargaba a los presentes, el rescatado se fundió en un largo abrazo con lágrimas en los ojos, y todo acabó en felicitaciones al héroe que, posteriormente, fue entrevistado por un equipo de reporteros.
La conversación o el diálogo transcurrió, más o menos, de esta guisa:
Periodista: “Hola, buenas, ¿qué ha ocurrido?”.
Nuestro campeón: “Pues que he visto como caía ese señor y al comprobar que no podía salir me he lanzado a salvarlo, sin pensarlo dos veces”.
Periodista: “Vaya, vaya, desde luego eres un héroe. ¿De dónde eres? ¿De Euskadi?”.
Nuestro paladín: “Pues no, soy de Cáceres y estoy aquí porque soy funcionario y me han trasladado”.
Periodista: “Pero tu familia es de aquí, ¿no?”.
Nuestro adalid: “Pues no, todos están en Extremadura”.
Periodista: “Bueno, a pesar de eso, estarás a favor de la patria vasca y de la independencia de Euskadi, ¿no?”.
Nuestro intrépido personaje: “No, no, yo estoy por una España común para todos, unida, fraternal y solidaria”.
Periodista: “Hum, bien, vale… adiós”.
La noticia que apareció publicada al día siguiente en el diario fue:
“Joven ultraderechista español roba la comida al león ‘Euskaldun’ en el zoo de Bilbao”.
Y en la foto se puede apreciar al felino herido y con un ojo… ¡morado!
Esta historia, obviamente inventada, demuestra de manera palmaria que, del sentir de esos nacionalistas, independentistas o separatistas, podemos esperar cualquier cosa, porque en esta ESPAÑA de nuestras ‘entretelas’ se suelen tergiversar los hechos… a los que se les da unas vueltas como si de un calcetín se tratara.
La segunda historia, cómica y desternillante, tiene lugar en un hospital donde el protagonista ha permanecido en coma durante bastantes meses.
Al despertar, encuentra a su desconsolada y abnegada esposa, que ha permanecido a la cabecera del lecho todo el tiempo, y con los ojos llorosos le pide que se acerque y le dice:
“¿Sabes qué? Siempre has estado a mi lado en cada momento malo. Cuando fue despedido del trabajo, me diste ánimo. Cuando mi negocio quebró, estuviste ahí. Cuando me tirotearon no te separaste de mí. Cuando perdimos la casa, te quedaste aquí mismo. Cuando mi salud empezó a ser precaria y a decaer, no me dejaste un instante… ¿Sabes qué?”.
La compungida esposa, rota por el llanto y con el corazón lleno de ternura, se acercó y le dijo: ¿Qué querido?
“¡’Pa’ mí… que tú me traes mala suerte!”.
El tercer episodio tiene que ver con el sacerdote de una parroquia catalana, que jamás había recibido donación alguna por parte de uno de los abogados más ricos de la localidad. Un día el párroco decidió hablar personalmente con él del asunto y se lo planteó:
“Pues verá…, quería hacerle notar, si me lo permite y con todo el respeto que su persona merece, que, según nuestros datos, usted gana más de tres millones de euros al año y nunca nos ha donado ni un céntimo para nuestras obras de caridad. ¿Querría usted, mediante suscripción, contribuir con cierta cantidad para esas obras?
El letrado, que había escuchado la petición con toda atención, quedó pensativo unos instantes y replicó:
“Consta en sus datos que mi madre está muy enferma y que sus gastos médicos son más elevados que su pensión anual de jubilación o qué estoy separado de mi mujer y le paso un dineral?”, continuó el jurista.
“¡Ah, no!, por supuesto que no”, murmuró el cura.
“¿Y les consta que mi hermano pequeño es ciego y no encuentra trabajo, y que Jordi el marido de mi hermana, murió hace poco en un terrible accidente y no le dejó capital alguno y con cinco hijos? ¿Figura en sus registros que tengo a mi padre, diabético y enfermo del corazón y en una silla de ruedas desde hace diez años?
“No, tampoco”, contestó el cada vez más anonadado religioso.
“Pero supongo que sí sabrá que dos de mis sobrinos son sordomudos y que la empresa de su progenitor quebró con la crisis y está prácticamente arruinado”.
“Pues no, la verdad, lo siento de veras, no tenía ni la menor idea de todo lo que usted me ha dicho”, respondió el avergonzado clérigo por el ‘papelón’ hecho.
Entonces, el ricachón, sentenció:
¿Por qué tengo que darle dinero a usted, si a ellos no se lo doy?
Es un hecho que la sonrisa puede transmitir alegría, amabilidad y confianza, pero no se prodiguen mucho en ella… ¡vaya a ser que nos cobren ‘impuestos’!
“Sonríe siempre que te apetezca. Te sentirás mejor y harás sentir mejor a la gente que te rodea”. Lástima que la frase sea anónima, porque merecía una ‘paternidad’.
Juan de León Aznar … felicitando a los ‘Migueles’ en este septiembre’2025
