Como decía Zigong: “Lo que no quiero que los demás me hagan a mí, tampoco se lo hago yo a los demás”
En el día a día de nuestra corta o larga vida, según se mire y según qué circunstancias, se producen pequeñas situaciones, insignificantes ‘curiosidades curiosas’ (como a mí me gusta llamarlas), pero que han entroncado de lleno con nuestra idiosincrasia o han llegado a formar parte de nuestro rutinario y cotidiano ‘modus vivendi’. Gilbert K. Chesterton lo explicó bastante bien: “No hay ‘cosas’ sin interés. Tan solo personas incapaces de interesarse”.
Sin embargo, se dan otras ‘peculiaridades’, que pertenecen al capítulo de lo incívico o al incivismo.
Si recurrimos al diccionario podemos leer: que denota falta de civismo… que se comporta sin civismo… falto de civilidad o cultura… grosero, maleducado… ¿Lo contrario, lo antagónico, lo opuesto por el vértice?: cortesía, educación, ciudadanía y urbanidad (comportamiento respetuoso que obedece a principios).
James Terrance Mullen lo dejó claro: “La libertad, al fin y al cabo, no es sino la capacidad de vivir con las consecuencias de nuestras propias decisiones”.
Así, sin más dilación, enumeraremos algunas de estas conductas que deberíamos erradicar de nuestro día a día y que ustedes, a buen seguro, pueden completar:
El portero automático, el teléfono fijo o el móvil son artilugios que están dotados de altavoces y amplificadores. Entonces, ¿por qué gritar tanto? Cualquier plaza, calle colindante o pieza de un inmueble en el que moramos puede dar fe de nuestra falta de intimidad.
Se escucha: “¡Acabo de llegar y me quedo en un chiringuito que estoy viendo, porque la ración de paella está a ocho euros!”; “¡He dejado a Pepe, me ‘agobiaba’ demasiado!”; “¡Los niños de Lola son unos maleducados, si lo sé no vengo!”; “¡A ese mesón no entro, que huele mucho a fritanga!” …
Los gestos que se componen son dignos de estudio o demandan observancia: alharacas, manoteos o soplidos, indefectiblemente acompañados de paseos inquietos de ida y vuelta.
Abundan los bochornos o sofocos embarazosos, discusiones, interioridades, mal uso en lugares cerrados como aulas, bibliotecas, cines o iglesias, prisas incómodas, problemas de pareja… ¡Todo el ‘pandero o tafanario’ queda al descubierto!
Las discusiones son proverbiales y asiduas en esas reuniones familiares o de amigos en el salón, salita de estar de un inmueble cualquiera o en un bar. Se suceden las charlas, coloquios, trifulcas, debates o comentarios a voces con la TV encendida y a todo trapo (práctica hispana, habitual y extendida). ¿Consecuencias?: ronqueras crónicas, muerte súbita de neuronas, rostros congestionados, pérdidas auditivas, venas y arterias a punto de estallar… ¿A alguien se le ocurre bajar el volumen o apagar la ‘caja tonta’? ¡Incomprensible!
El incivismo resulta muy evidente en el desmedido amor por los animalitos de compañía. Muchas bufanditas, paragüitas y ‘saquitos’ para esas cándidas y ejemplares mascotas, pero siguen ensuciando y marraneando, salvo honrosas excepciones, las calles, jardines, paseos y plazas de nuestras localidades con sus deposiciones. Excrementos que, por otra parte, son un depósito de bacterias que, al secarse, se expanden o airean y hacen desear la alergia esa, tan primaveral ella, y que atiende a palabros tan pastoriles o bucólicos, por poéticos, como la trama del olivo, el arador de la sarna… A veces, las madres con los cochecitos de sus vástagos o infantes tienen que trazar un eslalon para deambular por esas vías públicas.
Gustarnos los animalitos, nos gustan, pero de ahí a ser curiosos y dar ejemplos de civismo, respeto o conocer nuestros deberes…
Le toca el turno a la pasividad de esos padres que ‘sueltan’ a sus molestos vástagos por bares o terrazas, a costa del prójimo. Brincan, corren, empujan, gritan, saltan… ¡Hasta ahí todo normal! ¡Son niños! Pero como decía Zigong: “Lo que no quiero que los demás me hagan a mí, tampoco se lo hago yo a los demás”. Recapaciten y verán que cuesta poco intentarlo.
¿Y en las playas? Esos imberbes invaden el reparador sueño o la ‘toma solar’ para inundar la toalla o el esqueleto de fina arena blanca, amarilla o negra, ‘humedecer’ al bañista con sus ‘refrescantes’ salpicaduras u obsequiarlos con un balonazo. Y todo ello, mientras sus progenitores paladean una ‘birra’ o degustan unas patatas crujientes debajo de sus sombrillas, generalmente de propaganda, protectoras de los peligrosos rayos UVA (piel y envejecimiento).
En los paseos se cometen multitud de badajadas donde se pone de manifiesto lo incívicos que podemos llegar a ser. Analicemos algunas:
Los pasos de peatones o de cebra son utilizados como si de pasarelas de moda se tratasen, hablan por el móvil, charlan con alguien y ni miran a derecha o izquierda por si viene algún ‘orate’, henchido de su ‘preferencia’.
La educación vial es nula o brilla por su ausencia con reuniones que bloquean el pasaje o la ocupación total de la acera que fuerza a acceder a la calzada; los vehículos que utilizan dos plazas de aparcamiento; esas bicicletas o patinetes eléctricos que no se ‘exponen’ al tráfico rodado y deambulan por ellos; o las cáscaras de frutos secos por doquier, amén de latas, papeles o excrementos.
La desaprensión de algunos conductores que, con una ‘pericia’ sin igual, se adueñan de los charcos y empapan a los desguarnecidos paseantes.
El braceo desmesurado de algunas personas que ponen en peligro la integridad de las partes nobles, testicular u ovárica, del viandante agraviado (con un “perdón” todo queda solucionado, pero el daño ya está hecho).
Algunos turistas que alquilan apartamentos o cocheras vienen a ‘terreno conquistado’ o se creen los ‘reyes del mambo’. Cometen toda clase de desmanes y tropelías: exceso de decibelios, ocupaciones indebidas de plazas de garaje o calles comunitarias, acúmulo de utensilios en ellas… ¡Amor al prójimo señores, convivencia!
Ya lo apuntaba el Dalai Lama cuando escribió: “Respeto por ti mismo. Respeto por los demás. Responsabilidad por todas tus acciones”.
Y continuamos vertiendo ingredientes en este ‘incívico gazpacho’, desglosando algunos más de sus múltiples ‘ingredientes’:
La estridencia televisiva y radiofónica vespertina es palmaria. Toda una ‘escalera de infinitos peldaños decibélicos’, en la que se producen innumerables y furibundos cambios de canales, provocando que el mando a distancia ‘fallezca’, ‘casque’ o se haga trizas.
Los tacones de las señoras/señoritas de la pared de al lado o del piso de arriba también ‘ayudan’ lo suyo para conseguir ese karma indú tan ansiado. ¿Y las obras a deshoras en las Comunidades de Vecinos? ¿Y las públicas, desmedidas en volumen, duración y tiempo? ¡En verdad, en verdad os digo, que no hay derecho!
¿Le hacemos aquí un hueco a nuestros parlamentarios? Sí, esos sesudos políticos, diputados y senadores, que nos representan a todos en las Cámaras Alta o Baja y que, apenas vengan mal dadas, ‘patean’ el hemiciclo para expresar su disconformidad con alguna ponencia u opinión no compartida o irrumpen en carcajadas estentóreas y desaforadas cuando no escuchan lo que desean oír del orador de turno.
¡Espectáculo bochornoso y lamentable! Creo, sin más, que dan rienda suelta a su infantilismo, a ese niño que todos llevamos dentro, liberan energía negativa acumulada y, de paso, nos obsequian con esa deplorable muestra palmaria de ‘incivismo’, desmedido e impropio de tan ‘selectas’ y excelsas criaturas.
¿Y las reuniones de Comunidades? ¿Y los claustros de colegios o institutos? ¿Y los plenos municipales? ¿Y los debates televisivos? ¿Y las tertulias radiofónicas? ¿Y las discusiones en bares? Si colocáramos el ‘aparatito captador de decibelios’ tengan por seguro que lo reventaríamos. ¡Qué derroche!
De los incívicos, por ruidosos y molestos, motoristas, motociclistas o automovilistas que recorren esas benditas calles (teniendo presente la ‘política de verano’) y que con sus “piques a escape libre” o ‘discotecas ambulantes’ interrumpen el descanso, incomodan al personal y no permiten audiciones ni televisivas ni radiofónicas. Mejor lo dejamos.
Echar de comer a los animales (gatos, palomas, tórtolas…) en las calles; tender ropa en la fachada principal; tirar la basura a deshoras (paraíso para perros que desgarran las bolsas y esparcen sus contenidos por las aceras); arrojar las mascarillas al suelo; poner las piernas o los pies descalzos en las sillas de las terrazas públicas; no guardar la distancia social de seguridad en las playas, ya que colocan las toallas a centímetros de la de uno por la avidez de escoger un buen emplazamiento; ver los carros de los supermercados llenos de tiques, bolsas o guantes; comprobar como las colillas o las barbacoas, a pesar de los avisos, mutilan sistemáticamente los bosques, calcinan hectáreas y atentan contra la vida ajena, ya sea por el ínclito desaprensivo o por el intencionado pirómano (yo lo pondría a sembrar árboles desde el amanecer hasta el ocaso);… ¿Seguimos?
¡“Ellas bailan solas”! Son las neuronas que, en un principio, danzan; luego, se ‘encabritan’; y, finalmente, terminan uniéndose para componer los más tradicionales improperios y dicterios que un recatado pabellón auditivo pueda percibir. ¡No den lugar a ello!
Así es que por favor no discutan, sobre todo en pleno bochorno estival, con estos individuos, porque ya conocen lo escrito por el insigne Lucio Anneo Séneca: “Una discusión prolongada es un laberinto en el que la verdad pierde siempre”.
Juan de León Aznar, julio de 2021
