“Está como una regadera o como una chota” o “Ha perdido la cabeza o el juicio”. Son expresiones coloquiales destinadas a alguien que padece un proceso de enajenación, falta de cordura o muestra una excentricidad desmesurada.
Este párrafo me sirve para iniciar el treintaidós anecdotario, centrándome en esos monarcas, reyes o soberanos tan peculiares o sui géneris, que han pululado a lo largo de la historia por variopintas naciones y plenas sus mochilas de raras extravagancias.
Son los casos de Jorge III de Inglaterra, Gustavo IV de Suecia o Federico I, que perdieron la razón. O de Maximiliano de Austria, el suegro de Juana, ‘la Loca’ y, por ende, padre de Felipe, ‘el Hermoso’, que viajaba con su propio ataúd y murió de un atracón de melones. ¿Les parece raro o lo catalogamos de original?
Lo que antes era ‘cosa de locos’; hoy, es una mezcla de creatividad y rebeldía. ¡Cómo cambian los tiempos! Por eso, el gran poeta libanés Khalil Gibran explica este fenómeno psicológico de esta guisa: “En mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido”.
El genial William Shaskespeare también nos deja una curiosa definición sobre este peculiar estado mental: “Cayó en la melancolía, luego en la inapetencia, y por esta fatal pendiente es la que ahora le hace desvariar y que todos lamentamos”.
Nuestro máximo exponente; en este caso, franco-hispano, lo tenemos en el primer Borbón que deposita sus reales en la muy querida, no por todos, península ibérica.
A modo de introducción resaltaré que algunos, incluso políticos, ni sabrán que Gibraltar se perdió por el Tratado de Utrecht. En ese 11 de abril de 1713, Inglaterra ‘heredó’ ‘La Roca’ y Menorca, aunque esta última la recuperamos merced a la Guerra por la Independencia de los Estados Unidos de América. Del Peñón… ¡ni noticias!
Pues bien, hecha esta aclaración, nos vamos a detener un instante en un singular individuo, nefasto para nuestra historia, Carlos II, “el Hechizado”, que tras su muerte y al hacerlo sin descendencia, nos abocó a un conflicto bélico conocido como “Guerra por la Sucesión al Trono de España”, hecho que implicó a múltiples países. Venció el ‘pretendiente francés’, Felipe, de la Casa de Anjou, apoyado por Castilla, al ‘novio austríaco’, Carlos, de la Casa de Austria, ayudado por Aragón. Este acontecimiento provocó la entrada de los Borbones a España.
Felipe V (palacio de Versalles, Francia, 1683; palacio del Buen Retiro, Madrid, 1746), apodado de manera bondadosa “el Animoso”, era un maníaco depresivo, obsesionado con la enfermedad y la muerte, pasando los últimos treinta años de su vida creyendo que pronto fallecería. De ahí su frase al cardenal Alberoni: “Es triste no ser creído, pero no tardaré en morir y se verá que tenía razón”.
Sólo tenía 17 años cuando abandonó Versalles y llegó a este país sin saber español, ni conocer nuestra idiosincrasia. Era apuesto, rubio y de ojos claros, culto y abierto de mente. Su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya (1688 – 1714) murió de tuberculosis a los 26 años. Unía a su fervor religioso, el sexual, y cuando tenía relaciones carnales se confesaba para expiar su pecado.
Abdicó en 1724 en su hijo Luis, pero éste falleció de viruela a los ocho meses con 17 años. Muy aceptado por el pueblo en un principio, fue denostado finalmente por él; las Cortes, fueron convertidas en una filial francesa; la nobleza castellana pasó del entusiasmo al descontento; y los altos cargos fueron ocupados por sus diplomáticos.
Sufría fuertes delirios, no comía ya que decía que todo le sentaba mal y hacía ‘huelgas de hambre’ como las del etarra Juana Chaos (disculpen que no lo ponga en ‘negrita’ por tratarse de un asesino carente de principios). ¡Sí, el que encogía el ‘costillar’ para que se le señalara el apéndice!
No dormía de noche, descansaba durante el día, pues no quería perecer en pleno sueño y no despertar, y celebraba reuniones de madrugada.
No se dejaba cortar las uñas y las de los pies eran tan largas que le impedían caminar bien. No dejaba que le afeitaran ni cortaran los cabellos, los cuales sobresalían de su peluca, por miedo a que aumentaran sus males.
Tampoco se cambiaba de ropa por temor a ser envenenado a través de los tejidos. Su traje caía en girones y llevaba el pantalón descosido desde la cintura hasta abajo y así cuando se sentaba o su pantalón caía, se le veían los muslos al desnudo. Una ayuda de cámara se los remendaba al principio, pero acabó cosiendo él mismo sus remiendos con seda que solicitaba a las camareras. Usaba camisas de su segunda esposa, la reina Isabel de Farnesio (1692 – 1766), después de que ella las hubiera usado.
Al morir e intentar amortajarlo era tan manifiesta su falta de higiene que la piel se pegaba al ropaje y hubo que momificarlo.
En la Granja de San Ildefonso, su residencia de estilo versallesco, quiso montar de madrugada en uno de los caballos de los tapices, puesto que para él se trataba de equinos reales.
Se mordía los brazos, se creía muerto, y peguntaba por qué no se le había enterrado, o bien afirmaba que carecía de brazos y piernas.
Sus extravagantes caprichos llegaban hasta mandar abrir las ventanas los días que helaba y envolverse en mantas durante el estío, obligando entonces a mantener las ventanas herméticamente cerradas. El calor ahogaba el interior, pero no le molestaba más que la horrenda suciedad que le rodeaba.
Tenía siempre una pierna hinchada fuera de la cama y la movía sin cesar. Cuando no se creía muerto se creía envenenado o transformado en rana, y entonces emitía unos alaridos horribles, que de noche despertaban a todo el palacio.
Todo un personaje nuestro entrañable protagonista, que llegó a tener buena prensa por su buen hacer reformista y sobre todo por la fundación de organismos tan prestigiosos como la Real Academia Española y la Real Academia de la Historia.
¿Pensamientos irracionales difíciles de controlar? La verdad es que percibimos la realidad a través de sesgos, así es que pienso que deberíamos aceptarlos y valorarlos.
Para cerrar el artículo escojo esta preciosa metáfora del historiador inglés Thomas Fuller (1608 – 1661): “Es una locura para las ovejas hablar de paz con un lobo”. A buen entendedor…
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