Entendemos por anécdota un relato de poca amplitud sobre algún acaecimiento curioso, grato o jocoso, que se emplea sobre todo en coloquios o pláticas, aunque también puede prohijar la forma de un texto escrito
Normalmente está cimentada en hechos reales, que están estrechamente relacionados con ambientes o entornos concretos y de ahí este quinto anecdotario.
Contaba D. Camilo José Cela y Trulock (Iria Flavia, aldea de Padrón, La Coruña, 1916 – Madrid, 2002), nuestro brillante premio Novel de Literatura en 1989, además de ser galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1987 y el premio Cervantes en 1995, que un cura gallego, amigo suyo y muy sensato, le decía:
“Mira Camiliño Joseliño, eso de que tenemos que ir dejando los vicios, que dicen mis colegas, no es verdad, no hagas caso. ¡Son los vicios los que nos van dejando a nosotros!”. Y qué razón tenía.
François- Marie Arouet (París, Francia, 1694 – 1778), más conocido por Voltaire, fue un gran escritor, historiador, filósofo, abogado francés y maestro de la ironía. En cierta ocasión, alabó en público a su colega Albrecht von Haller (Berna, Suiza, 1708 – 1777), anatomista considerado el padre de la Fisiología moderna. Alguien le comentó que el suizo no tenía la misma opinión sobre él, a lo que el filósofo respondió irónicamente:
“Bueno, es posible que ambos estemos equivocados”.
Los dos eran ilustres exponentes de la Ilustración en Francia y Alemania, respectivamente.
Los romanos ya daban conferencias y, naturalmente, era el foro el lugar apropiado para tales fines. Allí se congregaban los aficionados a la intelectualidad o los snobs de ese tiempo. Oían a los que tenían algo que decir y los más ricos llevaban con ellos a su público y otras gentes que, previamente pagadas, se dedicaban a aplaudir y a alabar las frases del orador de turno.
Era una premonición de la claque; es decir, esas personas que vitorean a cambio de dinero o de asistencia gratuita al espectáculo. Este sustantivo femenino también prolifera en nuestros días.
Nuestro gran emperador Carlos I de España y V de Alemania, ya comentado en otras anécdotas, se dirigió un día al duque de Cardona de esta guisa: “Ya sé que vuestros catalanes quieren lo que vos queréis”.
La respuesta fue notable: “Es cierto que hacen cuanto yo quiero, cuando quiero lo que ellos quieren; pero si no quiero lo que ellos, no hay hombre que quiera lo que quiero yo”.
¿Entendería su majestad este trabalenguas?
El ducado de Cardona es un título nobiliario español creado por los Reyes Católicos en 1482 a favor de Juan Ramón Folch IV de Cardona (Barcelona) y Urgel (Lérida).
La figura del bufón ha dado mucho juego a lo largo de la Historia y la Literatura. Podía ser un hombre, una mujer, un enano, un niño o alguien contrahecho o grotesco, pero con un factor común: hacer reír, por mor de sus ocurrencias, gracias, habilidades cómicas, pantomimas, desgracias, acrobacias o malabarismos, que le han llevado a ocupar lugares de privilegio junto a reyes y poderosos. Incluso, hacían más humanos a los monarcas, porque decir o burlarse de ellos era una osadía sólo a ellos permitida.
D. Francés de Zúñiga, ‘Francesillo’ (Béjar, Salamanca, 1490 (?) y 1532) era bufón, sastre y cronista de Carlos I de España, y parece ser que judío converso.
Un día, un caballero muy vanidoso, señor de un poco de tierra que lindaba con Portugal, pidió audiencia al rey. Vacilaba el monarca en concedérsela, cuando Francesillo le advirtió:
“Conviene que su Majestad le conceda la audiencia porque si se enoja, es capaz de tomar toda su tierra en una espuerta y pasarse a Portugal”.
Se tomaba el bufón grandes libertades con los componentes de la Corte y ni la propia emperatriz se libraba de ellos. Le mandó llamar en cierta ocasión, declinó la cita y se atrevió a espetarle:
“No voy, porque cuando mis amigos no están en su casa no me atrevo a visitar a sus mujeres”.
Francesillo falleció a consecuencia de unas heridas que recibió en una emboscada que le prepararon gentes ofendidas por sus dichos. Le llevaron a su casa los que le encontraron y su mujer, Isabel de la Serna, salió alarmada: “¿Qué pasa? ¿Quién anda ahí? ¿Qué es lo que está pasando?”.
El esposo bufón le respondió: “Nada señora, absolutamente nada, excepto que han matado a vuestro marido”. Expiró tres días después.
Cuando estaba a punto de morir nuestro personaje fue a visitarle su gran amigo Perico de Ayala, el que fuera bufón de Juan Fernández Pacheco y Téllez Girón, marqués de Villena y conde de Escalona:
Le dijo: “Hermano, por Jesucristo te pido que cuando estés en el cielo, como debes, ruegues a Dios para que tenga piedad de mi alma”.
La contestación fue apoteósica: “Mira, para que no se me olvide, átame un hilo en este dedo meñique”. Y murió.
Como reza el dicho… ¡genio y figura hasta la sepultura!… lo que evidencia que las características personales no cambian con el paso del tiempo. El genio, al temple, al carisma y a la idiosincrasia del individuo; y la figura, al semblante y a la apariencia.
Comenzamos con D. Camilo José y acabamos con él, porque el gracejo, la ironía, la chispa y el salero nunca deben perderse, para que se cumpla el otro dicho… “a mal tiempo buena cara” … y para eso, el fúlgido escritor nos deja esta perla:
“El humor es la gran coraza con la que uno se defiende en este valle de lágrimas”.
Juan de León Aznar… trasluciendo las lluvias de octubre’2023a
