La columna de Don Juan León | El homenaje al príncipe sexitano de la dinastía omeya


¿Quién no ha paseado por la plaza de San Cristóbal de Almuñécar a los pies del Peñón de “El Santo” y admirado un monumento en bronce fundido, cincelado y patinado de casi cinco metros de altura dedicado a un príncipe de la dinastía omeya y realizado por el escultor Miguel Moreno Romera?

Sí, nos referimos a Abd Ar-Rahman ibn Muáwiya, “El Inmigrado”, “El errante”, el que sobrevivió con 20 años, junto a su hermano Yahya, a la matanza de su familia, los omeyas, a manos de la dinastía de los abasidas en la ciudad palestina de Abú Futrus en el 750 de nuestra era. 

       Abul Abbas Abdellah, en el 749, descendiente de Abbas, pariente de Mahoma y califa de Kufa (ciudad de Irak, al sur de Bagdad), ofreció una amnistía y asesinó a su familia.

       Esta masacre es conocida por ‘revolución abasí’ o ‘movimiento de los hombres de las ropas negras’. Más tarde lo conoceríamos por Abderraman I, que nació en Damasco en el 731 y murió en Córdoba en septiembre de 788 a los 57 años, donde fundó el Emirato Independiente de Córdoba

      Respaldado por los yemeníes eliminó a los qaysíes, luego a los primeros, y más tarde, a los beréberes levantiscos. Erró por los desiertos y viajó por Siria, Palestina y el norte de África buscando aliados. Llegó a Ceuta y fue acogido por la tribu Nafza, de la que era originaria su madre, concubina bereber de su padre el príncipe Mu’awiya. Desembarcó el 15 de agosto de 755 d.C. por Almuñécar, aunque lo cierto es que fue por la bahía de La Herradura, según el códice anónimo “Kitab Fath Al-Andalus Wa-Umana Iha” del siglo XIII, en el 138 de La Hégira (huida de Mahoma de La Meca a Yatrib, más tarde Medina, en septiembre de 622, año con el que se inicia el calendario islámico). 

      Los árabes se habían quedado con la mejor parte y los beréberes, acuartelados en sus posiciones del norte en las marcas (fronteras con los reinos cristianos) Sur, Centro y Norte, andaban revueltos y levantiscos desde 740, deseando un líder, que administrara justicia en el reparto territorial.

      A los 24 años se fijó en Al Ándalus o “Tierra de los vándalos”, ya que estos pueblos habitaron el sur de la península. Era un territorio debilitado por enfrentamientos étnicos tribales y se transformó en la perla o joya querida por el Califato Omeya de Damasco.

. Lo acompañaban mil caballeros camino de su destino cordobés y con unos pocos seguidores leales sirios, yemeníes y beréberes. Fue el primero de los Omeyas en el Al Ándalus y el principal personaje del siglo VIII hispano. 

      El Omeya fue un imperio árabe, no musulmán, y las zonas dominadas las había arabizado. Damasco los acusaba de hedonistas o personajes guiados por el militarismo y el placer; es decir, que conquistaban, pero no islamizaban.

      Abderramán fue nieto del gran califa de Damasco Hisham ibn Abd al-Malik de quien recibió una exquisita educación y refinamiento. Los abasidas de Bagdad, que tenían un sentido beduino, pretendían conservar y fomentar el islamismo, amén de destruir a los Omeyas.

      El emir Yusef, dependiente de los abasidas, conocía de su llegada y con los árabes qaysíes le esperó con un ejército, pero en Rayo (Archidona, Málaga) se proclama emir independiente de Al Ándalus. 

        Avanzó hacia Córdoba y en una mañana soleada de mayo del 756 entró triunfal en la ciudad sobre un caballo blanco (el color de los Omeyas, todo un símbolo), sin aspecto semita, de ojos azules, rubio y alto, con el pelo recogido en dos tirabuzones, ciego del ojo izquierdo, con un lunar en el rostro, signo de buena suerte, y sin bandera (improvisó una con un turbante verde y una lanza).

        Con 25 años Abderramán I proclama a Córdoba provincia independiente. Gran genio militar y enorme gobernante, estuvo 32 años de gobierno y estableció las bases para que perduraran los Omeyas.

        En el 763, y en las mismas puertas de Córdoba, cortó las cabezas de sus rivales (revuelta abasida), las llenó con sal y alcanfor y se las envió al califa del este.  

        La Ruzafa fue su gran palacio desde donde controlaba sus siete provincias. Asesorado por Al Hachib, primer ministro o háyib y sus visires, apoyado por sus valíes (gobernadores) y cadíes (jueces), se dedicó a integrar a una sociedad de convivencia, u gran logro si tenemos en cuenta la amalgama de etnias (razas)y credos (religiones). Por un lado, los hispanorromanos, visigodos, sirios, árabes y bereberes; y por otro, los musulmanes viejos (conquistadores y descendientes), muladíes (antiguos cristianos convertidos el islam para no pagar impuestos), mozárabes (cristianos que mantenía su religión en suelo árabe contribuyendo) y una amplia sociedad de judíos

        Sobrenombres suyos fueron: El mendigo del desierto”; “Príncipe de los errantes”; “Espada de Alá”; y Príncipe de los creyentes”, cuando prohibió que se rezara a los abasidas. Acuñó moneda propia en la que aparecía el año en curso y un nombre, Al Ándalus.

        Luchó contra la Marca carolingia del Norte, la llamada Marca Hispánica de Carlomagno, y conquistó Zaragoza en 785. El emergente reino astur – leonés rindió tributo (parias), ya sin Pelayo y en manos de sus sucesores. Realizó numerosas aceifas, incursiones o expediciones militares con saqueo, y su poder aumentó progresivamente.

        La guinda fue la construcción de la Mezquita – Aljama en 785, sobre la basílica visigoda dedicada a San Vicente con elementos romanos y visigodos, mezclados con otros (estéticos) sirios, hispanorromanos y visigodos, germen del arte andalusí. Sus sucesores continuaron la obra.

        Introdujo la palmera y utilizó para la agricultura los grandes y curtidos caballos árabes domesticados.

        Dejó tres hijos: Abdelah, Hisham y Suleimán, que podrían sucederle. En total dejó once varones y nueve hembras. Eligió una antigua costumbre oriental, que se decantaba por el segundo hijo, y acertó, ya que Hisham I siempre meditaba cualquier decisión con sus asesores. Tenía los ojos azules, ya que los Omeyas gustaban tener en sus harenes princesas y esclavas rubias, vasconas, astures o leonesas, y se teñían el pelo de negro para infundir respeto.

        El emirato se convirtió, decenios más tarde, en Califato con Abd Ar-Rahmán III (891 – 961), quien sucedió a su abuelo Abd Allah en 912 y se proclamó califa en 929 con el sobrenombre de Al–Nasir (“El Defensor”).

          Los enemigos de Abd Ar-Rahmán III fueron los Banu Qasi (Zaragoza) y, sobre todo, Omar ibn Hafsún (Ronda, Málaga), que perdió poder al convertirse al cristianismo al final de la rebelión y bautizado con el nombre de Samuel. Este rebelde falleció en las ruinas de Bobastro en Ardales (Málaga) en 917 y sus hijos fueron derrotados definitivamente en 918.

         Despedazó al niño Pelayo por no satisfacer sus deseos sexuales, asesinó a doscientos monjes en San Pedro de Cerdeña y ordenó matar a trescientos oficiales y cientos de guerreros después de la derrota de Simancas en 939 frente a Ramiro II de León.

         En su palacio de Medinal–al-Zahra tenía 3750 esclavos y 6300 esclavas cuando murió, era hijo de una vascona, pelirrojo, de ojos azules, con un gran complejo de inferioridad, pelo y barba teñidos, paticorto y cruel.

          Esta mente enferma llegó a escribir al final de su vida:

        “He reinado más de cincuenta años, con victoria y paz. Amado por mis súbitos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe bendición terrenal que se me haya escapado. En esta situación he procedido a anotar con diligencia los días de felicidad pura y auténtica que he disfrutado: SUMAN CATORCE. Hombre, no cifres tus deseos en el mundo terrenal”.

         El imperio Omeya perduró hasta 1030, fecha en el que se disgregó en los Reinos de Taifas.

         La sociedad árabe se componía de:

1.- Dhimmíes: mozárabes y judíos, que pagaban impuestos (jizyas), debían llevar ropa  

      especial y no podían montar a caballo ni casarse con musulmanas. 

2.- Musulmanes: aristocracia árabe del norte de África.  

3.- Muladíes (cristianos conversos).  

         El legado árabe no fue tan sustancioso como la gente piensa: la agricultura era romana, así como las casas y las ciudades; la aparcería era bizantina; el arroz, romano; las alcachofas, godas; los canales y las acequias eran visigodos, y solo la cría de la paloma y la entrada de la palmera deben ser atribuidas a los árabes.

P.D.: Estableciendo un paralelismo histórico podemos aseverar, sin riesgo de equívocos, que la creación del emirato cordobés tuvo la misma relevancia que la ocupación musulmana peninsular del año 711 por Musa o Muza ibn Nusayr, representante del califa en el Magreb y gobernador del norte de África (Ifriqiya, Túnez actual), y su lugarteniente, el general Táriq ibn Ziyad, gobernador de Tánger.  

                         Juan de León Aznar… en pleno febrero’2023


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