Sabido es que uno de los cinco sentidos del cuerpo humano es el gusto, que se aloja en las papilas gustativas. Éstas, a su vez, contienen los botones gustativos, que son sus receptores sensoriales y nos permiten delimitar los cuatro sabores esenciales: dulce, ácido, salado y amargo
Lo dulce, además del sabor, se relaciona con una persona agradable, amable, complaciente, correcta socialmente, deleitable, dispuesta a la ayuda, educada, inocente, suave… De ahí que la dulzura se haya emparentada con la afabilidad, la bondad o el dulzor… y nos sirva para dar luz a este dieciséis anecdotario.
Y qué mejor que una cita del poeta y médico francés Georges Duhamel (París, Francia, 1884; Valmondois, Francia, 1966) para extractar lo expuesto: “Si quieres hallar en cualquier parte amistad, dulzura y poesía, llévalas contigo”.
Y hablando de cosas dulces debemos ‘elevar a los altares’ la exquisita repostería de nuestras monjas, que con sus ‘celestiales manos’ y suculentas recetas ancestrales elaboran en sus conventos y monasterios verdaderas delicatessen como: corazones de obispo, yemas de Santa Isabel, cortaditos de sidra, delicias de almendra, tocinillo de cielo, tortas milanesas, bizcochos de soletilla, amarguillos y eustoquitos, perrunilla y magdalenas, tejas de almendra, galletas rizadas, yemitas d Santa Clara, mazapanes y polvorones, mantecados, yemas de Santa Isabel, corazones de San Francisco, mostachones de batata … Quedarse con algún producto es tarea complicada.
Los frailes cocineros y las monjas refitoleras eran maestros en el arte de aderezar manjares o de crear los deliciosos postres antes mencionados.
Después de todo lo expuesto, sólo queda ‘bendecir’ a esos hornos que pululan por la geografía hispana para que esas hermanas al servicio de Dios nos sigan deleitando con esas exquisiteces y desearles… un ‘buen y santo provecho’.
Una actriz, amante casual de Napoleón Bonaparte (Ajaccio, Córcega, Francia, 1769, Santa Elena, isla del Pacífico, 1821), vio en la habitación de éste un retrato suyo con el marco perlado de diamantes. Ella, codiciosa, le dijo:
“Me gustaría tener un retrato de mi emperador”.
A lo que Napoleón contestó, después de sacar una moneda de cinco francos de su bolsillo: “Pues es fácil , toma éste, que es el que más se me parece”.
En una intervención parlamentaria del político, escritor y filósofo, amén de famoso orador carlista Juan Vázquez de Mella y Fanjul (Cangas de Onís, Asturias, 1861, Madrid, 1928) terminó su alocución con estas palabras:
“Desgraciados los pueblos que para su condenación se hallan gobernados por mujeres y por niños”.
“¿Se hace su señoría responsable de esas palabras?”, clamó Práxedes Mariano Mateo Sagasta (Torrecilla en Cameros, Rioja, 1825, Madrid, 1903), el que fuera presidente del Consejo de ministros de España.
A lo que replicó el aludido: “Señor presidente del Consejo, el responsable de estas palabras es el profeta Isaías, que fue quién las pronunció”.
Del griego y a través de cultismos nos ha llegado una buena parte del vocabulario erótico, que proviene de Eros, dios del amor.
Así encontramos afrodisíaco, de Afrodita, diosa del amor; homosexualidad, masculina y femenina pues el disílabo ‘homo’ deriva del griego ‘homos’, semejante y no del ´latino ‘homo’, que significa hombre; narcisismo, de Narciso, el joven que estaba enamorado de sí mismo (¿les suena?); ninfomanía, pederastia y pedofilia (de ‘paidos’, niño); satiriasis, de los sátiros, que vivían en los bosques; o safismo y lesbianismo, de Safo de Lesbos, poeta griega a la que se atribuían amores con sus discípulos.
El presocrático Heráclito de Éfeso, también llamado “el Oscuro”, que nació (540 a.C.) y murió (470 a.C.) en esta desaparecida localidad turca, odiaba tanto a los médicos que repetía con asiduidad que serían los seres más necios de la tierra si no existieran los gramáticos.
El célebre y tristísimo filósofo creó su particular ‘sistema médico’ y lo siguió tan bien, que murió por sus efectos colaterales.
Las bases o los ejes de su pensamiento se resumen en: el fuego es la fuerza primaria de todas las cosas; todo está en el cambio incesante; ‘todo fluye, somos y no somos’; ‘todo cambia y todo pasa’; o ‘no sabemos escuchar ni hablar’.
Un empírico médico inglés, que respondía al apellido Talbot, se jactaba de poseer un maravilloso secreto para la curación de la fiebre.
No sin dificultad consiguió una consulta con circunspectos y reconocidos doctores, y el decano de la reunión le preguntó:
“¿Qué es la fiebre?”. La respuesta no se hizo esperar:
“Es una enfermedad que no sé definir, pero que curo, y vosotros, que la podéis definir, no curáis”.
Su infalible remedio era la quina, que acababa de ser introducida en Europa y que, un principio, supuso la panacea para todas las fiebres.
“El hombre que no conoce el dolor no conoce ni la ternura de la humanidad ni la dulzura de la conmiseración”. Es una cita del político suizo francófono, escritor, filósofo, músico y botánico Jean -Jacques Rousseau (Ginebra, suiza, 1712, Ermenonville, Francia, 1778), que nos sirve para cerrar este anecdotario.
Juan de León Aznar… acabando la cuesta de este enero bisiesto’2024
