“La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Esta cita es del gran escritor colombiano Gabriel José de la Concordia García Márquez, conocido como Gabo, llamado ‘Gabito’ por sus amigos y Premio Nobel de Literatura en 1982.
Yo me introduzco de lleno en el ‘baúl de los recuerdos’ y sin más dilación me zambullo en ellos. Vivencias, para unos, experiencias para otros. Desagradables algunas que, fijas y punzantes, se agarran a las entrañas; excitables y deleitosas, las relativas al desenfado, al ocio y a los acaecimientos positivos que quedan atrapadas y subyugadas por deliciosos recuerdos.
El epígrafe de este modesto artículo hace alusión al nombre del estadio de la Unión Deportiva Melilla, un club de la Segunda Federación y ubicado en el grupo 5º. Puede acoger a unas doce mil personas y fue inaugurado el 29 de septiembre de 1945 por D. Rafael Álvarez Claro, alcalde de la Ciudad Autónoma y procurador en las Cortes Generales.
El club, como tal, se fundó el 6 de febrero de 1943, subió a Segunda División en la temporada 49 – 50 y, a la siguiente, D. Rafael fue nombrado presidente de Honor.
Volvió a ascender en la temporada 62-63, después de vencer al Albacete en el campo de Vallecas (Madrid) siendo presidente el industrial D. José Torcello García. Se concitaron en el puerto cerca de veinte mil personas para recibir al equipo.
El estadio, obviamente, no disponía de las comodidades de hoy respecto a sillas o asientos. Las gradas eran escalones de cemento fino, como pulimentado, sin separadores, con bordes muy redondeados y sólo cortados por los pasillos centrales y laterales de subida y bajada. Salvo la dureza que sufrían las recatadas posaderas mientras duraba la ocupación de la huella, no existía el mínimo problema de acomodo. Eso sí, el salto hasta el siguiente escalón (contrahuella) era considerable, habida cuenta la altura del ‘peldaño’ Una letra y un número cercano a los gemelos indicaba la ubicación del espectador y su consiguiente localidad.
Yo tenía 7 años y, como era natural, los dos incisivos dentales superiores, coloquialmente llamados ‘paletas’, ya habían sido mudados y esas piezas primarias, de bebé o de leche aguardaban a sus ‘compis’ en una cajita. El ‘peque’, salta y salta por la gradería, sube y baja; pero, en una de las ascensiones tropieza y viene a dar con la boca en la siguiente ‘butaca’. Media paleta derecha se fuga, los labios están reventados y la sangre mana en abundancia.
Hasta el presidente, acompañado por mi progenitor, hacen acto de presencia de inmediato y me llevan a los vestuarios. No había agua, pero sí un montón de cajas de botellines de gaseosa en envases de cristal, semejantes a las de los refrescos actuales.
“¡Enjuágate chaval!”, era la frase más socorrida y repetida. Pero el ‘niño’ no estaba por la labor y se tragaba el azucarado fluido mezclado con el flujo sanguíneo. Se dieron cuenta y me jalearon con un magnánimo “¡Aclárate y escupe, que hay más!”. Pero una duda me asaltaba y se apropiaba del intelecto: ¿Y si no hay más? No era cuestión de desaprovechar el trasegar gaseosas a destajo y con permisividad.
El accidente acaeció antes del encuentro, pero lo que exasperó al ‘páter familias’, hasta lo indecible, fue que en el descanso me puse a ‘husmear’ en el lugar del suceso y ante la pregunta de ¿qué haces ahora? Respondí: ¡Buscar el trozo de diente por si esta noche llega el Ratón Pérez! La respuesta no resulta plausible para castos oídos. ¡Manifiesta falta de comprensión!
Cuando llegamos a casa en Nador, que ya no se llamaba Villa Nador desde la Independencia de Marruecos en 1956, el imberbe mostraba media paleta, los labios hinchados, la camisa blanca llena de lamparones de sangre seca y hasta los calcetines presentaban unos ‘tomates’ considerables. ¡Sí aquéllos que llegaban hasta cerca de las rodillas!
“Otro día te llevas al niño al fútbol, ¡parece que viene de la guerra!”, le espetó mi madre a mi compungido padre. ¡Cosas que pasan, pensé yo!
El empresario estadounidense Joseph Bitner Wirthlin opinaba así: “Y es que cuando uno sacude el cajón de los recuerdos, son los recuerdos los que terminan sacudiéndolo a uno”.
S E G U N D O E P I S O D I O
¡Qué viene Marquitos! Llegaba a Melilla el que fuera lateral derecho internacional del Real Madrid Marcos Alonso Imaz, padre del recientemente fallecido Marcos Alonso Peña “el Pichón” y abuelo del actual jugador del Barcelona Marcos Alonso Mendoza. Como quiera que por entonces Melilla carecía de aeropuerto, la arribaba del Hércules de Alicante para jugar su partido liguero de Segunda División fue marítima. La expectación, y por ende la curiosidad, era máxima.
El 24 de febrero de 1962 era la fecha fijada, el encuentro se disputaba a las cinco de la tarde, yo tenía 16 años y en casa disfrutábamos de un Wolkswagen azul turquesa metalizado (el archiconocido ‘escarabajo’). ¡Íbamos al fútbol!
La Policía Municipal ‘arreaba’ a los automóviles sin guardar distancia alguna de seguridad para evitar atascos e imprevistos, pero un conductor novato que iba delante, con otro coche igual al nuestro, dio un brusco frenazo en seco por un inesperado obstáculo. ¿Consecuencia? Mi padre lo ‘cazó’, y yo que llevaba puestas unas gafas de sol e inclinaba la cabeza hacia abajo para no recibir los rayos solares directamente en los ojos, salí despedido hacia adelante… ¡partiendo el parabrisas con la parte superior del cráneo! Todo se detiene, se acerca la policía, me quieren llevar al Puesto de Socorro y les manifiesto que me encuentro bien, ningún ‘huevo’ ni dolor alguno… y que por favor agilicen la fila que nos vamos a perder el partido. ¡El Melilla ganó 1-0!
Pero el día no había finiquitado aún y resultó bastante complejo:
El Río de Oro, seco casi todo el año, nace en el monte Gurugú en Marruecos, donde recibe el nombre de Meduar, al suroeste de la ciudad, atraviesa Melilla y desemboca en el Mar Mediterráneo entre las playas de San Lorenzo y Los Cárabos.
Un estrecho y corto puente de dos direcciones separa la parte central de la ciudad de una populosa barriada denominada “El Tesorillo”. Del campo de fútbol bajaba una riada de vehículos y ya nos encontrábamos en pleno pontón, con los laterales atestados, cuando una señora con un niño en brazos se baja de la acera, sin mirar, para adelantar a un grupeto de personas y colisionó con nuestro coche en lo que resultó ser el segundo incidente automovilístico del día. La mujer salió despedida por la topada, el bebé apareció por otro lado envuelto en una toquilla, todos parados, no hay daños importantes, se aprecian rozaduras…
El asunto acabó en la Casa de Socorro con magulladuras, sin lesiones a Dios gracias… ¡y en Comisaría! Menos mal que el informe fue aclaratorio y contundente:
“Doña… fulana de tal, ATROPELLA al vehículo de D… fulano de tal”.
“No recordamos días, recordamos momentos”. Eso escribió el italiano Cesare Pavese, pero a buen seguro que no tuvo una jornada tan agitada y aderezada como ésta. Y es que el gran brasileño Paulo Coelho de Souza lo dejó bien claro: “Los recuerdos son como la sal: la cantidad correcta da sabor a la comida, demasiada la arruina”. ¿Sazonamos en demasía nuestro almuerzo ese día?, porque si juzgamos lo acaecido…
Juan de León Aznar … esperando las lluvias de abril’2023
