Alborozo, contento, gozo, júbilo, placer, regocijo o satisfacción, son los sinónimos más utilizados para definir la alegría, que no es sino el sentimiento que nos envuelve en momentos de felicidad, llenándonos de energía positiva y disfrutando de la vida en su plenitud.
En un contexto más lúdico y festivo se usan estas otras acepciones: algazara, animación, bullicio, diversión, entretenimiento, entusiasmo, esparcimiento, farra, felicidad, jaleo, juerga o regodeo… todo ello en orden ‘analfabético’.
Y con este preámbulo comenzamos el veintiséis anecdotario procurando conseguir esa pizca de alegría tan necesaria a través de una sonrisa y hacer buena la cita del naturalista inglés John Ray: “La belleza es poder, y una sonrisa es mi espada”, aunque el cantante estadounidense de 82 años Paul Frederick Simon también lo deja bien claro: “Hoy no tengo nada que hacer, excepto sonreír”. Así es que pongámonos mano a la obra.
El griego Antífanes de Rodas (Atenas, Grecia, 408 a.C. – 334 a.C.) es junto a Alexis de Turios (Turius, Italia, 375 – 275 a.C.), el comediógrafo más importante de la Comedia Media (período de la comedia ateniense desde el 400 al 323 a.C.).
Este sabio estaba convencido de que un hombre, en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, no podía caer en el error de casarse. Un día le comunicaron que uno de sus amigos había contraído matrimonio.
Cara de asombro y misógina respuesta:
“¿Casado? ¡Y yo que siempre lo había considerado un hombre sano y sensato!”.
El dramaturgo y actor francés Florent Carton, alias Dancourt (Fontainebleau, Francia, 1661; Courcelles, Francia, 1725), también se une a la ‘fiesta’:
“El matrimonio es como una carreta de la cual tiran marido y mujer. Mientras los dos van al mismo paso todo va bien; pero si el marido tira por un lado y la mujer por otro la carreta se atasca o vuelca”.
El gran pintor polaco Emile Jean Horace Vernet (París, Francia, 1789 – 1863) se hallaba en Rusia al servicio del zar Alejandro II (Moscú, Rusia, 1818; palacio de San Petersburgo Rusia, asesinado en 1881) del que era atendido con harta benevolencia. Cierto día le transmitió su malestar por la forma en que eran tratados sus compatriotas.
El zar preguntó: “¿Esto significa que si yo os encargarse un cuadro de la toma de Varsovia os negaríais a pintarlo?
Nuestro protagonista respondió: “Lo pintaría señor; los artistas nos vemos con frecuencia en el caso de pintar a Jesucristo crucificado”.
Deseaba el rey Luis Felipe I de Francia (Palacio Real, París, 1773; Claremont House, Reino Unido, 1850) que Vernet pintara en un cuadro a Luis XIV tomando por asalto la ciudad de Valenciennes.
Una vez conocida la historia de dicha toma y sabedor de que el rey se encontraba en esos instantes, lejos de allí, regocijándose en un molino con su amante la marquesa de Montespan, de nombre Françoise-Athénaïs de Rochechouart, fue a decirle al rey que no podía satisfacer su deseo de pintar el cuadro porque el hecho era falso.
“¡Cómo falso! ¡Es una tradición familiar!, contestó el monarca de muy mal humor.
“Señor, yo pinto las verdades de la historia y no las falsas tradiciones de las familias”.
Poco tiempo después Luis Felipe mandó llamar al pintor y le encargó el cuadro… ¡sin Luis XIV!
¿A quién no le gusta ojear un cuento, escucharlo o que se lo lean? Doy por hecho que, a los mayores, menores y ‘medianos’, les apetece y disfrutan con su lectura.
Las fábulas sobre frailes y monjas, así como los chascarrillos, han sido una práctica corriente en Europa desde tiempo inmemorial, que aún persiste en nuestros días.
Estas pequeñas consejas medievales no abandonan el tema:
Le preguntaron a un fraile que ave era para él su preferida. Y respondió:
“Distingo: para el puchero no hay ave como la gallina; para el rezo el Ave María”.
El áspero y severo padre jesuita Michel Le Tellier (1643 – 1719) fue el último confesor de Luis XIV y le decía a un clérigo joven que le lisonjeaba para obtener beneficios: “Vosotros los pretendientes, nos mostráis mucho cariño mientras tenéis algo que esperar de nosotros; pero así os hemos saciado, nos dais al olvido. Tú harás como todos”.
El cura replicó: “No señor, yo no os olvidaré nunca, porque soy insaciable”.
François Rabelais (Chinon, Francia, 1483 o1494, según fuentes; París, 1553), célebre escritor, médico, pedagogo y humanista francés que usó el seudónimo de Alcofribas Nasier y autor de “Gargantúa y Pantagruel”, dejó en su testamento lo siguiente:
“Nada tengo, mucho debo, lo que resta que se dé a los pobres”.
Un poeta, que no daba la talla, se presentó ante el Luis I de Borbón, príncipe de Condé, con un absurdo y ridículo epitafio para la sepultura de Molière.
El príncipe le contestó: “Lástima que no haya sido al revés: que os hubieseis muerto vos y Molière hubiese hecho el epitafio”.
Molière, era el seudónimo del gran dramaturgo, actor y poeta francés Jean – Baptiste Poquelin (París, Francia, 1622 – 1673), perteneció a una familia acaudalada de tapiceros parisinos, llegó a estar en prisión un día por sus deudas (bancarrota por el alquiler del teatro) y aunque sentía predilección por las comedias, se hizo famoso por sus comedias y farsas. Padecía tuberculosis y falleció en 1673 de un ataque de tos con hemorragia mientras actuaba en una de sus obras, curiosamente titulada “El enfermo imaginario”. Otras, fueron: “Tartufo”, “Don Juan”, “El misántropo”, “El avaro” …
Y para no perder de vista el preámbulo nos citaremos con Jonathan Swift: “Los mejores médicos del mundo son: el doctor dieta, el doctor reposo y el doctor alegría”.
Juan de León Aznar… avistamos el mes de las flores’2024
