La columna de Don Juan León: “Carta abierta a mis ex“


En cierta ocasión me preguntaron cómo definiría la educación. Contesté que, desde el griego Eurípides, allá por el siglo V a.C., se habían escrito miles de ellas; pero que, para mí, todo se reducía a dos palabras: actitud por aprender y vocación por enseñar. La suerte es que he disfrutado de ambas

Ante tantas muestras de cariño, me he sentido como un espontáneo y he tenido que saltar, sin más dilación, al ruedo del agradecimiento.

Es cierto lo de mi rigurosidad, meticulosidad o afán de perfeccionamiento; pero siempre con la proa puesta en esta vida que nos ha tocado, esa que no regala nada sin esfuerzo y sacrificio y que, por tanto, no está exenta de penalidades. La permisividad en la enseñanza no debe tener cabida, amén de que hay que saber premiar por un elemental sentido de ecuanimidad el trabajo, la dedicación y el interés de algunos que, con harta constancia, arremeten contra esas intrincadas disciplinas con un laudable deseo de superación.

Siempre he tratado de insuflar ánimos o dar consejos para vencer los obstáculos que se nos iban presentando en ese difícil camino de la adolescencia, negacionista unas veces o rebelde y contradictoria otras, pero con un afecto y alegría incontestable.

No es fácil realizar una labor a gusto de todos, somos ‘matrimonios’ más o menos bien avenidos que, con nuestras peculiaridades y características, nos hacen tan diferentes. Por todo ello, pido perdón, desde la distancia. Si a alguno he zaherido con mis reproches, si a alguien he contrariado con mis comentarios o exigencias o si, simplemente, no he estado a la altura o no he dado la talla, pido la absolución más sincera.

De otro lado, no puedo ni debo ni deseo olvidar a mis escolares almuñequeros o sexitanos, que durante 32 largos y enriquecedores años han pasado por mis modestas manos y que han soslayado con ahínco y voluntad las trabas que impuso el sistema en forma de pruebas y controles, esas que lograban abrir de par en par las puertas de la inventiva y la imaginación para desparramar candor y sinceridad por esos problemáticos folios, dando vida, forma y esperanza a dudas rocambolescas con inverosímiles respuestas. 

En cierta ocasión me preguntaron cómo definiría la educación. Contesté que, desde el griego Eurípides, allá por el siglo V a.C., se habían escrito miles de ellas; pero que, para mí, todo se reducía a dos palabras: actitud por aprender y vocación por enseñar. La suerte es que he disfrutado de ambas.

A TODOS (nada de todas o todes) os llevaré siempre en mi corazón por una simple cuestión de cariño y por tantas horas compartidas juntos (ni juntas ni juntes).

Siempre me tendréis a vuestra disposición donde quiera que esté. ¡Cuidaos y sed responsables!… Vaya, ya salió otro ‘consejito’.


Sobre el autor