En definitiva, los ‘lactantes’ de hoy serán los ‘mamones’ del mañana. O lo que es lo mismo, las ‘criaturitas inocentes de hoy’ serán los ‘jefes cabrones’ de mañana. ¿Les ha ‘enganchado’ el cambio?
¡Cómo ha cambiado el cuento! Apoyándome en la anáfora como recurso literario, me referiré a una decena de diferencias notables entre “cualquier tiempo pasado fue mejor” y/o el de “mejor me quedo como estoy”:
Ayer, dejaba la puerta de su casa abierta y se encontraba a su vuelta una bandeja de pestiños dejados por la hacendosa vecina; hoy, se queda sin casa, pero disfruta de un okupa, que a su vez posee la facultad de ‘alquilar’ la finca. ¿Se ha pasado toda una vida ahorrando y contribuyendo, amén de padecer penalidades, privaciones y sacrificios, para que este sea el final de la aventura?
Ayer, se recitaban de memoria los Ministerios de toda la vida, fusionados y genéricos; hoy, ‘disfrutamos’ de 22 y hasta de una cuarta vicepresidencia. ¡Qué derroche, qué despilfarro, papi!
Ayer, sabías a qué atenerte respecto a la economía familiar; hoy, sube el gas, la luz, la leche (incluso la imbebible), los transportes, la vivienda, la hipoteca, los préstamos, los combustibles… y claro, ¡no llegas al veinte de cada mes!
Ayer, cinco mil pesetas duraban una ‘jartá’; hoy, cincuenta euros se esfuman después de ser cambiados.
Ayer, se ponía uno enfermo y sanaba o fallecía sin más; hoy, le citan o le avisan para una intervención quirúrgica cuando el ‘interfecto’ lleva meses ‘criando malvas’.
Ayer, la educación respondía a ‘la sangre con letra entra’, pero era enciclopédica; hoy, la ‘sangre’ es la del docente y se imparten materias tan excelsas e instructivas como Educación para la Ciudadanía, Cambios Sociales y de Géneros, Historia de las Religiones, Alternativa… para contentar al gobierno de turno y aumentar, hasta lo indecible, el fracaso escolar.
Ayer, los ‘moños’ y las ‘colas de caballo’ eran peinados propios de abuelas y muchachas; hoy, han dejado de ser una exclusividad femenina y hasta vemos ‘mechas y tintes’ masculinos.
Ayer, vivíamos unas Navidades hogareñas, familiares o vecinales; hoy, se recurre al ‘pub’, la ‘disco’ o el ‘botellón’.
Ayer, darnos una colleja, en casa o en la escuela, o llamarnos ‘tonto’, era toda una normalidad habitual; hoy, es un ‘delito’, que puede acarrear graves y funestas consecuencias a padres y educadores.
Por eso, desde su inicio me ‘atrapó’ el spot televisivo de Media Mark, felizmente retirado, “Yo no soy tonto”. Me llamaba poderosamente la atención la permisividad del anuncio.
Si en una clase celtibérica cualquiera, el abnegado docente de turno y en un contexto afectivo, coloquial y casi familiar, osa dirigirse a un alumno en estos términos: “No seas tonto hijo mío, pon más interés y atención, por favor” … ¡Se la juega!
El discente puede hacer partícipe a sus progenitores de la ‘ofensa’, no dormir durante la noche debido al ‘trauma’ padecido y por la mañana acudir al psicólogo de ‘guardia’, quien certifica el abatido, agobiado, deplorable, deprimido y humillado estado anímico del imberbe. ¿Llegaremos a juicio?
Ayer, gozábamos de estaciones que respondían a los nombres de primavera u otoño; hoy pasamos del ‘abrigo’ al ‘tanga’, y viceversa. Dios mío, ¡cómo ha cambiado el cuento!
En definitiva, los ‘lactantes’ de hoy serán los ‘mamones’ del mañana. O lo que es lo mismo, las ‘criaturitas inocentes de hoy’ serán los ‘jefes cabrones’ de mañana. ¿Les ha ‘enganchado’ el cambio?
Se trata de ser alegres y positivos. Gilbert K. Chesterton lo termina de aclarar: “Optimista es el que os mira a los ojos; pesimista, el que os mira a los pies”. ¿Verdad que no cuesta tanto si nos lo planteamos?
Juan de León Aznar, julio de 2021
