La Columna de Don Juan León | “Así sufrieron los romanos la primera pandemia”


 El político estadounidense Albert Arnold Gore escribió: “Siempre he estado fascinado con los que intentan mirar por encima del horizonte y ver las cosas que vienen hacia nosotros”

  El gran emperador francés Napoleón Bonaparte arengó a sus tropas en la famosa batalla de Las Pirámides (Egipto, 21 de julio de 1789) con estas palabras: “Soldados, cumplid con vuestro deber; desde esos monumentos cuarenta siglos de historia os contemplan”. Se refería, obviamente, a todas esas civilizaciones que nos transmitieron su impronta y el legado que disfrutamos en la actualidad.

      A groso modo y resumiendo muy mucho diré que Mesopotamia fue la cuna de la escritura cuneiforme con sus tablillas de barro cocido, amén de la rueda o la construcción de las primeras ciudades; Egipto aportó el sistema decimal, la navegación a vela, las faraónicas construcciones funerarias y escultóricas (pirámides, hipogeos, mastabas y esfinges) y una escritura propia, la jeroglífica, además de conocimientos matemáticos, médicos o astronómicos; Grecia nos ha traspasado la democracia (?), la filosofía occidental, el arte realista, el teatro (comedia y tragedia), los Juegos Olímpicos, el número pi y el teorema de Pitágoras, la geometría, el concepto de la belleza y las mayestáticas  obras filosóficas, científicas, arquitectónicas y artísticas; y por fin, Roma, con su Derecho, el español derivado del latín, el alfabeto y los números romanos, el calendario y su colosal arquitectura (templos, circos, anfiteatros, puentes, acueductos, arcos de triunfo o calzadas).

      Todo lo expuesto hace buena la cita de Isaac Asimov: “Espera mil años y verás que se vuelve preciosa hasta la basura dejada atrás por una civilización extinta”.

      Echo el ancla en esta última cultura para aportar algunas ‘curiosidades curiosas’, menos conocidas, pero harto interesantes por su vinculación con nosotros y que ampliaremos en próximos artículos. Todo ello, sin desmerecer un ápice el alto grado de fascinación de egipcios y griegos. Los romanos fueron los primeros en variopintas cuestiones, que trato a continuación por sus connotaciones con nuestro día a día:

Primer calendario: Fue en tiempos de Numa Pompilio (2º rey de Roma), reformado por Lucio Tarquinio Prisco (“El Viejo” o Tarquinio I (5º rey de Roma) y actualizado por Julio César. En el primero, marzo, mayo, julio y octubre tenían 31 días, febrero 28 y el resto 29 para un total de 355 días. Los diez restantes se intercalaban entre mes y mes.

Primer puerto: Por Anco Marcio (tercer rey de Roma, nieto de Numa Pompilio). Creó la Fundación de Ostia para proteger el estuario de Tíber. El puerto se llamó Tiberino, junto al Foro Boario

Primer puente: También mandado construir por Anco Marcio para comunicar la margen izquierda del río. Se llamó Pons Sublicius, era de madera (‘sublica’, significa ‘palo’) y potenció el Foro Boario. Más tarde, hasta 931 puentes se extendieron por Europa.

Primera prisión: La manda construir Anco Marcio en Roma para encerrar a los acusados hasta decidir qué hacer con ellos. Por entonces el castigo habitual era el destierro.

Primera intriga: Tarquinio Prisco fue el primero que intrigó para hacerse elegir rey con un discurso para asegurarse el favor de la plebe.

Primer centro comercial: Antes del siglo VIII a. C., en el cruce de caminos entre el río y el monte Aventino. El Foro Boario era un mercado de bueyes o ganado, emporio y punto de reunión de mercaderes y oportunistas.

Primer periódico: El ciudadano caminaba hacia el Foro y leía el “ACTA DIURNA POPULI” con las noticias del día (avisos, juicios o procedimientos legales). Más tarde se informaría sobre nacimientos, defunciones, matrimonios u otros acontecimientos. Se grababan en piedra y, a veces, en metal y se dejó de emitir en el siglo IV d.C., cuando se trasladó la capital a Constantinopla. Los gobernadores de provincias recibían copias. Existían los ‘praecos’, voceros o pregoneros, empleados del Estado que informaban en el foro dando noticias y la hora. 

Primer paseo triunfal: Tarquinio Prisco, tras la batalla de Collazia fue el rey que, acompañado por sus soldados, engalanado con túnica bordada y portando un cetro con un águila se encaminó como triunfador a la cima del Capitolio (unos 4 km). Allí finalizó la procesión (“pompa”) y se realizaron sacrificios en honor a Júpiter.

Los primeros juegos: En tiempos del rey Tarquinio Prisco (616 – 579 a.C.) tenían lugar los grandes juegos denominados “Ludi Magni” o “Ludi Romani” en el primer recinto del Circo Máximo y las fechas eran los días 8, 9 y 10 de noviembre. Se celebraban carreras de caballos y de carros, luchas de boxeo y competiciones atléticas al modo griego. En el 194 a.C., por primera vez, el público se distribuyó en las gradas según su posición social.

Primera moneda: A mitad del siglo V a.C., se intercambiaban trozos de metal, cuyo valor se calculaba al peso (balanza). Nacen las barras de cobre ferroso (20 % de hierro), grabadas con la figura de una rama seca (compraventa).

Primera pandemia: En el ÉXODO se recogen plagas bíblicas producidas por piojos, moscas o langostas, amén de la peste sobre el ganado, úlceras, lepra…; pero, no debemos confundir epidemia con pandemia.

La propagación de infecciones y el cambio climático fueron las causas, amén de la corrupción generalizada, del derrumbe de la Antigua Roma. 

La leve tos del principio se tornaba violenta en los siguientes compases y pronto surgían los sarpullidos negros que inundaban a las víctimas de la cabeza a los pies. 

Los remedios eran más utópicos que efectivos y conducían a la desesperación total: orina de niño, polvo armenio o leche de ganado de las montañas. Se creía que era un siniestro castigo de Apolo

Para Galeno, el gran médico de Pérgamo se trataba de la “gran plaga o la plaga de Galeno” y se refería a ella como “peste antonina”, la primera pandemia de la Historia causada, probablemente, por la viruela en el 165 d.C., y que se propagó por todo el imperio. 

Murieron unos 7 millones de personas de los 50 millones de habitantes, dato demoledor si lo comparamos con la batalla de Adrianápolis en el 378 d.C., donde un grupo de invasores godos superaron al ejército de Oriente. 

Fallecieron veinte mil soldados y el emperador Flavio Julio Valente. Los Antoninos dictaron órdenes severísimas respecto a la inhumación y las sepulturas, que no podían ser construidas de modo personal. Los cien mil soldados que componían el ejército de Lucio Vero, hacinados y sin condiciones higiénicas, propagaron la epidemia desde Oriente (guerras marcomanas en la frontera del Danubio). 

Además de la citada pandemia, un patógeno desconocido arrasó el Imperio entre 249 y 262 d.C. 

La “plaga de Cipriano”, según el obispo de Cartago (Túnez, norte de África), presentaba los siguientes síntomas: fatiga, fiebre, heces sanguinolentas, infecciones en las extremidades y ceguera. Disminuyó la población un 62 %, pasando de medio millón de habitantes a 190000.

En el 541 d.C., un polizón procedente de Egipto propagó la “plaga justiniana”, que rondó el 80 % y convirtió a Constantinopla en un apocalipsis de hambrunas y montañas de cadáveres. El propio emperador Justiniano resultó infectado, pero sobrevivió. Tuvo que requisar tumbas privadas para enterrar a los muertos y evitar su exposición al sol en las calles. Pudieron perecer entre 25 y 50 millones de personas.

También en el siglo VI, con explosiones de volcanes y temperaturas gélidas, se produjo, permaneciendo durante 200 años, la primera expansión de la letal bacteria yersinia pestis”, agente causante de la peste bubónica y negra.

La ingeniería civil romana con sus baños, alcantarillas o sistemas de agua corriente, paliaron en parte los efectos de la eliminación de residuos, pero no eran infalibles. 

Las gentes apenas se lavaban las manos y resultaba imposible impedir la contaminación de los alimentos. La urbe estaba infestada de ratas, moscas y pequeños animales que graznaban en callejones y patios. Se producían enfermedades infecciosas que podían terminar en diarreas mortales. 

Talaban y quemaban bosques, movían ríos, drenaban cauces y construían carreteras en barrizales. Imponían, por tanto, su voluntad al paisaje, reverenciaban a la diosa Fortuna y fueron víctimas de su propio éxito.

      El político estadounidense Albert Arnold Gore escribió: “Siempre he estado fascinado con los que intentan mirar por encima del horizonte y ver las cosas que vienen hacia nosotros”.

Juan de León Aznar, verano’2022


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