La Columna de Don Juan León |  ¿A quién no le han sucedido hechos que no tienen una lógica explicación, por inconcebible o enigmático?


“La ciencia, a pesar de sus progresos increíbles, no puede ni podrá nunca explicarlo todo. Cada vez generará nuevas zonas a lo que hoy parece inexplicable. Pero las rayas fronterizas del saber, por muy lejos que se eleven, tendrán siempre delante un infinito mundo de misterio”. Esta cita del insigne D. Gregorio Marañón y Posadillo nos sirve de introducción al tema que nos ocupa

   La Parasicología o Psicología Paranormal es una ciencia que estudia los fenómenos y comportamientos psicológicos de cuya naturaleza y efectos no ha dado cuenta, hasta ahora, la Psicología científica. Trata también de otros supuestos psíquicos y afirmaciones paranormales relacionadas con experiencias cercanas a la muerte, la sincronización o experiencias sobre apariciones, entre otras, que suponen la existencia de percepciones extrasensoriales y de ciertas facultades presuntas en el hombre: clarividencia (percibir realidades visuales o adivinar el futuro), escritura automática, levitación  (sensación de mantenerse en el aire), precognición o premonición (conocimiento anterior), telepatía (transmisión del pensamiento a distancia)

     Cuatro años de carrera otorgan/proporcionan a sus estudiantes el título de licenciado y las herramientas precisas para investigar y analizar acontecimientos que se generan en el subconsciente de la mente humana.

     Uno de los temas de mayor interés para esta ciencia, son las llamadas psicofonías, que se definen como grabaciones de sonidos atribuidos a espíritus del más allá. Como ejemplo candente, curioso, misterioso y muy popular tenemos las de Belchite, un pueblo situado a cincuenta kilómetros de la capital, Zaragoza y es en la iglesia de San Martín de Tours (siglo XV), donde se suelen colocar las grabadoras con la esperanza de captar estas psicofonías: gritos, repiquetes de ametralladoras o presencias extrañas. Son bastantes los expertos que han logrado grabar voces y sonidos sin procedencia que han dado la vuelta al mundo. Y todo ello entre sus ruinas y los sueños rotos a causa de los destrozos de la Guerra Civil (1936 – 1939).

     ¿A quién no le han sucedido hechos que no tienen una lógica explicación, por inconcebible o enigmático? ¿Quién no ha vivido situaciones carentes de lógica, totalmente sometidas al azar o a algo sorprendente, por arcano? ¿No han pensado en alguien mientras caminaban y un tiempo más tarde o unos metros más adelante se han dado de bruces con esa persona?

     El gran poeta y escritor nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, más conocido por Rubén Darío, que falleció por una cirrosis hepática, lo tenía meridianamente claro: “La vida es un misterio; la luz ciega y la verdad inaccesible asombra”. Y es que no tenemos certeza absolutamente sobre nada. 

     El que suscribe no iba a ser una excepción, así es que sin más dilación paso a comentarles dos acaecimientos, cuanto menos sugerentes y extraños, que me sucedieron hace años y en distintas etapas de mi vida:

PRIMER EPISODIO

     A las trece horas de un día entresemana y en pleno estío visita mi mujer la playa y se sitúa frente a un conocido restaurante sexitano, “El Vizcaya”. Va provista, como mandan los cánones, de gorro, pertrechos antisolares, tanto aceitosos como cremosos, y silla. Ésta es tan baja que el asiento casi toca la arena. El respaldo es alto y curvado, adaptado a la espalda más exigente, amén de permitir el reposo de la nuca. 

     Pasada una hora llega al domicilio y se percata de la ausencia o el extravío del reloj, así es que me dispongo a la búsqueda del artilugio y bajo a la playa. Aún está la marca del agua ‘sudada’ por el bañador, trazo un cuadrado mental de posibles movimientos y sin escarbar, me dedico a remover con suavidad la superficie. Pasada media hora… ¡nada de nada! 

     Al día siguiente; es decir, transcurridas ¡24 horas!, se repite la misma visita al lugar de los hechos, pero en esta ocasión con los dos protagonistas de la ‘peli’. No tengo costumbre de utilizar butacas o similares, ya que me dedico a andar por la orilla, mientras acumulo vitamina D, pero mi mujer se dirige a mí, antes de irse, y me espeta: “Me voy porque tengo enjaretado el almuerzo, pero hay que rematarlo, ¿te dejo la silla?”. “¡Sí!”, fue mi lacónica respuesta, aunque me sonó rara, habida cuenta el inusual, inusitado o infrecuente hábito. Me echo hacia delante para recoger un tubo de crema, de esos que terminan en una especie de pala y que se había quedado atrás en la retirada de los enseres utilizados.

     El varal que une los extremos del asiento por su parte inferior, al carecer de patas, descansa sobre la arena. Cojo la susodicha pala del bronceador, hurgo con delicadeza para matar el tiempo y aparecen unos destellos metálicos… ¡el reloj!

     San Antonio, Santa Elena, San Cucufato o Cucufate… Un buen puñado de santos irrumpen al unísono, invitados a presenciar el hallazgo y asisten al acto en ordenada procesión; pero, lo cierto es que si el larguero hubiera estado situado unos centímetros más adelante habría hecho imposible descubrir al medidor del tiempo.

     Y sacando del ‘tiesto’ la ‘ayuda celestial’ recibida, ¿alguien me puede dar una explicación esclarecedora de lo ocurrido? Creo, honestamente, que sería mejor dejarlo para otra ocasión. 

     Rainer María Rilke dejó escrito: “Sólo quien no excluya nada de su existencia, ni lo que sea enigmático y misterioso, logrará sentir hondamente sus relaciones con otro ser como algo vivo, y sólo él estará en condiciones de apurar por sí mismo su propia vida”. ¡Maravilloso!

SEGUNDO EPISODIO

     Soy consumidor de tabaco. Un fumador de esos que llaman ‘pasivo’ (término por el que nos preguntan todos los galenos), que jamás se ha ‘echado a pecho’ una bocanada de humo … pero que ‘quema’ un cigarro puro después de almorzar y después de cenar… ¡desde hace cuarenta años! Un tipo raro, en definitiva.

     Tenía la ‘sana’ costumbre, en connivencia con el jardinero del bloque, de arrojar la ‘colilla’ al reducido y angosto jardín de debajo de la terraza del salón.

     Sabido es, y si no yo lo aclaro, que la funda del cigarro puro, así como su interior, es hoja de un solo tipo de tabaco (curado al aire y fermentado) y como quiera que todo en sí es dañino y perjudicial para la salud, al menos sus ‘restos’ son buenos para las plantas, ya que suponen un magnífico abono.

     Es un insecticida y fertilizante orgánico natural que ayuda a controlar las plagas en jardines, pastos, flores, arbustos o macetas, así como repeler a arañas, ciempiés, gusanos, lombrices …

     Una tarde daba las últimas ‘caladas’ a uno de ellos, pero no arrojé la colilla al jardín, si no al exterior, al azar, a lo desconocido. Había apostado frente a mi ventanal un monovolumen de marca con el techo eléctrico a medio cerrar. Lanzo el ‘misil’ y con espanto observo que cuela por la abertura libre de poco más de una cuarta. Bajo las escaleras despavorido, como un poseso, para evitar un más que posible incendio o la presencia en los asientos de los consiguientes rescoldos.

     Busco y busco con desesperación, no doy con el ‘cuerpo del delito’, pero hete aquí que la colilla ‘descansaba’ dentro del cenicero del vehículo, que estaba afortunadamente abierto y situado debajo del salpicadero, frente al cambio de marchas. ¿Tiene justificación? ¿Resulta racional o entendible? De este episodio también nos apartamos, ¿para qué remover o darle trabajo al subconsciente?

     Me acordé al instante de una cita de Clarice Lispector, escritora brasileña de origen judío y nacida en Ucrania (¡vaya mezcolanza!): “Vivir es mágico y enteramente incomparable”.

     Juan de León Aznar… de las ‘aguas mil de abril’… ¡nada de nada!… mayo’2023


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