¿No seremos nosotros algo discapacitados de corazón? ¿No seremos unos insensibles recalcitrantes? Si estuviéramos endurecidos por el egoísmo, la soberbia, el odio y el resquemor… ¡qué lástima de tiempo desperdiciado!
Este artículo quisiera ‘capitularlo’, por ordenarlo, en cuatro apartados:
INTRODUCCIÓN
¡Subnormal!, acepción malsonante donde las haya, vocablo tratado de manera frívola, zafio hasta la saciedad y utilizado para zaherir, de manera deplorable y mezquina, al ‘enemigo’ de turno en lo más hondo de su alma.
Modernamente, se ha suavizado y dulcificado el término por el de discapacitado– disminuido (siempre me referiré al aspecto mental – psíquico). Se aplica el concepto a “personas que tienen incompletas sus facultades psíquicas” o, especialmente, a las “personas cuya edad mental es sensiblemente inferior a la cronológica”.
Michel Eyquem de Montaigne escribió: “Yo cito a otros para mejor expresar mi pensamiento”. Me produce una enorme satisfacción seguir fielmente esta cita, de ahí que parafrasee a Edgar Allan Poe cuando escribió: “Todas las cosas creadas no son más que los pensamientos de Dios”. Si Él pensó en ellos, en estos sensibles seres, nosotros debemos amarlos, guiarlos y dedicarles todo nuestro tiempo, para así buscar su felicidad.
‘SUBNORMALIDAD’
Para mí la ‘subnormalidad’ significa que vivimos en un mundo que hemos construido con nuestras manos y que, a veces, se revuelve contra nosotros y nos hace frente con odio y ceguera, engendrados poco a poco. La furia de su oleaje arrastra a todos los hombres y a esas deliciosas criaturas a las que llamo “hijos del silencio, de la oscuridad y del cariño” porque aman y quieren sin fin y que son como rayos de luz escondidos en rosas o gotas de brillante rocío que no vemos, que no apreciamos.
Negamos el sentir de unos pechos donde el mal no encuentra sitio y que se quiebran cuando este llega a sus corazones como dagas arrojadas por la resaca de nuestro vivir.
Discapacitados psíquicos nacen a diario en los lugares más recónditos del planeta y con su ser dan testimonios de vida, exteriorizan gritos de alegría y tristeza dentro de un cuerpo que crece siguiendo un caminar inexorable. Dentro de él, un cerebro cuidado por manos amigas quiere alcanzar la luz.
En estos instantes, en los que esto escribo, mi intelecto no deja de dar vueltas, intentando analizar esta forma de sentimiento y queriéndome sumergir en este grupo de vidas que no conozco.
Mis ojos, como tantos otros; y mis manos, como tantas otras, se sienten hipócritas, vacías y nulas, porque solo han sabido sentir “lástima, pena e impotencia” al contemplar a estos niños e intentar desvelar su problemática.
Sus seres queridos, próximos o lejanos, han entregado sus vidas por ellos, pensando que su trabajo, dedicación y desvelos darán el fruto apetecido y harán felices a estas ‘tiernas y entrañables personitas’.
MARÍA
María podría ser un familiar, una amiga o esa vecina con la que nos cruzamos a diario en el portal de casa.
Ese es su nombre. Tiene el pelo corto y muy negro. Intenta jugar a besar la frente de su madre y en su cara redonda y sonriente se instalan unos ojos oscuros que simulan mirar mil imágenes invisibles.
Sus gordezuelos brazos están recostados en el tablero de la silla y sus lindas piernecillas parecen dormidas, yertas, sin ningún movimiento que les dé vida. En su
interior no hay nada secreto porque todo es un corazón custodiado y acorazado por la alegría y la paz de su semblante.
A primera vista es una niña normal y su aspecto encantador bien podría pasar por la instantánea de un sueño. María es como una flor de mil colores que quisiera volar; pero, al no poder hacerlo, se contenta con observar su alrededor, absorbiendo la fuerza y el embrujo que existe dentro de todas las cosas.
Sus tenues e indecisos movimientos son un regalo para quienes la contemplan y un ‘pilot’ no puede plasmar en palabras ni la dulzura sonriente de la madre ni el silencio sobrecogedor que las envuelve. Pero sí es cierto que hasta los ojos del aire se han empañado de sentimiento.
Cierro mis ojos y solo puedo ver un cielo azul hondo, donde una gaviota planea alegremente, pensando si vive, si piensa, si siente. María ha dado sentido a la vida de su madre. Esta, con sus años de dulzura, se ha convertido en una atleta del amor.
Un niño discapacitado, en cualquier familia, es un advenimiento de dolor entrañable, como un parto de tristeza, pero no fue así en el hogar de María. Apenas iniciado el primer grito de angustia, todo quedó convertido en un corazón apretado e inmenso alrededor de María. Desde que nació, la sonrisa es María, el encanto es María y la luz… ¡es María!
Nunca se apagarán sus ojos porque todos miran a través de ellos. Se siente un murmullo de esperanza cada vez que sus manos se mueven, cada vez que su boca balbucea palabras ininteligibles o cada vez que sus labios sonríen. No hay días tristes ni mañanas frías, porque es puro amor lo que allí se respira.
Giovanni Papini lo dejó bien claro: “Hay quien tiene el deseo de amar, pero no la capacidad de amar”, la que hay que tener para dedicarse por entero a esta ardua y noble causa. ¡Merece la pena!
I ¿Tus ojos? Azul de mar. Puso Dios en tu carita amor, alegría y paz. II María, rayo de luz, carita de cien albores; tus ojos, el mar azul. ¡Más bonita que las flores! III Es tu cara tan bonita un jardín de mil colores; tu dulzura y tu sonrisa dan paz a los corazones. IV Con tu palabra sencilla ofreces tu corazón, un estallido de vida, de alegría y de amor. V Eres luz y no comprendes, eres puro sentimiento con inocencia, ¡sincero! el que tu corazón ofrece. | VI Inocente como un niño. Tienes carita de ángel y puro tu corazoncito. VII El sentimiento más puro en cada beso que das. Es tan limpia tu mirada… ¡Toda ternura y bondad! VIII Es tu carita un jardín y tu sonrisa las flores, ¡las flores del mes de abril! IX Ángel, inocencia pura, María, rayo de luz, bonita como ninguna. X Que la llamo y no responde, dicen que se fue mi ‘mare’ y después de la medianoche… ¡ya no tengo quien me ampare! |
CONCLUSIÓN FINAL Y PERSONAL
Para que la vida de todos los discapacitados se inunde de luz unamos nuestras manos y juntos ganaremos la batalla al silencio, a las lágrimas y al dolor. Nuestra tierra está huérfana de sus caricias puras y nuestro mundo cansado de risas estériles. Saquemos del túnel esa luz y expandamos por el aire la voz de todas las Marías, para que su ‘Cielo’ sea más bello.
Ternura, bondad, mirada limpia, caricias… es lo que transmiten esos seres. Vale la pena luchar denodadamente, hasta la extenuación y desvivirse por ellos. Disminuidos o discapacitados vuelcan en nosotros todo su cariño, el que jamás podremos igualar. Te llenan la cara de ardiente saliva y dan todo el amor que mana de su tierno corazón, sentimientos puros que quieren hacer llegar a sus padres o allegados, que se erigen en sus ‘superhombres, supermanes o superhéroes’. Notan su calor y se muestran dadivosos en el intercambio.
¡Aceptar el hecho!¡Compartirlo!¡Esa es la tarea! Ya no hay vuelta atrás y saber arrancar una sonrisa es lo más preciado ahora y, a su vez, lo más enternecedor.
¿No seremos nosotros algo discapacitados de corazón? ¿No seremos unos insensibles recalcitrantes? Si estuviéramos endurecidos por el egoísmo, la soberbia, el odio y el resquemor… ¡qué lástima de tiempo desperdiciado!
El romano Tácito lo explicaba así: “Es un error de la crueldad humana alabar siempre el pasado y desdeñar el presente”. Este ‘hoy’ es el que tenemos que ‘atacar’ con todas nuestras fuerzas. ¡“Ellos… solo nos tienen a nosotros”!
Y como es preceptivo llegadas estas fechas tan señaladas, solo me queda desearles las mejores fiestas y el mejor de los años en compañía de sus seres queridos; pero, sobre todo… ¡que se cuiden y sean felices!

P.D.:
La viñeta es de un querido exalumno, Francisco Javier Ruiz Bustos, gran arquitecto y dibujante.
La poesía es de mi gran amigo y compañero Antonio Mercado Nieto.
Y María es el nombre más representativo, el más hermoso, el más cálido.
¡Al César lo que es del César!
Juan de León Aznar – diciembre de 2021
